Resulta difícil quedarse con una buena impresión de ‘La isla de las almas perdidas’, por varias razones. La principal sería el más que evidente boom que está conociendo en la actualidad el género fantástico dentro del cine. Sagas como ‘El Señor de los Anillos’, ‘Harry Potter’ y en menor medida ‘Las crónicas de Narnia’, aparte de convertirse en las nuevas gallinas de los huevos de oro de las grandes productoras, han llevado al género fantástico a unas altas cuotas de calidad, elevando así los mínimos de exigencia. Acompañadas siempre de una espectacular factura técnica, su mayor logro, no obstante, va más allá del píxel.
En este mundillo, el gran premio se lo lleva el que sea capaz de reunir en una misma sala a espectadores de todas las edades, y sobretodo, el que consiga que tanto niños como adultos consigan evadirse por completo durante el tiempo que dure la historia. Para conseguirlo no es suficiente con los efectos visuales (si algo ha hecho bien el filme es recordarnos que esto ya casi lo tiene todo el mundo). Lo realmente necesario -y a la postre lo más complicado- es dotar de alma al conjunto. Irónicamente en este aspecto es donde falla ‘La isla de las almas perdidas’.
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