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'El último concierto': Tócala una última vez

Vía El Séptimo Arte por 22 de agosto de 2013

Salen los veteranos componentes del cuarteto más prestigioso de la ciudad (título honorífico que ya convierte a cada uno de los integrantes en serios candidatos a Mejor Músico del planeta en su respectivo instrumento) y la firme seguridad que les acompaña se palpa en el ambiente. Cada uno se toma su tiempo para acomodarse en el asiento, para echar un último vistazo a los apuntes de la partitura y para intercambiar una brevísima mirada de complicidad (a estas alturas no hace falta más) con sus compañeros. La liturgia se respeta a rajatabla por una extraña combinación de elementos: por la firme convicción de que da suerte, porque hay que despejar nervios antes del recital y porque al público hay que hacerle esperar un poco. Nada mejor para alimentar -un pelín más- las expectativas de la audiencia, que es plenamente consciente de que tiene por delante más de dos horas (sin contar intermedios) de música sólo apta para los paladares más sibaritas... Y ahí está la trampa.

Y es que, en realidad, el mejor cuarteto de la ciudad, y por ende uno de los mejores cuartetos del mundo, desborda tanta confianza y tanta soberbia porque sabe que esta noche toca ante el público más fácil de conquistar: el que va con predisposición a aplaudir y, sobre todo, a contar después a todos sus amigos cómo alcanzaron el Olimpo de lo distinguido durante aquella mágica velada en la que deleitaron sus orejas con el mejor repertorio del mejor cuarteto de la ciudad, es decir, uno de los mejores cuartetos del mundo mundial. Como en el Club de la Comedia: abundan los que se ríen, a carcajada limpia, antes de que el humorista (por llamarlo de alguna manera) empiece a soltar sobadísimos chistes soeces sobre suegras y cuñados. Lo importante es pasar un buen rato, que para esto se ha pagado: para sentirse inteligente (que sí, que sí) y para más tarde compartir alguna que otra gracieta guarrilla con los amiguetes de la oficina.

Es una realidad empírica: la industria stand-up se nutre principalmente de la gente más triste y aburrida sobre la faz de la Tierra. Del mismo modo, hasta el excelso elitismo que rodea a la música clásica ve, de vez en cuando, a auténticos cretinos entre sus filas (créanme, escribe esto uno de ellos). Incluso en las mejores plazas abunda gentuza que no tiene ni puta idea de lo que va a ver / oír, y que está totalmente dispuesta a entregarse a las bondades de un cartel que le han prometido que es de lo bueno lo mejor. Y hasta aquí, que los músicos han empezado a tocar... y efectivamente, se confirman las mejores y las peores previsiones. Durante la hora y media larga que dura 'El último concierto', no se quita uno de encima la sensación de que ésta es una película que juega a ser mucho más lista de lo que realmente es, tal vez porque es consciente de que, con las armas de las que dispone, puede conquistar, con una facilidad casi insultante, a un público que, a poco que haya prestado un mínimo de atención a su ficha artística, acudirá a la sala (auto)convencido de la calidad del espectáculo.

En el cine, ya se sabe, a pesar de que actualmente ni Cristo pague una entrada, todo el mundo es libre de entrar. Bienvenidos pues los impresionables, que a buen seguro disfrutarán a más no poder cuando vean compartir escenas a monstruos especialmente del calibre de Christopher Walken, Catherine Keener o Philip Seymour Hoffman. Aunque siendo justos... ¿quién, con un mínimo de criterio / conocimiento, no sabría apreciar tanto talento comprimido en una sola pantalla? La verdad es esta, consiga a cuatro maestros de la cuerda, enciérrelos en una habitación durante unos cuantos días para que puedan ir congeniando y el éxito del show está garantizado. Consciente del inmenso potencial con el que se ha topado, el director y co-guionista Yaron Zilberman tiene la sensatez de echarse a un lado, permitiendo así que la luz de los focos llegue a quien tiene que llegar, esto es, a sus formidables actores, que como era de esperar, no defraudan, todo lo contario.

En este sentido, es de justicia señalar que la labor de Zilberman, a pesar de no ser tan brillante como (se) nos quiere hacer ver, y a parte de no interponerse entre él y lo que realmente importa, ostenta la esquiva virtud de conseguir que lo que realmente importa parezca todavía más importante. En otras palabras, si bien 'El último concierto' no logra destacar en ninguno de los frentes en los que se mete (muy adultos todos ellos... mirando la media de edad del elenco, no le queda otra), sí sabe elegir bien qué territorios explorar para que su cuarteto protagonista se luzca; para . Enredos amorosos más o menos agridulces; la desagradable certeza de que el tiempo no perdona a nadie; viejas rencillas que han ido carcomiendo unas dinámicas de grupo que quizás, para mayor amargura, nunca llegaron a ser más importantes que la fría conveniencia... Escenarios en los que los más débiles se derriten como la mantequilla, pero que los más fuertes usan en su favor para mostrar su valía. Mérito pues tanto del talentoso como del encargado de encontrar entornos en los que éste destaque. De modo que, entre lo sublime del pentagrama y la fogosidad e imperfección de las relaciones humanas, al film se le escapan notas desafinadas tanto en uno como en el otro acto, sin embargo ahí sigue, con toda la naturalidad del mundo, como si su música fuera celestial. Normal, con estos músicos, los mejores de la ciudad; de los mejores del mundo, las fisuras lo tienen casi imposible para hacerse notar.

Nota: 6 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

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