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'Jane Eyre': Revisiones no, gracias

Vía El Séptimo Arte por 01 de diciembre de 2011

Jane Eyre, una joven y sensible muchacha educada en un orfanato, huye de Thornfield House al poco tiempo de haber sido contratada como institutriz por el acomodado y misterioso Edward Rochester. La aislada y sombría mansión, así como la frialdad del dueño de la casa ponen a prueba la resistencia y la fortaleza de la protagonista, que verá cómo las paredes de su nuevo hogar irán estrechándose cada día más. Sin embargo, después de reflexionar sobre su pasado, su curiosidad natural la impulsará a regresar para averiguar el terrible secreto que oculta el señor Rochester.

Los clásicos universales (sea cual sea su formato, en esta ocasión, el literario), como tales superan la barrera del tiempo, sirviendo de inspiración a todos los que se acerquen a ellos sin prejuicios y con ganas de enriquecerse. No importa si el destinatario llega, como es el caso, casi dos siglos después de su publicación, pues la historia no habrá perdido un ápice de su valor original. La razón se encuentra en el atrevimiento por parte del autor a abordar temas con los que todo el mundo esté familiarizado (paradójicamente los más difíciles de tratar), y después, claro está, acercarse a ellos de forma satisfactoria.

La fórmula del éxito es sencilla en la teoría pero extremadamente complicada de llevar a la práctica. Por esto no es de extrañar que cuando se dé un fruto mínimamente apetitoso, el jugo de éste se extraiga a más no poder. Y más cuando industrias como la cinematográfica (con su complejo auto-impuesto de imparable locomotora que solo puede alimentar su caldera con billetes de cualquier divisa imaginable) entra en uno de sus constantes episodios de crisis creativa. Es entonces cuando toca mirar hacia otros territorios, en busca y en espera de una inspiración que por regla general, vuelve tarde o temprano. Ahí aparecen de nuevo los grandes clásicos, siempre dispuestos a ser manoseados. El bote salvavidas perfecto.

Pero ojo, puede haber trampa; pueden haber agujeros que hagan zozobrar la embarcación. El material es tan bueno que se puede recurrir a él en cualquier momento; en cualquier época. Pero visto desde otra perspectiva, el material es tan bueno que no todo el mundo puede sostenerlo, pues el experimento no haría más que dejar en evidencia la ineptitud del pobre inconsciente sobre el que ha caído el encargo de llevarlo a buen puerto. En este sentido, ¿quién es Cary Joji Fukunaga para siquiera atreverse a acercarse a la obra cumbre de Charlotte Brontë? Es un director que en el año 2009 ganó el premio a la Mejor Dirección en Sundance por la sobrevalorada 'Sin nombre'. Es un David moderno enfrentado a un Goliat clásico. No es nadie.

Entonces, ¿qué otra vía hay para que la jugada no se acabe rebelando contra su propio creador? Un concepto que actualmente está muy de moda: la revisión. No es que no se haya entendido el texto original, es que éste está siendo revisionado; está siendo enfocado desde otro ángulo. Entonces surge la gran mentira con la que se nos ha vendido la película que ahora anos concierne, enésima adaptación para la gran pantalla de 'Jane Eyre'. Nos vamos pues a la sempiterna campiña inglesa, donde el amor está siempre reñido con el honor y otras palabrotas cuyo significado ahora mismo lleva largo tiempo enterrado. Allí aprendemos que no hay que fiarse de algunos publicistas, que tienen la desfachatez de presentarnos el filme como una revisión en clave terrorífica del clásico de Charlotte Brontë.

Mejor decirlo cuanto antes: el terror está en el mismo sitio que el honor, criando malvas en algún agujero dejado de la mano de Dios. Pasada la decepción, toca rendirse una vez más -y van...- ante el descomunal talento y magnetismo de este monstruo de la interpretación llamado Michael Fassbender (así como ante Mia Wasikowska, que lleva con solvencia el peso de un papel para nada sencillo), ante la partitura de Dario Marianelli, y también ante el talento ahora confirmado de Fukunaga, que dota de sentido y sensibilidad cada fotograma de esta cuidadísima transición de las páginas al celuloide. La historia, universal donde las haya, ya la conocemos todos, y el exquisito empaque fílmico es digno del contenido literario, lo cual es el mejor piropo en este tipo de ocasiones. Así, lo único que acaba siendo revisionado aquí es la estrategia a seguir para conseguir un buen acercamiento entre -buena- literatura y -buen- cine. Fuera engaños; fuera humo... lo único que se ha necesitado para lograr esta admirable adaptación es un savoir-faire espléndido, cuyo moderno formalismo no empaña el respeto hacia la materia prima. Tan clásico como efectivo.

Nota: 6,5 / 10

Por Víctor Esquirol Molinas

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