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'Death Race': Regreso al pasado

Vía El Séptimo Arte por 02 de octubre de 2008

En el año 2012 la economía norteamericana se ha hundido definitivamente. Las altas tasas de paro han conllevado un exagerado aumento de la criminalidad, con lo que el sistema penitenciario de Estados Unidos ha quedado completamente desbordado. Para colmo de males, las prisiones están controladas ahora por frías empresas privadas que ven en los reclusos una portentosa fuente de ingresos. Para sacarles rentabilidad les hacen competir en unas salvajes carreras motorizadas en las que el vencedor es el hombre que queda con vida. Un infierno que el bueno de Jensen Ames está apunto de conocer de primera mano… pues acaba de ser injustamente encarcelado.

No he visto la película de Paul Bartel en la que se basa ahora Paul W. S. Anderson para realizar este filme, pero para emplear la jerga al uso, estoy convencido que sólo se ha limitado a cambiarle la carrocería al original. Bujías, engranajes, frenos, tubo de escape, etc. seguramente todo ello permanece en su lugar. Porque poniéndonos en situación, aquí hay coches, armas, sangre y bellas mujeres… qué más puede desear un hombre? Esto le da a uno qué pensar. Sobretodo en lo poco que ha evolucionado el cine -o los gustos del respetable, si es que la cinta finalmente triunfa en taquilla- en estos últimos años.

Si por alguna de estas casualidades ahora se me ocurriera ver una película de Sylvester Stallone de la época en la que empezaba a despuntar, ya sé lo que atenerme: a los ingredientes anteriormente citados. Pasados ya treinta años desde aquel entonces no veo nada descabellado pedir algo nuevo, y más tratándose de un remake (por paradójico que pueda sonar). Pues no, aún huele todo a aquel cine de antaño de serie B hecho por y para retrógrados dinosaurios, añorados de una época en la que el revólver era el objeto que más se acercaba a la ley. Así las cosas, estos “autos locos” bien podrían ser comparados con aquel clásico DeLorean de Robert Zemeckis: unas máquinas del tiempo que en este caso nos llevan de regreso… al pasado.

Pero quizás lo más indignante de todo ello es que, aunque me haya esforzado, no he conseguido quedarme con una mala impresión de ‘La carrera de la muerte’. Posiblemente sea por los bajos niveles de exigencia a los que me tienen acostumbrado estos productos, pero la verdad es que me he llegado a divertir con semejante tontería. La competición es trepidante, cruel y despiadada. Hay explosiones, saltos, derrapes y vueltas de campana. El sistema de valores del protagonista, digno de un niño de tres años, se ve complacido, y como era de esperar, él gana y los malos reciben su merecido.

Poco a lo que agarrarse, pero desgraciadamente ya se ha visto claro que tampoco se podía aspirar a mucho más. Paul W. S. Anderson en definitiva nos ofrece una casposilla ración de opio, que montada sobre cuatro ruedas aparca durante menos de hora y media -reducido metraje que sin duda es uno de los mayores puntos a favor del filme- en nuestro cerebro para después desaparecer rápidamente sin dejar una sola huella de neumático.

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