'Lasa y Zabala': Ángeles y demonios
Lección de Histora, toma(dura de pelo) número 1. Tema del día: Los atentados del 11-S. Dice así... El once de septiembre del año 2001, se produjo un suceso que cambiaría de forma drástica (y dramática) el mapa geopolítico mundial. Sería, para decirlo de otra manera, la verdadera entrada de esta materia en el siglo XXI. A las 8:46 hora local, el vuelo 11 de American Airlines, un Boeing 767 con 92 personas a bordo, se estrella en la Torre Norte del World Trade Center de Nueva York. Apenas un cuarto de hora después, el vuelo 175 de United Airlines, un Boeing 767 con 65 personas a bordo, hace lo propio en la Torre Sur. Obviamente no se trata de un accidente doble, sino de un atentado terrorista que se reproduce en otros aviones y que se salda en 2973 víctimas mortales. ¿Las razones de tal horror? Bien...
Resulta que muy lejos de los Estados Unidos, en un país dejado de la mano de Allah, habitaba unas personas muy malas que se hacían llamar ''Los Talibanes''. Eran la reencarnación del mismísimo diablo. A simple vista, se les podía distinguir por dos protuberancias puntiagudas que les salían de las sienes, por una larga cola que terminaba en forma de punta de lanza, y por un intensísimo olor a azufre cada vez que abrían su inmunda boca. Su hobby favorito, aparte del de reprimir de la forma más brutal a los individuos más débiles de su sociedad, consistía en odiar a la nación más poderosa y buenrollista sobre la faz de la Tierra. Ahora mismo, el origen de tanta rabia sigue siendo un absoluto misterio para los historiadores de todo el mundo, porque claro, ¿quién en su sano juicio albergaría malos sentimientos para la que sin lugar a dudas es la Tierra de la Libertad? Y mejor no darle más vueltas al asunto... porque a veces la explicación más sencilla es la única que cuenta. Aplicado a este caso: En este mundo existe gente malvada que conspira sin cesar para hacer daño a la bondadosa. Por simple envidia y por nada más. Dicho esto, podríamos pasar a la toma(dura de pelo) número 2 de esta lección tan particular de Historia. A continuación, un episodio mucho menos conocido (por ser mucho menos importante... aunque no del todo irrelevante, ojo). Catalunya, año 2004. Un mocoso de 14 años se divierte mandando mails a las empresas que no etiquetan sus productos en catalán. En cada misiva se dirige a los responsables de dichas corporaciones con total amabilidad... pero también les advierte de que si no cumplen con sus demandas, la Orden del Fénix (sí, Harry Potter pegó muy fuerte...) se encargará de tomar medidas al respecto. Total, que esto a un directivo no le hace ni puñetera gracia, de modo que se pone en contacto con el Gobierno Español, quien en un ataque de ''perejilismo'' decide mandar a treinta miembros de la brigada antiterrorista a casa del chaval. El asunto termina, cómo no, en la Audiencia Nacional. Y cuando creíamos que no podríamos sonrojarnos más, aparecen siete años después Joel Joan (AKA El Crack) y Sergi Lara, y dirigen una película titulada 'Fènix 11•23', en la que se narran los sucesos. Como era de esperar, la exposición de los hechos deja paso a la interpretación más tendenciosa de éstos. Para entendernos (y para ahorrarles hora y media de vergüenza ajena): los españoles son pérfidos trogloditas que no tienen nada mejor que hacer que joder a los mártires catalanes. La respuesta a dicha tesis debería ser un ''sí... pero NO'', y de hecho, así es, pero a los responsables, que estaban por encima del bien y del mal, no pareció importarles demasiado. Y como siempre, pagó el público. Fue horrible, créanme... pero mucho peor se pusieron las cosas en aquella 62ª edición del Zinemaldia. Cine/teatro Victoria Eugenia; primera hora de la mañana. Expectación entre la prensa especializada. Va a proyectarse por fin (y después de alguna tensión de nomenclatura en la sinopsis, en el cementerio de Tolosa y en el seno de la organización del certamen, con respecto a la inclusión o no, finalmente NO, del filme en la Competición Oficial de dicho festival), la nueva película de Pablo Malo: 'Lasa y Zabala'. Glups. Porque ya se sabe, en el país con más desaparecidos de todo el mundo (sólo superado por, esa calamitosa herencia de Pol Pot llamada Camboya), las heridas tardan mucho en cicatrizar. Más aún cuando hay gente que se empeña en seguir echándoles sal, vinagre... así como cualquier sustancia que haga que la sensación de escozor ni haga el amago de bajar. Por supuesto, la experiencia fue horrible. A pesar de las muchas risas que se oyeron durante la proyección. Risas (por no decir directamente carcajadas), exacto, porque aquello no era una película... era un esperpento, de la misma magnitud que el país de las cicatrices, vaya. En la lección de Historia de hoy no nos detendremos en los bochornosos hechos que rodearon la muerte de Lasa y Zabala, básicamente, porque a estas alturas los conocemos (o deberíamos) de sobra. Ahondaremos, por el contrario, en los efectos más nocivos de las peores clases magistrales. No es que la materia la escriban los vencedores... es que a veces lo hacen las mentes más perversas o, aún peor, más inconscientes. En otras palabras: Pablo Malo tenía un material de excepción (básicamente, uno de los capítulos más negros del ya de por sí negrísimo concepto del ''terrorismo de Estado''), que de haber sido tratado con la frialdad y rigor de un, pongamos, Paul Greengrass (da igual si el de 'Bloody Sunday' o el de 'United 93'), hubiera bastado (¡y de qué manera!) para, primero, dejar destrozada a la audiencia; segundo, para haber concretado así un documento de denuncia modélico. Pero no. En esta historia (sin ''H''), los muertos son buenos y los verdugos son malos. Elemental. Y no busquemos otras explicaciones. ¿Pa' qué? Tenemos ángeles y demonios, sin punto intermedio, porque aunque Aitor Mantxola, director de fotografía, lo ponga todo de su parte, la absoluta totalidad de fotogramas quedan plasmados en el blanco y negro más pálido, triste... y finalmente irrisorio. Podría hablarse de indignación, de ira -merecida- contra un panfleto de peligrosísima lectura... pero no, todo quedó, como ya se ha dicho, en las risas que resonaron por todo el Victoria Eugenia, que superaron, por goleada, las registradas, un día antes, por el nuevo trabajo de Borja Cobeaga, 'Negociador', comedia (exacto) sobre las negociaciones de paz semi-clandestinas entre el Gobierno español y la banda terrorista ETA. Lo peor es que uno (Cobeaga), en un alarde de esa salud mental que tanta falta hace aquí, pretendía hacer reír; mientras que el otro (Malo), quería agitar nuestras conciencias. Y sí... pero NO. Porque cuando se coge la brocha gorda (gordísima) para tratar un tema que, por complejidad y delicadeza, exigía el bisturí; cuando se subraya con voluntad tan descaradamente manipuladora cada factor mínimamente relevante de los eventos, no se ayuda ni a un bando ni al otro, al final uno queda expuesto como lo que seguramente es: alguien que por el camino ha perdido cualquier atisbo de juicio / objetividad / credibilidad. Quién sabe si la perdió; quién sabe si la tuvo en algún momento. Y así seguimos, lamiéndonos las heridas. Malditas fuerzas del mal. Nota: 3 / 10por Víctor Esquirol Molinas