'La señorita Julia': ¿Con o sin reloj?
Advertencia. El chascarrillo que van a leer a continuación ha sido concebido sin ninguna mala intención, siendo simplemente una analogía metafórica empleada para contextualizar una respuesta emocional ante una película, no más que eso. Cualquier susceptibilidad relacionada con algún posible suceso real ruego sea dejada al margen.
Metafóricamente hablando y sin malicia alguna, esta nueva versión 'La señorita Julia' es como si se te cayera encima un muro de ladrillos. Uno a uno, a ladrillo por cada minuto de metraje a lo largo de 120 minutos, lo que hace un total de, bueno, hagan la cuenta ustedes mismos. Ladrillo abajo, ladrillo arriba, la sensación viene a ser la misma: la de haber sido sepultado por un muro de ladrillos.
Resulta considerablemente inmoral criticar una película protagonizada por Jessica Chastain, lo sé. Y molesta tener que hacerlo, siendo uno de los muchos pecados de los que uno siente que tendrá que rendir cuentas en su lecho de muerte. Aunque a decir verdad poco de malo podemos decir de la labor de la (en sueños) señora de muchos, ni de la de ella ni de las de Samantha Morton y sobre todo Colin Farrell, los otros dos vértices de esta "obra de teatro realista escrita en 1888 por August Strindberg que trata las clases sociales, el amor, lujuria y la batalla de los sexos con un fuerte toque de determinismo" según leo en Wikipedia, esa fuente de información de la que pocos se fían pero a la que muchos acudimos.
El problema principal de esta considerada como nueva adaptación que ya en 1999 contó con una versión norteamericana dirigida por Mike Figgis (y que de haber sido posterior, al ser norteamericana, hubiera tenido consideración de remake...), es precisamente que su naturaleza teatral es profusamente respetada hasta hacer de ello una pesada lacra. Literalmente. La que fuera musa del cineasta Ingmar Bergman en los años 70, Liv Ullmann, cae de lleno en una meticulosa representación formal de las palabras de Strindberg que muy posiblemente sobre un escenario sería aplaudida, incluso tal vez disfrutada, pero que encuadrada a través de una cámara sencillamente no funciona. Peor, resulta tan pesada como un muro de ladrillos.
La eterna duda, ¿cómo pasa el tiempo más deprisa, con o sin reloj? Es cierto que 'La señorita Julia' presenta unas interpretaciones muy apreciables, y es cierto que en momentos ocasionales la pasión que atenaza a sus personajes brota de la pantalla. Pero no es menos cierto que esta representación por lo general resulta demasiado estática e intelectual, demasiado "representada" forzando así los márgenes de una credibilidad de la que a menudo carece, estridente en su mesura y fría en su histriónico corazón tornando en pesadez la pretendida hondura de un relato traspasado en vez de relatado. O el concepto teatral en su peor vertiente cinematográfica, la de una elegancia administrativa tan cansina como un trámite burocrático.
Nota: 4,0
Por Juan Pairet Iglesias
Yo le voy a dar el aprobado holgado aunque solo por las interpretaciones, que me parecen fantásticas. En lo que respecta a todo lo demás, la cinta me parece muy irregular en su planteamiento, ya que en algunos momentos el diálogo entre los protagonistas resulta muy interesante y en otros pega un bajón impresionante o pierde toda su credibilidad. En lo que sí estoy de acuerdo es que este guión habría dado mejor resultado en el teatro que en el cine. Y bueno, también reconozco que la última parte de la película me exasperó...
Mi nota es 6/10.
Dónde las dan las toman.
Solsticio de verano, el día más largo del año en el que el sol sale más y pronto y se pone más tarde, día del afelio cuando el sol y la tierra están más alejados entre sí durante todo el año, noche mágica de deseos, alegría, celebraciones, bailes y danzas alrededor de una hoguera para ayudar al sol a recuperar su fuerza ya que, a partir de entonces, los días irán acortándose hasta el solsticio de invierno, noche de San Juan donde todo se confunde, todo es posible y la realidad se funde con la más exquisita y soñada fantasía.
