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¡Te doy mis ojos, Julia!

Vía Festival de Sitges por 08 de octubre de 2010
Un poco más de un año llevamos esperando poder decir esto en voz alta: el Festival de Cine Fantástico de Sitges vuelve a estar en pleno funcionamiento. Con ésta ya serán 43 ocasiones en las que la inmortal figura de nuestro querido King Kong amenaza las costas de El Garraf y a la multitud de espectadores adictos a las emociones fuertes -que cada año son más- que se mueven inquietamente de una sala de cine a otra, ansiosos por descubrir qué se cuece en este inmenso y ultra-prolífico contenedor al que algunos llaman "fantástico". En un año cinematográfico no especialmente atractivo, Àngel Sala y compañía tienen el reto de levantar el interés (a juzgar por el ritmo en la venta de entradas, esta misión ya está cumplida) y la moral de un espectador que, a estas alturas de la temporada, mira cada vez con más desilusión lo que la industria cinematográfica tiene que ofrecerle.

Por si la tarea no fuera suficientemente complicada, hay que sumarle el arma de doble filo en la que ha acabado convirtiéndose el cartel del año pasado, para muchos, uno de los mejores de los últimos años. Llegar a la excelencia es mucho más sencillo que mantenerse en ella, le recordaban siempre en el colegio a un servidor... Aplicándose esta lección universal, parece que los organizadores no se han dormido en los laureles. En efecto, echando un rápido vistazo a las principales secciones, vemos un programa con películas provinentes de las más diversas latitudes, cuya temática está en perfecta sintonía con un mundo cambiante y -sobre todo- cuyos autores y/o puntos de partida argumentales prometen aportar nuevas ideas y estímulos a un espectador hambriento de ambos ingredientes. Traducido (por si no había quedado claro): las sensaciones antes de que la 43ª edición de tan especial certamen empezara, eran las mejores. Pero de sensaciones a resultados hay un buen trecho. La pregunta obviamente es si las películas programadas van a salvarlo o no. Vamos a averiguarlo, a partir de ya.

Y empezamos nuestra crónica poniéndonos algo bíblicos: "los últimos serán los primeros". Al fin y al cabo, la máxima atracción de esta primera jornada ha sido la última que hemos tenido el placer de visionar. Nos referimos obviamente a una de las cintas españolas más esperadas de la temporada, 'Los ojos de Julia'. Avalado por el sello Rodrigo del Toro y 'El orfanato', vuelve tras cinco años en silencio Guillem Morales, un director al que juré seguir muy de cerca después de su altamente recomendable ópera prima 'El habitante incierto', inquietante relato sobre un hombre que creía tener a alguien más viviendo en su casa. Inquietante, y mucho, es también su segundo filme... una virtud que, prestando atención a los rasgos principales de la cinta, no debe sorprender, al jugar Morales casi con las mismas cartas que en su anterior trabajo.

La ceguera es el leitmotiv de la película, pero sigue palpándose en ella ese terror primario a lo desconocido, a aquellos rincones oscuros que no podemos ver, a aquellos ruidos misteriosos que nos despiertan en plena noche... Dicho de otra manera, el director barcelonés confirma las buenas maneras mostradas en 'El habitante incierto' y pide permiso con voz ahora más firme para ser considerado como uno de los autores a tener más en cuenta en el campo del terror. A nivel nacional ya lo es... a nivel internacional, si sigue así, algún día lo será. Seguro. Y eso que 'Los ojos de Julia' no es ni mucho menos una obra perfecta (el guión se muestra algo endeble en algún que otro tramo, y el realizador haría bien en no regodearse tanto en su más que manifiesto gusto por el giro argumental). Además, a los ya mencionados paralelismos con el primer trabajo de Morales, hay que añadir un ligero sentimiento de déjà vu, sobretodo cuando vienen a nuestra memoria cintas como 'Sola en la oscuridad' (en aquella ocasión la sufrida protagonista era Audrey Hepburn), o, ya en momentos más puntuales, Minority Report', 'La ventana indiscreta', o 'El silencio de los corderos' (¡qué angustia ver a la pobre Clarice enfrentándose a ciegas a Buffalo Bill!).

A pesar de ello, me quedo con una buena colección de escenas magistrales (el prólogo, la lucha iluminada por los flashes de cámara...), el inteligentísimo y elegante uso de los recursos audiovisuales de Morales, y con una tensión ultra-perturbadora que nos acompaña a lo largo de esta angustiosa caza del "hombre sin luz" (un némesis que, mientras dura su halo de misterio, hace gala de un carisma excepcional). Argumentos de sobra para decir que nuestro cine de género goza de un excelente estado de salud. La experiencia ha servido no sólo para cerrar con buen sabor de boca la primera jornada, sino también para dejar latente una vez más que los responsables de este festival tienen mucha suerte al contar con el mejor público del mundo. Cuando una sesión empieza con tres cuartos de hora (repito, 45 minutos) de retraso y aún así los asistentes siguen con ganas de juerga; de aplaudirlo todo y de implicarse al máximo con lo que se proyecta en la pantalla, es que alguien está pidiendo a gritos un monumento. El respetable, claro está... no una organización que de momento ha mostrado demasiadas carencias (hasta aquí la sección "haciendo amigos").

No muchos amigos habrá hecho tampoco Gregg Araki con su onomatopéyica 'Kaboom'. La primera cinta presentada de la Sección Oficial a Competición ha dejado al personal a cuadros, tanto que, mientras desfilaban los títulos de crédito finales, el grueso mayoritario del Auditori no sabía si debía aplaudir, silbar o simplemente permanecer callado ante lo que había visto. Servidor aún no sabe con cuál de las tres opciones debe quedarse, y eso que antes de que se apagaran las luces de la sala, tenía bastante claro que iba a elegir la primera. Por razones que no he llegado a comprender del todo, el primer cine de Araki ha ejercido siempre en mí un fuerte poder de atracción. Su visión "New Queer" anárquica y destroyer de la juventud conseguía siempre hipnotizarme y removerme las entrañas... pero este poder se desvaneció por completo en su último trabajo hasta la fecha, 'Smiley Face', fallida comedia en la que Anna Faris ponía abusivamente a prueba nuestra paciencia.

Por suerte con 'Kaboom' Araki debía volver a sus orígenes. Volvía a firmar él el guión, volvía a contar con alguno de sus grandes iconos (ese eternamente confundido James Duvall...) y teóricamente volvía a abrazar su faceta más transgresora. Por si fuera poco, se fijaba como principales fuentes de inspiración al maestro David Lynch y -al mejor- Richard Kelly aunque obviamente su mayor referente es él mismo. Después de agitar bien todos los productos, tenemos un cóctel en el que encontramos brujas, sectas, surferos y un grupo de adolescentes universitarios que desprende erotismo por todos los poros. En otras palabras, un delirium tremens que avanza a golpe de sueños y profecías, al que más vale no intentar analizar lógicamente y en el que se siente constantemente la presencia de Araki... pero no de su mejor versión. Lo que viene a ser un suicidio autoral en toda regla. O, si me permiten el juego semántico barato, un hARAKIri... tanto para el director como para el espectador menos paciente/abierto a las propuestas más radicales.

Sensaciones pre-visionado diametralmente opuestas tenía con 'Chatroom'. El antaño inspirado Hideo Nakata hace tiempo que se mueve penosamente en una deriva creativa más profunda que el pozo de su 'The Ring' (la original, se entiende). Es por esto que la nueva aventura del cineasta nipón fuera de sus tierras me daba bastante pereza. Afortunadamente, después de su nuevo filme, Nakata ha recuperado un poco del crédito perdido. Con su "sala de conversación", este realizador de culto da el pistoletazo de salida a la que será una de las temáticas principales de esta 43ª edición del Festival: la Life 2.0 (sí, facebooks, twitters, blogs, chatroulettes y un larguísimo etcétera), concretamente como la ve y la vive la adolescencia, que es el colectivo al que le ha caído en gracia dicha tecnología.

