El mayor logro que jamás conquistó el Diablo no fue el de convencer a la humanidad de que no existía, sino el de hacerle creer que tras haber sido aplastantemente derrotada, tendría posibilidades reales de conquistar la victoria en una futura partida. Digamos que el tipo se aburre a más no poder... y más aún lo haría si su rival dejara de jugar por aquello de perder la fe. Aplicado al fútbol, ¿se fue Mourinho de la Liga porque Tito no le seguía el juego? Pues en parte sí. Aplicado a Cannes, que sin duda es un festival diseñado por el mismísimo Belcebú: los miembros acreditados de la prensa (los de menor rango, sobre todo) se despiertan cada día preguntándose cómo van a gestionar las pocas horas de sueño que han logrado juntar durante la noche anterior; cómo van a lograr cuadrar en un solo horario todas las películas que quieren ver y también qué tipo de putaditas preparadas por la organización van a tener que tragarse. Cada día la oferta cambia. La creatividad es ilimitada. La frustración, también. Y aun así, sigues con ganas de volver al Palais.
Porque el certamen lo vale, y porque en el fondo, eres lo suficientemente insensato para pensar que mañana segurísimo que ya no te pillan; que el corte de mangas se lo dedicarás tú a ellos. Y luego, simplemente... no.
A base de lecciones como ésta se curtió, y de qué manera, un tal
Todd Haynes, allá por la década de los 90, cuando la generación indie pasaba de ser otra anomalía del mundillo, a un fenómeno de talla mundial, cada vez más incontenible. Para que dicho crecimiento llegara a materializarse,
se requirió mucho talento, muchas esperanzas, mucha voluntad... y algún que otro pacto con los Weisntein. Hablando del Diablo... Y claro, no hay luz sin oscuridad. De esto último se empapó el mencionado director, hace unos meses, gran reclamo en Cannes; en su día, gran abanderado de los independientes estadounidenses... cuyos métodos de rodaje y, en general, de producción, chocaron frontalmente primero con los grandes estudios y después, como no podía ser de otra forma, con los del Productor de Productores. Lo realmente jodido del asunto es que Harvey Weinstein tuvo siempre por costumbre el reservarse todos los derechos a la última palabra, lo cual en su caso acostumbraba a traducirse en el último golpe de tijera (perdón, de destral... perdón de sierra mecánica) en la sala de montaje. Los resultados de la simulación seguramente no les engañen: Ganó el malo.
Joder si lo hizo. De tal manera que a Haynes, sumido en una depresión de campeonato, por poco no se le quitan, para siempre, las ganas de volver a ponerse detrás de las cámaras. De esto, por suerte, hará ya casi veinte años. Tiempo suficiente para que hayan sanado las heridas, para que se hayan recuperados los ánimos, y para que el Diablo haya vuelto a cobrarse las mieles de las más dulce de sus conquistas. Es 16 de mayo de 2015. Por los pelos entramos en el segundo pase de prensa de 'Carol', película a Competición por la Palma de Oro, dirigida por
Todd Haynes, ocho años después de 'I'm Not There', su último largometraje... y presidida por el logo de The Weinstein Company. Ante tal imagen, se oye un tímido silbido en la sala Bazin. Botón de Pausa. ¿Qué está pasando aquí? ¿Cómo se han vuelto a juntar estas dos fuerzas de la naturaleza? ¿No le quedaba otro remedio al pobre director para levantar su película?
¿Será que pasado todo este tiempo, el hombre se ha autoconvencido de que podía ganar al Diablo en la revancha? Una vez más en aquella extraña 68ª edición del Festival de Cine de Cannes, tragamos la saliva y contuvimos la respiración. Soltamos el aire, esto sí, cuando apareció en pantalla el nombre de Christine Vachon, Guerrera de Guerreras, incansable defensora de las buenas causas autorales. Las balanza parecía un poco más nivelada.