"Como usted ordene miss Julie, estoy a su servicio"; dos personajes principales, señorita y criado, y una tercera mediadora que equilibra los desajustes altivos, pretenciosos y locos de la osada y descontrolada pareja, que vuelve a la caprichosa razón a su realidad, a su lugar de ser, a su clase perteneciente, una magnífica Jessica Chastain que acapara la atención de la cámara y la mirada seductora del espectador con exquisitez abrumadora, compás rítmico que cambia de entonación y clave de solfeo sin perder un ápice de su atractivo, interés y armonía fantástica acompañada, en su duelo escénico, dialéctico y emocional por un esmerado Colin Farrell que sale muy airoso y aplaudido de su misiva contraatacante, una pareja bien avenida, de potentes y enérgicas actuaciones más una ambientación detallada que cuida con esmero de las formas, del emplazamiento, que selecciona el plano minuciosamente y expone una fotografía abrumadora que es testigo silencioso de tan lustrosa guerra de clases, de sexos, de traciones, miedos, atrevimientos, palabras acusadoras y ensoñaciones nunca satisfechas.
La soledad como hermana perenne a ambos lados del muro, en uno, demasiado tiempo para divagar/en el otro, escaso tiempo para sobrevivir y no morir de necesidad, arrojo de poder tenerlo todo/horror de poder perder lo poco conseguido, seguridad del sitio asignado/valentía de encontrar nuevo destino, desprecios, orgullo..., un sin fin de cambios de panorama situacional, de rumbo afectivo, ilusionante y oprimido que traslada las tablas cercanas y dinámicas del teatro a la distancia fijada del fotograma bajo la supervición direccional de Liv Ullmann que se centra tanto en los pasos y la letra, en la imagen, etiqueta y vestido que se olvida de la esencia del contenido y la consistencia del camino, del disfrute del complejo entero, de la penetración sensible en las verdades acusadoras cual lanza dañina que debe eclipsar al oyente, mantenerlo atento con deseo y no dejarle observando sin apenas voltaje pasional pues, aún admitiendo el esfuerzo y completo trabajo de todas las partes integrantes, la audiencia se desvincula de los sentimientos vertidos, desconecta de las explosiones anímicas y se queda al margen de una partida que debería ser más rica para el corazón del que escucha, más conmovedora para una piel que permanece indiferente, más atenta y sabrosa para unos oídos que, incluso no perdiendo ni una migaja de lo manifestado y dicho en un sin fin vocablos, no logran encontrar margen para alentar al alma a sentir mayor devoción por este dueto que, sin duda, lo merecían pero que, malogrado lo vivido, no son capaces de traspasar la pantalla y lograr calidez en la concurrencia expectante que no vive, ni suplica, ni ruega, ni se apasiona, ni se arrepiente, ni enloquece, ni duda, ni manda, ni obedece, ni nada de nada, la noria es exclusiva para los intérpretes, el vidente nunca llegó a subir a ella y mira, desplazado desde lejos, como ésta sube y baja, da vueltas sin parar siendo la diversión, pena, promesa, temor sólo para ellos.
Irlanda, 1890, la señorita Julia está desbocada, se insinúa a su criado, enamorado en silencio de ella desde hace años quien estupefacto, nervioso, alocado y excitado no puede pensar con claridad ni manejar lo que su receptivo cuerpo le tienta a probar, a partir de ahí, una maraña de volteretas extrañas, impertinentes y atrevidas que giran al son de la escena, tiempo y espacio correspondiente para provocar un "...,ya no se quién soy en este cuerpo" que la campana de servicio y la luz del día guiará a uno, mientras el otro queda en la oscuridad estéril y anónima en la que ya vivía, todo vuelve al sitio/nada cambia, la noche más corta se acaba y hay que limpiar las botas del barón para que luzcan relucientes, se acabaron los disfraces, las fantasías y las esperanzas que de sueños no se come y el delirio de espejismos puedo provocar morir de frío y hambre.
Soñé que te tenía, desperté y volví al trabajo.
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