Buscador

Twitter Facebook RSS

'La jungla interior': Luis Miñarro presenta...

Vía El Séptimo Arte por 17 de octubre de 2014

Pequeño beso de Judas. En una industria cinematográfica (la española, se entiende) con una aversión tan fuerte al riesgo, son pocas (poquísimas) las personas que merecen ser admirados por su valentía. Una de ellas es sin duda el productor Luis Miñarro. Pocos como él han apostado, en este territorio, y de forma tan decidida, por el cine de autor en su versión más desvergonzadamente radical. Pocos como él han entendido que en el circuito comercial de toda la vida (que para nada tiene por qué ser descartado), no termina la vida de una película; que ésta puede, pues, crecer en otros entornos que le sean más idóneos (hablamos de festivales, de plataformas digitales de exhibición...). El resultado de esta filosofía es una colección de filmes únicos (cuánto cuesta usar este calificativo aquí), cuya formidable heterogeneidad converge en un punto igualmente maravilloso: el de la celebración de un arte cuya libertad (en las formas, en la concepción y ejecución) es prácticamente absoluta.

Dicho esto... cada vez que en los títulos de crédito de inicio aparezca aquello de ''Luis Miñarro presenta'', el espectador medio debería plantearse, muy seriamente, el poner pies en polvorosa. Básicamente porque lo que está a punto de ver tiene todos los números de haber estado hecho por y para mentes / conciencias / sensibilidades mucho más evolucionadas que la suya (que conste en acta, servidor se incluye entre los perjudicados). 'La jungla interior' es un claro ejemplo de ello. De hecho, ya la propia escena de apertura nos da muchas pistas de por dónde irán los tiros. Por supuesto, a los mortales nos invade la tentación de descifrar, de la forma más racional posible (error), qué puñetas está pasando aquí. En la pantalla, unas imágenes de flora selvática acompañadas por una voz en off que, presumiblemente, nos habla en alemán. Lo que sí es seguro (benditos subtítulos) es que nos cuenta la historia del increíble hallazgo del mosquito y la orquídea, a manos de Charles Darwin.

Vale, definitivamente esto no es Herzog (o sí... o no... o yo qué sé), porque acto seguido la cámara ha vuelto a España (ya saben, el país del no-riesgo). Ahí una pareja emprende los preparativos para la que será la larga ausencia de uno de sus miembros. Él, Juan, deberá pasar unos cuantos meses alejado del dulce hogar. Le llama el deber, desde lo más hondo de la negra jungla. Antes, la feliz pareja irá al pueblo donde Juan pasó su infancia. Allí, aflorarán las memorias individuales, las compartidas y las diferencias que amenazan con poner fin al amor. La más importante de éstas últimas, como sucede en casi todo buen proyecto de familia, tiene sus raíces en la (in)conveniencia de tener hijos. Así de sencillo: Él tiene claro que no quiere; ella, Gala, tiene clarísimo que sí, que sin descendencia, esto de la vida (ya sea con o sin pareja) carece de sentido.

A partir de una premisa tan trillada como ésta, el director y guionista Juan Barrero no se arruga ante su condición de debutante y ensalza, más si cabe, el sello Luis Miñarro. Del primer al último fotograma, pasando por cada diálogo, elipsis, desarrollo conceptual y gesto corporal de los actores, 'La jungla interior' es una salvaje reivindicación de lo único; de aquello que está orgullosísimamente alejado de todo lo que huela mínimamente a convención. Entre la ficción y el documental íntimo, la cámara parece que juguetee constantemente con un lenguaje (el cinematográfico, claro) que parece que esté ahí sólo para ser destruido. Puro ''miñarrismo'', que en los momentos de máximo furor creativo, nos da imágenes potentísimas (esa inseminación vegetal; ese parto, suerte de versión muy nuestra del cine de Naomi Kawase) que al mismo tiempo conllevan un torrente de pensamientos relacionados con temas tan trascendentes como la memoria, el pasado, la familia y, a la postre (es decir, en la desembocadura) el nacimiento de la vida.

Cine sin lugar a dudas fértil, cargado de motivos para prestarle atención (qué menos), y aun así, tan antipáticamente inaccesible... Lástima. La nuestra, pues somos nosotros quienes tenemos que ponernos las pilas. La suya, ya que es la misión del cineasta el que su arte acabe acercándose a la audiencia. Porque al fin y al cabo la escasa convivencia histórica que hemos mantenido con esta manera de entender el séptimo arte, nos pone, nos guste o no, en cierta posición de inferioridad con respecto a esas propuestas que, precisamente por esto, corren el riesgo de ser mal interpretadas como una mera (e incomprensible) prueba de que lo exótico no tiene por qué estar reñido con lo doméstico. En esta línea, Juan Barrero tampoco parece excesivamente interesado en que el hecho de desmarcarse no se confunda con una torpeza que, analizada fríamente la sensación de -frustrante- desconcierto final con la que uno se queda al final del primer visionado, para nada debe ser descartada. El problema está en que la duda está más cerca de provocar reacciones alérgicas, más que invitar a segundos intentos.

Nota: 4,5 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

< Anterior
Siguiente >