'La última aventura de Robin Hood': Tabloid
La estrella de Hollywood Errol Flynn murió en Vancouver, Canadá, a fecha de 14 de octubre de 1959, a los 50 años de edad. Para la eternidad legó una cincuentena de títulos de entre los cuales, clásicos tan memorables como 'Gentleman Jim', 'El halcón del mar', 'El capitán Blood' y, cómo no, 'Robin de los bosques'... lo que nuestros queridos lectores deberían saber (porque en esta publicación nos debemos a la verdad, y sólo a la verdad) es que las circunstancias en las que se encontró el cuerpo del famoso actor para nada se correspondieron con su ilustrísima carrera artística. Nos cuentan los testigos (porque sinceramente, ningún periodista de la redacción estaba a menos de 100 km a la redonda con respecto al epicentro de los sucesos) que los últimos minutos de vida de Mr. Flynn fueron una auténtica tortura, no sólo para él, sino también para cualquier ser querido que le quedara en aquel entonces.
Recordemos que el astro del séptimo arte se encontraba en tierras canadienses debido a las dificultades económicas por las cuales pasaba. Lejos quedaban ya los días de gloria en que los grandes estudios se apuñalaban entre ellos con tal de ofrecerle un contrato lo suficientemente jugoso como para conquistar su favor. La decadencia, debida a una combinación entre una edad que no perdonaba y una mala vida en la que abundaba el sexo el alcohol y las drogas (terrible, sí) jugaba en contra de un tren de vida que para seguir en marcha requería cada vez más sacrificios. Es por esto que el actor decidió desprenderse de una de sus más queridas posesiones: Zaca, su ostentoso yate con el que tantas aventuras había vivido, era ahora el objeto de deseo del acaudalado empresario George Caldough. Todo parecía dispuesto para que el trato se concretara, no obstante... había que algo que no marchaba bien. Errol Flynn venía quejándose de unos dolores de espalda que, por lo visto, se agudizaron hasta dejarle completamente indispuesto. Pocos minutos después, ahí le encontraron. Tendido sobre la moqueta, inmerso en un espantoso recital de espasmos, con espuma saliéndole por la boca y gruñendo unas últimas palabras del todo incomprensibles. Lo peor vino cuando por fin cesaron las convulsiones. Y es que al alcanzarle la muerte, su cuerpo experimentó los mismos procesos físico-químicos que experimentan el resto de mortales. Su esfínter se relajó por última y definitiva vez... permitiendo así que todos los excrementos acumulados a lo largo de las últimas horas, vieran la luz y se instalaran (y mancharan) su ropa interior. La habitación en la que se encontraba el cadáver quedó, por supuesto, perfumada con un potentísimo olor a descomposición humana, lo cual seguramente no fue exactamente así... pero eh, nos viene estupendo para introducir 'La última aventura de Robin Hood'. Al fin y al cabo, el filme escrito y dirigido por Richard Glatzer y Wash Westmoreland podría definirse como la más sucia incisión imaginable en el género del biopic. Poco o nada importa la mística de los personajes (no lo olvidemos, basados todos ellos en personas reales), pues de lo que se trata aquí es de rebajarlo todo no hasta alcanzar la desmitificación, sino hasta sobrepasarla para que la historia quede al mismo subnivel que la cloaca más infecta del mundo. Por supuesto, esto no es una recreación de los últimos suspiros del gran Errol Flynn, es la reinterpretación más maliciosa de una agonía, utilizada aquí para regodearse en el imperecedero morbo de la miseria humana ajena. Recuerden la teoría general de la fama, así como una de las leyes más universales de la ciencia: cuanto más alta la subida, más estrepitosa será la caída. Es más, es como si a veces deseáramos encumbrar a alguien hasta los altares del estrellato sólo para ver cómo el tipejo de turno se estrella (nunca mejor dicho) a posteriori. Planteada como una versión con más nombre de aquella pequeña sorpresa que llevaba por título 'An Education', y construida de forma rutilante a través de los distintos implicados, 'La última aventura de Robin Hood' se caracteriza primero por emperrarse en demostrar, escena tras escena, que el malgasto de potencial artístico sigue siendo, a día de hoy, un crimen no tipificado en los códigos penales del "mundo civilizado". Susan Sarandon, Kevin Kline e incluso la sobrevalorada Dakota Fanning rinden muy por debajo de sus posibilidades, y lo peor es que parece que lo hagan por consignas "de arriba". Esto nos lleva al segundo gran rasgo distintivo del filme: su mórbida obsesión por menospreciar todo lo que pueda ensombrecer el gusto carroñero de Glatzer & Westmoreland. El melodrama se convierte, casi desde la primera escena, en el artículo de última página de sucesos de la publicación más barata y ruin de la prensa amarilla. Glamour de tabloide; estupidez que surge de una distinción más falsa que el latón. El aire de TV-movie se devalúa, mientras, hasta que lo cutre y la vergüenza ajena se agrandan sobremanera, más aún que el ego más desbordado del más famoso de los intérpretes. Y efectivamente, los músculos se relajaron, los intestinos se vaciaron y la sala olió, por siempre jamás, a... eso mismo. Nota: 3 / 10por Víctor Esquirol Molinas