El estricto sentido del deber obliga al guardia penitenciario Juan Oliver a presentarse con un día de antelación a su nuevo lugar de trabajo para tantear el entorno laboral e ir confraternizando ya con sus compañeros. Con una sonrisa entre ceja y ceja deja en casa a su mujer que está a punto de dar a la luz. Todo parece un camino de rosas en la vida de nuestro protagonista, pero en pocos segundos todo se tornará en una auténtica pesadilla, pues un brutal motín ha estallado en su prisión, y ha tenido la desgracia de quedarse encerrado con los presos.
No es la primera vez que Daniel Monzón se sumerge en el mundo carcelario. Buena parte de la acción de ‘El robo más grande jamás contado’ transcurría entre barrotes, eso sí, desde un tono muy diferente al que hoy nos atañe. Algo que por otra parte ilustra muy bien la carrera de un director que hace del constante cambio de género entre proyecto y proyecto uno de sus estandartes. Así, si con la preparación del robo del Guernica se nos mostraba una visión de las cárceles cómica y obviamente bastante poco fidedigna, todo lo contrario sucede con ‘Celda 211’, película trepidante que se apoya en su casi inquebrantable realismo para inyectar en el patio de butacas terror y adrenalina en estado puro.
Consciente de las exigencias del guión, es de agradecer que Monzón vaya directo al grano. Las presentaciones son escuetas pero suficientes y sin casi sin enterarnos, ya nos veremos envueltos en el terrible sublevamiento. A partir de ahí, el peor día en la vida de Juan; las horas más largas sufridas por el cuerpo penitenciario; el -sanguinario- momento de gloria de los reclusos... llámese como se quiera, pero todo ello se traduce en un formidable e intensísimo espectáculo. Viendo el entorno y las circunstancias que envuelven la historia, podría pronosticarse que el filme va a ir por los derroteros del retrato social o de la crítica política. Efectivamente nos encontramos con estos elementos, pero al fin y al cabo, todo apunta a algo más puro; más simple, pero no por ello más fácil de llevar a cabo. De lo que se trata aquí es de entretener al espectador agarrándole del cuello, sin apenas darle tregua.
El mérito de que este objetivo se cumpla (buena prueba de ello es que las casi dos horas de metraje se hacen efímeras) está compartido a partes iguales por el sólido guión y la cada vez más experta tarea -en lo técnico y lo artístico- de Daniel Monzón como realizador. El texto basado en la novela de Francisco Pérez Gandul y firmado por Jorge Guerricaechevarría y el propio cineasta sabe jugar muy bien sus cartas, asfixiándonos cada vez más, dibujando muy bien a los personajes y, salvo algún detalle algo cogido por los pelos, consigue que la trama avance sin vacilar y sin fisuras destacables. Por su parte, Monzón da sentido a este monumental caos, planificándolo, estructurándolo y sobretodo retratándolo sin ningún tipo de rubor para acabar confirmando que (a pesar del torpe uso de los flashbacks, que más que dar respiro, cortan el innegablemente excelente ritmo narrativo) estamos ante una gran película.
Pero no se puede analizar ‘Celda 211’ sin una mención especial a Malamadre. ¿Querían un personaje extremadamente memorable? Ahí lo tienen... y ahí lo tendrán durante mucho tiempo. Algo muy gordo debería pasar para que el gran Luis Tosar, dominador de todos los registros imaginables, no ganara este año, como mínimo, su tercer Goya. Porque hace helar la sangre, porque su voz cavernosa y su sola presencia hacen que todo el mundo calle, porque es violento pero listo (en este aspecto, da gusto oír a esta auténtica metralleta del ingenio más popular)... porque está al mando. Es el monstruo, el que bajo su aparentemente imprevisible agresividad esconde infinitas estrategias para seguir siendo el rey. Rey de la jungla, de un infierno poblado por machos alfa, siempre dispuestos a apuñalarse por la espalda los unos a los otros. Un paisaje dantesco de hormigón, metal y cristales rotos. Un panorama extremo donde sólo sobreviven las personas más extremas. Así es ‘Celda 211’, uno de los mayores logros del cine español de los últimos años.
Nota:
7,3 / 10
por Víctor Esquirol Molinas
8,5 /10
Un fantástico guión, con escenas que exigen gran despliegue (en las escenas en los que intervienen muchos presidiarios, por ejemplo) e interpretaciones creíbles debido al perfil de los personajes que están interpretando. En éste campo actoral, el cast principal realiza su labor sin fisuras, no hay peros que poner a sus trabajos. Sobre todo, Luis Tosar brilla como Malamadre y su ya mítico acento y caracterización. No sé si le veré en papeles mejores que éste.
Otro punto positivo es que apenas hay tiempo para descansos. En casi todo el metraje, los sucesos se desencadenan como fichas de domino que van cayendo. Al llevar bien narrativamente el desarrollo, desde mi punto de vista, no llega a ser empalagoso.
El mensaje que quiere transmitir la película es quizás algo que ya se ha visto en otras cintas; aunque en esta ocasión lo lleva de una manera algo más original ya que retrata cruelmente a miembros de los que se ocupan de repartir orden y justicia.
Si en España se puede 'parir' películas de esta calidad es que no debemos tener mal personal, a pesar de que a veces pueda parecer lo contrario.
Gran trabajo de Tosar y de Daniel Monzón, la trama muy bien elaborada con una perfecta plasmación de la realidad carcelaria, ambiente y personajes muy logrados. 9/10.
Spoiler
7,5