Una tecnología tan atractiva como devastadora -sobretodo lo segundo-, que por lo tanto se erige como único bote salvavidas o arma mortal para una juventud cada vez más desorientada e irónicamente menos conectada con el mundo real. Realidad y ficción chocan violentamente en un ejercicio visual brillante, muy deudor en el plano teórico de la obra maestra de los hermanos Wachosky. Lástima que Nakata se estampe también con la cruda realidad... aquella que constantemente nos recuerda que no hay manera de que le salga una película redonda. Cuando su toque perverso es aprovechado mejor que nunca y parece que vaya a crear una obra que retrate fielmente la conflictiva "adolescencia 2.0" -algo para nada fácil-, le entran los nervios y opta por la vía fácil, entregándose con demasiada facilidad a los convencionalismos de los thrillers más sosos. Un balance demasiado descompensado para una cinta que en su primera mitad apuntaba muy buenas maneras. Lástima.

Apuntaban también muy buenas maneras los directores franceses Nicolas Alberny y Jean Mach que antes de proyectarse '8th Wonderland' nos han deleitado con sus virtudes musicales... ¡en catalán! Muy majos ellos. Mucho más que sus cualidades como realizadores, comparables a las de cualquier anónimo que se encarga de nudrir la parrilla de la sobremesa de este país cada fin de semana. Una dirección demasiado torpe para un guión que merecía un trato mucho mejor. Y es que aunque le cueste un poco arrancar y en algún momento se le pueda acusar de demasiado alocado, ahí quedan una serie de momentos simplemente geniales (mucha atención a la solución que plantean para erradicar el SIDA) y una valiosa reflexión que de nuevo gira entorno a la red de redes (esta vez gobernada por usuarios adultos, que casi sin quererlo, crearán una organización virtual -y viral- que pondrá en jaque al mundo entero). Cabría ponerla en el cajón de marcianadas entre las que encontraríamos por ejemplo la aquí inédita 'CSA: Confederate States of America', mockumentary que planteaba un presente alternativo marcado por la victoria de los Estados Confedarados en la Guerra de Secesión. Al igual que la película que nos atañe, se trataba de una rareza extremadamente irregular: a ratos no había por donde cogerla, y a ratos resultaba un producto de lo más estimulante.

Y ahora los primeros serán los últimos. Volvemos al principio, a primerísima hora de la mañana, cuando se ha proyectado la segunda entrega de la serie 'Ip Man'. Podríamos emplear el término "franquicia", que siempre le da al producto un aire más ditinguido, no obstante nos ha parecido más oportuno tirar de términos televisivos, al fin y al cabo, un formato muy cercano al de la pequeña pantalla es el que usa Wilson Yip para dar comienzo a su nuevo filme. A más de uno le ha parecido oír al principio aquella ya mítica voz grave de 'Perdidos' que introducía cada nuevo capítulo de las aventuras isleñas por excelencia. Lo bien que le hubiera ido a la primera escena un buen: "Previously, on 'Ip Man'"... pero tampoco hacía falta, ya que el flashback de luz legañosa, en el que se repasan los principales eventos de la primera película, ya lo llevaba implícito. Así pues, empezamos exactamente donde lo dejamos, con la familia del maestro de Kung Fu huyendo de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, refugiándose en Hong Kong.

Una por aquel entonces colonia británica en la que, como no podía ser de otra forma, se huele el aroma al mejor cine producido en la ahora ciudad china. Una sensación mucho más potente al principio, en el que reinan las míticas luchas entre escuelas de artes marciales, que no al final, en el que se retoma el discurso patriota del primer 'Ip Man' (antes el enemigo a vencer eran las tropas imperiales japonesas, ahora lo son los colonialistas británicos, que son tan o más malos que los anteriores). Cinta de artes marciales clásica, que va de más a menos, pero que seguro que hará las mil delicias del público más incondicional del género. Y sí, en esta ocasión sí aparece Bruce Lee. Era eso lo que buscaban casi todos, ¿no?

Mañana más.

por Víctor Esquirol Molinas

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