El pobre Alex está a punto de descubrir que la vida puede cambiar radicalmente en un abrir y cerrar de ojos. Un día al volver a casa su gran amor le ha abandonado dejando tras de sí sólo una fría carta de despedida. Sin tiempo a reponerse, su puesto como exitoso publicista se ve en peligro desde que es puesto en directa competición con un compañero de trabajo para hacerse con la promoción de una potente firma japonesa. Con el corazón roto y agobiado por su situación laboral, nuestro protagonista topará literalmente con la joven Niki, que aparte de desquiciarle continuamente, le hará ver la vida desde otra perspectiva.
Aaah... el amor. Pronúncielo en italiano: “il amore”. ¿A que suena aún mejor? Pero al fin y al cabo no importa el idioma, ya que a todos -lo admitamos o no- nos chifla ese hormigueo que recorre todo el cuerpo y que termina siempre recordándonos lo imbéciles que podemos llegar a ser. Hay no obstante una gentuza que se pone todavía más a tono que nosotros con este concepto. Son los mandamases de las productoras cinematográficas, que a pesar de torturarnos de vez en cuando, hay que admitir que acostumbran a ser personas bastante listas. Y como tales, saben sacarle jugo, cuando más les convenga, a la gallina de los huevos de oro que suponen las películas románticas.
Son algo así como el renovado boom que está viviendo el 3D, otra estratagema que por lo visto garantiza siempre que un número satisfactorio de insensatos va a picar el anzuelo. Es tanto el poder de atracción que dichos reclamos a veces pueden caer en manos de descerebrados sin que se resientan los ingresos de la industria. De modo que mientras el mundillo tridimensional se permite el lujo de jugar con fuego “soltando al Kraken”, las películas que hacen del azúcar su alma mater lo hacen con títulos como ‘Perdona si te llamo amor’. O lo que es lo mismo, productos deficientes cuyo principal -por no decir único- aliciente es la pareja protagonista. En este aspecto, olvídense de la química entre los actores o de interpretaciones que merezcan ser recordadas y reciban con los brazos abiertos la enciclopedia de tópicos sobre los cánones actuales de belleza.
Por ejemplo, él es un publicista madurito que derrite el corazón de las chicas sólo con su mirada. Aspecto pretendidamente descuidado (pelo falsamente mal peinado, barba de tres días...) que luce mejor en su cochazo totalmente tapizado de cuero carísimo pero elegante. Tiene además un dúplex en Roma la mar de moderno y su trabajo le permite cobrar una pasta gansa sin tener que renunciar a ninguno de los caprichitos que hacen de este mundo un lugar tan maravilloso. Ella es una estudiante a punto de entrar en la universidad, impertinente, alocada, irritante, hiperactiva y maleducada... pero al igual que todas sus súper-amigas, está de muy buen ver. Si se suman los elementos se obtiene el anuncio perfecto para impulsar el turismo transalpino: “No vengan a ver nuestros monumentos y ciudades, mejor vengan a ponerse las botas con la carnaza nacional.” Ni las legendarias farras de Il Cavaliere en su mansión de Villa Certosa lo hubieran expresado mejor.
Con semejante elenco de personajes odiosos no puede esperarse demasiado de la función. Ni los horizontes morbosos (imperdonablemente desperdiciados... ¿se puede desaprovechar de una manera más burda una relación amorosa con tintes “lolitescos”?) ni el eventual pillaje de la sabiduría de grandes personalidades del mundo del arte (sabía que tarde o temprano lamentaríamos el fenómeno ‘Manuale D’amore’), ni los insulsos enredos amorosos consiguen salvar al filme de Federico Moccia de caer en la broma fácil, el sabor extremadamente dulzón y la auto-complacencia. Y aún gracias que los tres o cuatro momentos simpáticos de rigor hacen acto de presencia, para regalarnos al menos una ligera sonrisa... pero nada más. Un balance muy pobre para una supuesta comedia romántica.
Nota:
3,5 / 10
Por Víctor Esquirol Molinas
Si te soy sincero ni la conocía, pero por cómo la has puesto mejor me la ahorraré en su día.
Mala o no sea la peli, siempre tus críticas están a la altura de las circunstancias