''Si ha solicitado usted una entrevista con la directora Rama Burshtein, antes debe saber que
cuanto menos contacto visual haya entre ella y usted, mejor... Por no hablar del físico. Si es usted hombre, éste queda terminantemente prohibido. ¿Entendido? Si ha leído y acepta, adelante con las preguntas.'' Ya hay instrucciones de uso para todo. Contextualizando la escena, nos encontrábamos algunos periodistas en la entrada del Instituto Francés de Barcelona, donde iba a celebrarse el pase de prensa de 'Llenar el vacío' (por aquel entonces, todavía 'Fill the Void'). De modo bastante excepcional, la distribuidora con los derechos de dicho filme había conseguido arrastrar hasta la ciudad condal a la estrella principal del show para las rondas privadas de preguntas que hicieran falta. La mayoría de nosotros, como teníamos la agenda a tope de compromisos (o eso decíamos) rehusamos muy amablemente la oferta. Otros somos directamente unos cobardes, y aquello del encuentro a solas con tantas directivas en mente nos agobió sobremanera.
''¡Qué lío, qué lío!'' ó ''¡Yo no quiero problemas!'', se oía por aquellos pasillos, además de algún que otro comentario altamente ofensivo que ahora mismo no interesa reproducir. Quedémonos con la idea de que tanta reticencia y violencia verbal estaba causada por los -imprevisibles- viajes en el tiempo. Lo decía el abuelo Simpson y, como de costumbre, ni Cristo le hacía caso: ''Estos experimentos son peligrosos, ¡las consecuencias pueden ser funestas!'' Quizás no tanto, pero sí es totalmente cierto que
cuando costumbres que parecen directamente surgidas de las etapas más oscuras de la historia de la humanidad penetran (por delante y por detrás) en lo más hondo del espíritu de la modernidad, suele haber heridos. ¿Se acuerdan de ''Los visitantes''? Pues lo mismo, pero incluso con menos gracia. Imagínense. Nuestro querido siglo XXI, el de las redes sociales y la marihuana un-pelín-más-legalizada, se dio una santa nata contra las estancadísimas aguas de las liturgias religiosas más increíblemente longevas.
Porque resulta que mientras la ONU se dedica a poner escuelas justo en medio de la zona donde se desarrollan las maniobras de legítima defensa por parte del estado de Israel (
hay que ser cabrón, Ban Ki-moon...), hay invasores que no temen a misil alguno y que se encierran en su propia comunidad, en pos de la consagración de unos
valores y ritos que sobreviven al paso del tiempo cual zombie hambriento. Con el olor a podredumbre encima, y siempre ansioso por hincarle el diente a una nueva víctima. Y éste es precisamente el problema. El nuestro, el suyo; el de la película. Hay temas que, por muy desvinculados que estén del resto del mundo, no pueden alienarse de las implicaciones que tienen en el mundo. Volvemos al abuelo: ''¡Las consecuencias pueden ser funestas!'' Terminada la proyección, por cierto, el blasfemo del principio siguió a lo suyo, pero aún más enrabietado por lo que acababa de ver. Entre las venerables paredes de las instituciones francesas no debía palparse tanta cólera desde el terror impuesto por Robespierre y compañía. Qué tiempos aquellos...
Y
qué tiempos aquellos en los que la voluntad de la mujer quedaba completamente anulada por los caprichos de vaya usté-a-saber-qué sagradas escrituras. ¿Alguien dijo año 2014 de Nuestro Señor? 'Llenar el vacío' nos sumerge en el corazón de esa burbuja atemporal de la ortodoxia judía. En el Tel Aviv actual (de verdad de la buena) una chica debe elegir
entre los impulsos del corazón y los firmes deberes familiares, dos frentes en claro conflicto tras la muerte de su hermana, desgraciado imprevisto que rompe por completo la aritmética de lazos matrimoniales / sanguíneos que durante tantos años habían ido puliendo sus ancestros. Más allá del interés u odio (más en estos momentos) que pueda llegar a despertar el objeto de estudio, hay que reconocer el
buen ojo de Burshtein, que desnuda el hermetismo de un mundo ajeno a lo exterior. "Y qué? ¿¡Y a mí qué!?", escupió el heredero natural del cargo de presidente del Comité de Salvación Pública. Y razón no le faltaba, lo cual no quita que el don de la observación mostrado, a la vez que la capacidad para
encontrar un calor humano (imprescindible para ello el excelente trabajo del elenco actoral) que parece (porque de hecho lo está) vetado, sea sencillamente impecable, lográndose así algo cercano al
milagro cuántico: En hora y media de metraje, siglos de drama mundano-espiritual condensados hasta crear algo harmonioso; inquietantemente bello.
Nota:
6 / 10
por Víctor Esquirol Molinas