Nuestra vida es una película en la que solamente funciona el botón de Play, y llegado el momento, el de Stop. Es poesía de servilleta de papel, o de cantante pop, que es lo mismo, pero no por ello deja de ser cierta. La vida es una sucesión non-stop de vivencias, y a medida que avanzamos, más cuesta recordar dicha sucesión. Con el paso del tiempo ésta pasa a ser una colección de momentos más o menos inconexos que, a falta del botón de Rebobinado o de Avance Rápido, configuran los recuerdos que nos han llevado a lo que ahora es el presente. Ahora mismo la servilleta es un jeroglífico indescifrable, pero, y esto es lo importante, el mensaje original sigue percibiéndose ligeramente: nos hacemos mayores, y cuando echamos la vista atrás, no nos queda otra que tomar como punto de referencia ciertos momentos determinados que nos marcaron, y a partir de ahí hilvanar un discurso más o menos acorde con lo que realmente sucedió.
En 'El Skylab', cuarto largometraje como directora y guionista -y actriz, por supuesto- de Julie Delpy (en lo que de momento es un recorrido breve y algo irregular pero indudablemente no exento de interés) no cuesta demasiado ver signos de este discurso. Su historia nos presenta un más que evidente álter-ego (por coincidencia en edad así como en otros datos biográficos relevantes) de la intérprete gala, llamado Albertine. En un abarrotado tren se pelea con quien haga falta con tal de conseguir que su familia pueda ocupar asientos contiguos. En un momento de calma, apoya la cabeza en el cristal de la ventana, perdiéndose su vista en el paisaje... y su memoria en el pasado. Cómo no, su mente ha ido a detenerse en uno de los momentos antes comentados. Un momento que apuntaba a trauma insuperable, pero que fue derivando en lo que posiblemente sería uno de los días más maravillosos de su vida.
10 de julio del año 1979. Un error en los cálculos, o tal vez un trozo de información captado a medias, lleva a la pequeña Albertine a pensar que éste quizás sea el último día de la Tierra. Un cataclismo está a la vuelta de la esquina. Según le han dicho que ha dicho la tele que ha dicho la NASA, el satélite Skylab se ha salido de su órbita y cae en picado a una velocidad endiablada, con el punto de mira puesto en la Bretaña francesa, que es justamente donde va a celebrarse una reunión de su familia en honor al aniversario de su abuela. Un fin de semana con los seres más queridos... y el Apocalipsis asomando la cabeza (no, no es un remake de una de Von Trier). ¿Quién iba a olvidar este momento? Albertine (¿Delpy?) desde luego, no. El terror a convertirse en testigo de primera línea del fin del mundo caló tan hondo en ella, que todo lo demás sucedido durante aquellos días se grabó en su memoria sin hacer ruido, pero también de forma contundente.
Del mismo modo se presenta la trama de 'El Skylab', cuya continua sucesión de pequeñas vivencias no tapa un retrato acurado y preciso sobre los anhelos, celos, frustraciones, sonrisas y lágrimas que cimientan cada una de esas casas de locos llamadas ''familia''. La creada por Delpy muestra unas cuatro generaciones, está compuesta por gente de distintas nacionalidades y clases sociales... Los hay de izquierdas y de derechas; los hay de la rama más orgullosamente militar y del sector más bohemio e intelectual; los hay que hacen el amor veinte veces cada noche y otros que justo están empezando a sentir los efectos de la revolución hormonal en su cuerpo. Sobre el papel parece imposible, pero es algo que incluso nosotros hemos tenido ocasión de comprobar: esta legión de incompatibilidades, como por arte de magia, se reúne bajo el mismo techo, comparte la comida, se ríe y se emociona por las mismas razones...
Un gustazo. Desde una posición menos ambiciosa (pero igualmente respetable y regocijante), Julie Delpy juega a ser el Olivier Assayas de 'Las horas del verano' y no se hace daño en el intento. Al contrario, sale reforzada de la experiencia, al permitir que lo trascendental se filtre a través de lo anecdótico (que se da un buen baño de comicidad, ternura y nostalgia). Al igual que el satélite que terminó estrellándose en Australia (dejando retratado al cerebrito de la NASA que había pronosticado que haría lo propio en Sudáfrica), 'El Skylab' cinematográfico es un divertido y muy disfrutable laboratorio en el que la parte lúdica de las reacciones químicas deja paso a una recopilación de resultados igualmente jugosos. Tan buen balance se debe a la precisión e inteligencia de un guión al que no le entra el miedo ante la ingente cantidad de personajes a tratar. Cada uno tiene su(s) momento(s) de gloria... y también de bochorno máximo, obteniendo así el espectador una más que nítida imagen de un edificio cuyas piezas respiran, mostrándose tan independientes como en simbiosis con las de al lado.
Si bien la introducción de ciertos apuntes dramáticos en la recta final se antoja algo forzada dentro del conjunto, no por ello debe dejarse de agradecer a Delpy que se guarde algo de tiempo para detenerse en las notas más amargas presentes en cada familia, y que irónicamente, acostumbran a estrechar aun más -y a pesar de todo- los lazos entre sus miembros. Y así, entre discusiones acaloradas sobre tabúes sobre los que se ha construido una nación; entre grandes éxitos de Patrick Hernandez; entre cuentos fantásticos improvisados y relatos de terror con el susto final de rigor; entre besos dados y robados... la memoria de Albertine ha hecho que el viaje en tren pase volando, y que una lágrima haya hecho el amago de dejarse ver. No es solamente añoranza hacia tiempos pasados -que sí, seguramente fueron mejores-; no es el hecho de haber sobrevivido al fin de los tiempos, es la constatación del tesoro que la ayudó a formarse como persona... y del que tiene que cuidar ahora para que algún día, en algún otro tren, éste bucee en sus recuerdos con una sonrisa en la cara.
Nota:
7 / 10
Por Víctor Esquirol Molinas