'Leviatán': No más preguntas señoría.
Lo bueno de los Festivales de Cine y de, por supuesto, poder acudir a ellos, es el hecho de poder visionar antes que muchísimas personas películas que o bien vienen desprendiendo una estela de calidad por sus impresiones con tráilers y demás adelantos, o bien generan hype por los nombres que se alcanzan a ver en el reparto o en el elenco de detrás de las cámaras, o bien porque, como es el caso de “Leviatán”, a estas dos características se le suma una tercera que es ser la preseleccionada por Rusia para participar en los Oscar (pasando la criba de las 9 finales recientemente), y eso, contemplando la posibilidad de que lo que pase en Febrero en aquella gala importe o no, siempre es un plus más, se quiera o no se quiera ocultar.
“Leviatán” es la última película del respetable director ruso Andrei Zvyagintsev, quién antes de esta cinta tenía en su haber sólo 3 películas y 2 cortos. Sus 141 minutos hacen pensar que a priori es factible ver una madurez narrativa por parte del realizador soviético, ya que, tomando como ejemplo la más reciente a esta, “Elena” (2011), la historia se muestra borrosa, a veces poco entendible y con muchas escapadas por el burladero ante preguntas que van surgiendo a medida que avanza la trama. Pero aquí Zvyagintsev mejora. El cineasta ruso consigue progresar en la historia, la cual se vomita más ordenada, más lógica, más puntiaguda, pero no logra consagrarse. La primera parte es tremendamente insulsa, y durante momentos vuelve a fallar en la narración, cambiando la trama y esquivando responder preguntas lógicas como ya le pasase en “Elena”, y finalmente sólo es Roma (Sergey Pokhodaev) el único personaje que importa y con el que el espectador logra empatizar.
Francamente es una pena, porque en el terreno donde el director ruso borda más sus películas vuelve a maravillar. Zvyagintsev se reinventa de nuevo en pantalla en el aspecto técnico con una fotografía espléndida, pura poesía visual, eternizando el plano, alargando la escena hasta llevarla casi al borde del abismo al aburrimiento y a la desesperación, y desgranando el frame, haciendo que “Leviatán” sea una instantánea de la Rusia más devastada y corrupta en un paraje monstruosamente desolador que congrega un mix entre un interesante trío amoroso y una aburrida expropiación terrenal. Desde luego este señor, a pesar de tener un mejorable talento para contar historias, tiene un absoluto e innegable don para embellecerlas y para que nos contagien el ambiente desde el primer segundo de película.
Otro aspecto donde la cinta cojea bastante es en su sonido. Se extraña una buena banda sonora que eleve la escena al mismo cielo donde la sube la fotografía, pues sólo consigue resonar y hacerse notar con convicción al final a ritmo de acordes casi funerarios. Le pasa algo parecido a otra compañera de carrera este año de la rusa como es “Turist”, película sueca la cual tiene en contadas ocasiones el extraordinario sonido que emana de las manos al violín de Catherine Michael en “Russian Bayan” como punto álgido para remarcar las escenas más climáticas de la película. Esto apenas pasa en “Leviatán”, aunque si no se es demasiado aguafiestas, hay que reconocer que es una película que puede perfectamente pasar sin tener una banda sonora hanszimmeriana o howardshorera, por así decirlo.
En términos generales, “Leviatán” no es mal cine, ni siquiera un cine suficiente. Es una película con dotes de maestría, bien hecha, bien actuada y bien presentada, pero no llega a estar bien contada. Sí hay algo en donde “Leviatán” se incrusta en nuestra mente; manda un mensaje honestamente duro hacia La Iglesia con un epílogo que hace emanar al espectador multitud de reflexiones sobre el mismo. Tomando al Gran Wyoming como filósofo sobre la cuestión, cabe destacar el encaje perfecto que supone una declaración suya de hace un tiempo, que viene como anillo al dedo a lo que Zvyagintsev quiere decir; “No sé si Dios existe, pero La Iglesia tiene dinero para crearlo”. No más preguntas señoría.
Nota: 6,25
Por Jesús Sánchez Aguilar
Típica película de 2 horas y pico que llega de país gélido (Rusia en este caso) que aparece en muchas listas de lo mejor del año y desde el inicio del mismo la vas dejando pasar por pereza por su duración y porque con estas características te has encontrado muchas gafapastadas y tostones importantes que acaban en lo más flojo del año en vez de lo mejor. Por suerte, sí resulta un film reseñable y ni lo que cuenta ni su metraje se hacen pesados. De hecho, te atrapa desde el arranque.
No me atrevería a decir esa manida frase que queda tan bien de "reflejo fiel de la Rusia contemporánea" cuando se tiene la misma idea que aquella modelo que citaba la ensaladilla. Pero si que se nota un carácter de sus protagonistas muy marcado por todo lo socio-cultura, lo cual quiere reflejar el film. Corrupción policial, política, religiosa y vodka, mucho vodka. Un protagonista que emula a un bíblico Job del norte de Rusia, al que un alcalde con impunidad le quiere arrebatar su casa, viudo, con un hijo rebelde, una mujer infeliz y un cuerpo policial explotador. Film en el que se masca la tragedia a media que avanza y con una pronta cacería como momento cumbre al respecto. La lástima es que pronto, no es que se desinfle, pero pierde fuerza y empaque, perdiendo personajes por el camino y centrándose más en dar un mensaje de denuncia que haber elaborado o trabajado más las interesantísimas y tensas tramas que tenía entre manos. Aún así, interesante y recomendable.
Nota: 6'6