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'Ingrid': El fuego camina con ella

Vía El Séptimo Arte por 29 de abril de 2010

A Álex acaba de dejarle su pareja sentimental. Por obligación y para pasar página, se instala en un nuevo piso donde conocerá a Ingrid, una joven artista envuelta por un halo de misterio. Al principio, sólo por intentar comprender su desenfrenado modo de vida, el protagonista se acercará cada vez más a su nueva amistad, creándose entre ambos un fuerte y peligroso vínculo. Entre espectáculos mágicos turbadores y reuniones de nuevas redes sociales que ponen los pelos de punta, Álex conseguirá que poco a poco el tormentoso pasado de Ingrid vaya saliendo a la luz.

Hasta hace poco se diría de Eduard Cortés que era un director que iba a contracorriente con respecto a las pautas más marcadas en el cine patrio. La razón es que era uno de los pocos cineastas cuya trayectoria profesional deja latente que nunca ha mostrado ningún reparo a la hora de encarar proyectos que podrían enmarcarse dentro del conocido como cine de género. Esto es, aquellas películas que más que obedecer a las tendencias sociales de una determinada nación que a la larga acaban repercutiendo de una forma u otra en su respectiva cinematografía, rinden fidelidad a una historia -y a su modo de narrarla-, cuya elección dicta ya buena parte del camino a recorrer. Son pues filmes cuya trama podría desarrollarse en cualquier sitio y que por ello se hacen comprensibles/digeribles más allá de las fronteras del lugar en el que han sido concebidas.

Esta práctica que no demasiado tiempo atrás constituía una auténtica rareza en nuestro país ha conocido en los últimos años un más que evidente -y bienvenido- proceso de consolidación. Por ejemplo, el que ‘Celda 211’ de Daniel Monzón arrasara de forma tan clara en los últimos premios de la Academia constituye una prueba testifical de valor irrefutable. Es por ello que el nuevo trabajo de Eduard Cortés, que es un claro exponente de este movimiento, suscitaba especial interés ahora que su modo de ver el séptimo arte es algo ya más estandarizado. Pero no es necesario que la tal ‘Ingrid’ muestre demasiadas cartas para darnos cuenta que el director ha dado un paso más -¿hacia delante o hacia atrás?- yendo ahora al cine de autor.

Hablando en plata, esto ha sido siempre y sigue siendo algo comparable a un salto al vacío sin red, o a irse de rallyes con Carlos Sainz en un coche que no disponga de piezas de recambio... lo que viene a ser jugar con fuego. Y más cuando el principal referente en este viaje alucinógeno no es otro que el mismísimo David Lynch. Esto tiene su cara amable en el sentido que el aclamado cineasta norteamericano se ha caracterizado a lo largo de su dilatada carrera por ser un maestro a la hora de captar la atención del espectador. Así lo hace Cortés sirviéndose de elementos tan lynchianos como lo son episodios desconcertantes que descolocan a un espectador al que le parecía tenerlo todo bajo control (muy interesantes las escapadas sonámbulas de la protagonista), o la visión hipodérmica de submundos perturbadores que coexisten con el nuestro.

No creo que se pueda discutirle a ‘Ingrid’ su capacidad para sacarse de la chistera piezas de puzle cuya forma ya sea razón suficiente para abrir bien los ojos. Donde ya cojea más la experiencia es a la hora de encajarlas. Si antes comentábamos el talento de Lynch a la hora de abrir puertas, también hay que detenerse ante su maestría para cerrarlas... aunque el espectador no siempre se dé cuenta. En la sesión en la que servidor vio el último trabajo de Eduard Cortés, durante buena parte de la proyección lo más oído en el patio de butacas fue un generalizado “pero, ¿por qué?”, hasta que los intentos para comprender lo que estaba sucediendo sucumbieron cuando al director todavía le quedaban muchas cosas que contar. O tal vez no. Con esta sospecha se sale después ver un final formalmente calcado al de la muy recomendable ‘La vida de nadie’, del propio Cortés, pero que en esta ocasión es revelador -por la locuacidad de su silencio- de la cara dura, o del abuso de narcóticos, del guionista.

En esta línea, hay que analizar como un factor sintomático el que en algunos carteles promocionales de la cinta se hiciera más hincapié en los grupos musicales -muy de moda todos ellos- que firman la banda sonora, que en los actores -muy flojos todos ellos-, hecho que por otra parte recuerda al caso reciente de la infumable ‘Trash’. ¿Se trata pues de un ejercicio vacuo de estilo? Seguramente. Y cuando un experimento conceptualmente tan radical como este gira de forma tan obsesiva en torno a ambientes tan sórdidos y desagradables sin ofrecer nada más a cambio, ni el estar viendo algo diferente evita las constantes miraditas al reloj para ver cuánto se va alargar esta tortura a ratos sugerente... pero tortura al fin y al cabo.

Nota: 4 / 10

Por Víctor Esquirol Molinas

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