Sólo que en esta ocasión, los platos se decantaron descaradamente a favor del director. Vive Dios. 'Carol', adaptación a la gran pantalla de la novela de Patricia Highsmith, 'The Price of Salt', nos sitúa en la
América de los años 50, ese escenario que el imaginario colectivo, mayormente, ha convertido en el terreno de juego ideal para el cineasta californiano (véanse, por ejemplo, 'Poison' o 'Lejos del cielo'). Ahí, se produce un flechazo. Carol ve a Therese, y Therese ve a Carol. La conexión surge al instante. Saltan las chispas. Barrido de colores y... ha empezado el cuento. El envoltorio de éste es claramente navideño. El frío se ha instaurado en la calle, las guirnaldas presiden las puertas y el ambiente viene cargado con esa paz y armonía tan típicas como, a fin de cuentas, falsas. El espíritu, va mucho más abajo. Poniendo el campamento base en una técnica y una ambientación de la época simplemente impecable (genial fotografía Edward Lachman; igualmente sublime partitura de Carter Burwell), Haynes va escalando, poco a poco, hasta levantar
una auténtica clase magistral. De cómo acercarse al melodrama y de, básicamente, cómo hay que dirigir una película.
Para ello, es primordial conectar con la historia que va a contarse; con las bases definitorias que ésta requiere. El mundo femenino en el que tan a gusto se siente el director toma la forma de un juguete con el que Todd disfruta tanto, que es como si volviera a sentirse niño. Como si volviera a ese tiempo perdido en el que todavía no había pactado con el Diablo.
El mocoso de marras, eso sí, tiene una sensibilidad e inteligencia desarrolladísimas. La consciencia de época a la hora de filmar cada gesto, cada frase y cada beso atrapado en el limbo, es tan descomunal, que no nos queda sino apiadarnos del próximo infeliz que se atreva a seguir la estela marcada por Haynes en el género. Porque obviamente no sólo se trata de preparar los decorados y divertirse viendo qué vestido queda mejor para cada ocasión, sino más bien de tener un control absoluto de todo lo que el espectador acabará viendo. En este sentido,
'Carol' es un monumento a la puesta en escena. Durante las dos horas que dura la película, salta a la vista que quien mueve los hilos
tiene clarísimo todo lo que contiene cada plano, todo lo que pasa en él (incluso lo que queda fuera del encuadre, algo igualmente revelador)... en definitiva, todo lo que él nos cuenta.
A partir de ahí, la sinfonía de emociones no podía sonar más afinada. El domino del lenguaje fílmico es tan absoluto, que casi pasa inadvertido.
¿Quién necesita voces en off cuando sabe dónde poner, y cómo mover la cámara? ¿Quién precisa de recursos sensibleros cuando trabaja tan bien con una pareja (Cate Blanchett & Rooney Mara) tan en estado de gracia? ¿Quién necesita estridencias en el discurso cuando la exposición de los hechos, nítida y cristalina donde las haya, ya plasma, de la mejor de las maneras, esa represión socio-sistemática cuyas secuelas siguen, hoy en día, casi igual de visibles?
Imposible que Harvey haya puesto mano en esto. Con ello, gana Haynes, sin duda. Y los Weinstein. Y lo más importante, el cine. Y ya que con preguntas estamos, ¿quién no desea que ningún hombre (o mujer) pueda separar lo que la Vachon y los Weinstein han unido?
Bienvenido (de nuevo), Mr. Haynes. A partir de ahí, poco importa que aquella Palma de Oro se escapara para homenajear a la carrera de Jacques Audiard, menos importa aún el que el #OscarsSoWhite no sea el escándalo más gordo que nos haya dejado este año la Academia... sólo vale 'Carol', redonda en la sensibilidad, sutileza y pasión tanto en el retrato sentimental como en su correspondiente mapa circunstancial. Hablamos, definitivamente de la obra maestra de un maestro, consagración (una más) de la mirada, pero sobre todo la caligrafía de Todd Haynes, patrimonio universal del cine.
Nota: 8 / 10
por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol