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'La Venus de las pieles': Roman ''Cambiapieles'' Polanski

Vía El Séptimo Arte por 30 de enero de 2014

En una rambla que invita al paseo empieza a levantarse un fuerte viento. Las hojas caídas de los árboles se arremolinan en una danza hipnótica y un haz de luz rasga el cielo. Pocos segundos después se oye, en la lejanía, un trueno que viene a confirmar los peores pronósticos. Tormenta a la vista. Toca apresurar el paso. Unos cien metros más allá del árbol con las ramas torcidas, se alza majestuoso un edificio antiguo sobre el cual se han formado, como de la nada, unos nubarrones negros que tampoco auguran nada bueno. No pinta demasiado bien, la verdad, pero con la que está a punto de caer no hay que andarse con demasiadas exigencias... Si a todo esto suenan de fondo unas inquietantes e intencionadísimas notas de clavicordio, entonces inmediatamente sabemos que nos encontramos en una película de Roman Polanski.

'La Venus de las pieles' empieza así. En cámara subjetiva, aparentemente buscando cobijo antes de la tempestad. El refugio es el mismo al que se acabó acudiendo, hará ya dos años, en la fresca y más que bienvenida 'Un dios salvaje'. De Yasmina Reza a David Ives. El director franco-polaco sigue en el entorno en el que últimamente se siente tan a gusto; sigue instalado -y consagrándose- en el escenario teatral. Sin ganas de (re)inventar nada (al menos en lo que a fachada se refiere), la Santísima Trinidad del clasicismo se respeta a rajatabla. Para que nadie se pierda: unidad de tiempo, espacio y acción. En el anterior caso, dos parejas se reunían, a lo largo de una tarde, en casa de una de ellas para tratar de arrojar luz sobre un violento incidente protagonizado por sus respectivos hijos. En el que ahora nos concierne, una rubia despampanante (viva imagen de la arquetípica falta de lucidez entre las que comparten su color de cabello) invade la intimidad de la platea, ahí el director -y adaptador, importante- de la obra que va a representarse está recogiendo sus efectos personales.

Las audiciones para encontrar a la protagonista del espectáculo han concluido (con pobrísimos resultados) y es hora de volver a casa. Pero la irrupción de la chica va a retener al dramaturgo durante unos minutos más. Los que haga falta. Hasta que haya concluido su prueba. Si su anterior película la poblaban solo cuatro personajes, ahora el número total se ve reducido a la mitad. Ahora son dos (y no hace falta ninguno más) los que se mueven entre el patio de butacas y el atrezo de una obra todavía por montar. Aunque a decir verdad, en el recuento final cabría contabilizar a un tercer invitado: Roman Polanski abandona la faceta de fiel e inteligente adaptador, mostrada a la hora de abordar la pieza de Reza, y pasa a jugar un rol mucho más activo. La cámara no le enfoca en ningún momento, pero la mente -despierta- de aquel espectador que acuda a la cita con los antecedentes bien situados, verá su imagen, más y más nítida, a medida que vaya avanzando la trama.

El cineasta de la reducidísima movilidad (¿hace falta recordar toda la retahíla de trifulcas legales?) tiene claro que los límites físicos en los que ahora puede desarrollarse su trabajo marcan un escenario muy limitado. Es por esto que pone todo su empeño en ensanchar las fronteras en el único plano en el que todavía se siente con poder: en el figurado. El doctor artesano sigue teniendo intactos tanto la ambición como el sentido de la provocación. Ideas, sugestiones, metáforas... quien quiera / sepa captarlas, verá el encanto de la propuesta más allá de las sonrisas, que haberlas las hay y en generosa cantidad. El efectivo divertimento se transforma en una fascinante matrioska en la que se juega, a una velocidad endiablada, con los papeles de todos los elementos identificables. Teatro dentro del teatro... y dentro del cine.

Director convertido en actor, o dicho de otra manera, dominador convertido en dominado. Y viceversa. Personajes interpretando a otros personajes... que en realidad representan a personas reales. Thomas y Vanda... Emmanuelle y Mathieu, de nuevo juntos después de la maravillosa 'La escafandra y la mariposa'. Madame Seigner seduce, despierta carcajadas y pone los pelos de punta. Monsieur Amalric saca a la bestia parda que lleva dentro y se convierte, literalmente, en el joven Roman Polanski de 'El quimérico inquilino', quien va cambiando de piel y poseyendo constantemente a sus súbditos (nosotros incluidos). Tremendo. Por su parte, la realidad y la ficción, ni falta hace decirlo, se funden en este juego freudiano, hilarante, perverso y sadomasoquista. Polanski, más de medio siglo después, y a pesar de todo, sigue siendo la envilecedora y (quizás por esto) híper-estimulante voz de la -mala- conciencia a la que, de vez en cuando, es un placer escuchar. Todo esto casi sin moverse de casa. ¿Qué falta le hace?

Nota: 7 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

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