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'Las horas del verano': Hogar, dulce hogar

Vía El Séptimo Arte por 13 de noviembre de 2008

La historia comienza con la reunión veraniega de una acomodada familia francesa, celebrada en su casa de campo de toda la vida. El gozo creado por la ilusión de reencontrar a los seres queridos se ve ligeramente empañado por el triste posado de Hélène, la abuela y la encargada de curar una importante colección artística. Al poco tiempo de la celebración familiar, la muerte de la cabeza de familia obligará a Fréderic, Adrienne y Jérémie, tres hermanos cada vez más distanciados, a ponerse de acuerdo con respecto al valiosísimo patrimonio que han heredado.

Tal vez el mayor problema de ‘Las horas del verano’ sea que el meollo tarde demasiado en descubrirse. Me explico, a los primeros compases de la cinta pocos reproches técnicos pueden achacárseles: predominancia de colores vivos muy agradables para la vista, buena planificación de los encuadres y escenas, actuaciones correctas… sin embargo la aparentemente banal historia de esta familia aburguesada no conseguía atraer lo más mínimo mi atención. Con lo que de momento teníamos un más que aceptable retrato costumbrista contemporáneo de la alta sociedad, pero también un auténtico y peligroso somnífero.

Suerte que con paciencia todo se consigue. Para todo aquel que haya aguantado despierto, Olivier Assayas le tiene preparado una más que interesante radiografía sobre la descomposición familiar. Lo curioso es que ésta no se da por las archirepetidas riñas entre congéneres, sino por algo mucho más inevitable: por todas aquellas circunstancias de la vida (trabajo, nueva pareja sentimental, cambio de domicilio, etc.) que irremediablemente pueden acabar cortando nuestras propias raíces. Ni falta hace decir que el mundo sigue girando, pero seguramente no de la misma manera… ahora lo hace de una forma bastante más fría.

Aunque suene obvio, no por ello deja de ser cierto que con la venta de la casa de campo, la familia ha perdido mucho más que cuatro paredes y un techo. Ha perdido buena parte del alma que estaba almacenada en ella. La metáfora perfecta se alcanza con las obras de arte que se venden a los más distinguidos museos. ¿Qué mejor retiro para un preciado jarrón del s. XIX que la Quai d’Orsai? ¿Qué mejor futuro para un empresario que un próspero negocio en la emergente China? No parece que deban plantearse demasiadas quejas. Sin embargo, a ambos les falta el resto de elementos o personas que les completan…

Una melancólica reflexión para este drama intimista cuyo mayor tropiezo es alargar demasiado una historia que bien le sobrarían veinte minutos -e incluso me atrevería a decir alguno que otro personaje-, y cuyo mayor logro es el de tratar con tanta delicadeza y sensibilidad (que no sensiblería) un tema que desgraciadamente en demasiadas ocasiones desemboca en la más facilona lagrimita. Aquí por suerte se deja de lado el pañuelo para dar sitio a una reflexión al principio un poco difícil de digerir, pero interesante a pesar de todo.

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