¿Èl sàben aquèl de los atracadores que entran en el banco? Seguro que sí, pero nunca está de más contarlo por enésima vez.
Sin cambiar una coma en el relato, que al fin y al cabo, confiesa, siempre te ha gustado el más-de-lo-mismo. Pues venga, vamos allá. Esto son un puñado de ladrones que planifican minuciosamente el golpe del siglo. Estudian a fondo la distribución arquitectónica del edificio a asaltar, los turnos de las distintas guardias, los ciclos en el cambio de contraseñas y la vida íntima de cada miembro del personal de la entidad financiera. Todo calculado al milímetro (bueno, tanto como esto... al centímetro, seguro) para que nada falle... Y si resulta que algo no sale como se había previsto, pues se improvisa. Y ya está. En fin, que tras meses de arduo trabajo, los malos malosos se ponen manos a la obra... solo para darse cuenta de que los malos malísimos ya hacía tiempo que estaban en ello. Y he aquí el eterno debate existencial: ''¿Quién roba a quién?'' O si se prefiere, ¿quién es víctima y quién es culpable? O si se prefiere, ¿quién está libre de culpa? O si se prefiere, ¿cuántos años de perdón obtiene el que roba a un ladrón?
En resumen, las dudas de siempre, resueltas (si es que se pueden resolver) como siempre. En 'Cien años de perdón',
Daniel Calparsoro sigue a lo suyo, copiando y pegando. En el caso particular, las fórmulas (clásicas y algo más modernas) de la heist movie, en su vertiente más americana. Como el ladrón que roba al ladrón (casi como aquel que quitaba a los ricos para dar a los pobres... sin hacerle excesivos ascos a lo de quedarse con un pellizco durante el proceso). El objetivo del trasvase es terminar, esto sí, y para que no haya confusiones, en España. Pero ojo, sin quedarse necesariamente allí. Que los personajes, las situaciones y, sobre todo, las poses, todo ello de origen netamente hollywoodiense, tenga su reflejo en un escenario mucho más familiar (el nuestro, vaya), pero que a la vez éste no se haga excesivamente alieno al público potencial de más allá de nuestras fronteras. Y sin remordimientos de conciencia que valgan, que al otro lado del charco hacen lo mismo con nosotros. Todo de forma tan directa como, a la postre, efectiva.
Hay quien lo llamará cara dura; otros optarán por hablar de oficio, y ninguno de los dos bandos estará del todo equivocado.
Acordémonos, por ejemplo, de 'Plan oculto', que pasa por ser uno de los mejores títulos en la carrera de Spike Lee. Lo era (lo es, de hecho) por su capacidad a la hora de mezclar lo vulgarmente conocido como ''comercial'' con lo que sin lugar a dudas era (es, perdón) autoral. Ahí estaba, un producto plagado de pistas en las que reconocer al culpable detrás de las cámaras, pero al mismo tiempo con las puertas siempre abiertas, de par en par, al consumo masivo. La acción, recordemos, se centraba principalmente en las tensas horas que duraba un atraco a uno de los bancos más importantes de Nueva York. La cámara seguía bien de cerca a todos los implicados. Tanto a los supuestos malos como a los supuestos buenos. Tanto a los que estaban dentro como a los que estaban fuera, convirtiendo así la teórica omnipresencia en la que habitualmente se mueve el espectador, en una sofisticada (y elegantísima) trampa en la que el engaño estaba justificado en pos de una relato con clase, pulso, conciencia social y ya puestos, hasta con la mala baba de la denuncia. Lo que venía a ser una propuesta completísima.
Diez años después, Calparsoro prueba suerte con una jugada bastante igual. En apariencia prácticamente idéntica, aunque más que de copia, es más acertado hablar de réplica. En ésta, la capital del mundo ha sido substituida por la meca mundial de la chapuza. En Valencia, está cayendo un chaparrón histórico (en el sentido figurado y en el más empapadamente literal). Con el Turia a punto de desbordarse, una banda de maleantes, armados todos ellos hasta los dientes, toman por la fuerza un banco y de allí no piensan salir hasta que no hayan logrado el premio gordo. En el año 2016, por si todavía había dudas al respecto, nada vale más que la información... más aún cuando el país donde nos encontramos (digámoslo bien alto: Es-pa-ña) va encadenando, desde vaya usted a saber cuándo, escándalos políticos, a cada cuál más gordo. Hay nervios, sí, y muchos, pero no sólo entre las paredes de la cámara acorazada, sino también en los pasillos de las sedes de los partidos gubernamentales.
Como con Spike Lee; con todos los elementos de los que él hacía gala... pero todos ellos sensiblemente rebajados. ¿Aguados? Pues sí, se acepta.
La buena noticia es que al final del recorrido, cuando la trama ha tenido que pasar la prueba de fuego del repaso memorístico en frío,
las cuentas siguen cuadrando. Quizás más in extremis si lo comparamos con, por ejemplo, con las incursiones genéricas de Daniel Monzón, pero sin irregularidades de peso. Ya lo quisieran ciertas figuras públicas de nuestra ilustrísima nación. Por el camino, el ''plan oculto'' se ha convertido en algo inevitablemente visible, y por ello, previsible. Afortunadamente, Calparsoro no se acompleja, y
convierte el presunto handicap del déjà vu, en el -infalible- placer del ''refill''. Como en las mejores cadenas de comida más o menos rápida: cuando el vaso está vacío, nos ampara el derecho fundamental de rellenarlo, ad eternum, con la misma sustancia. La próxima vez que estén allí (¿mañana, por ejemplo?) fíjense a ver si hay alguien que renuncie a ello. ¿Y qué si el valor nutritivo del contenido es más bien nulo? ¿Y qué si venimos de, por lo menos, cinco rondas anteriores? El vaso sigue estando lleno, la potingue sigue sabiendo bien y la presentación (que de esto se trata, de que la fachada luzca), aunque impersonal y poco novedosa, sigue cumpliendo en sus funciones de reclamo. ¿Y qué si los que teníamos como auténticos maestros del mal (los de fuera y dentro del banco; los de delante y detrás de las cámaras) no son más que un atajo de patosos? ¿Acaso no ayuda esto, voluntariamente o no, al entretenimiento? ¿Acaso no seguimos estando en la patria de Santiago Calatrava y Rita Barberá?
Nota: 5 / 10
por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol