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'Carancho': C(r)ash

Vía El Séptimo Arte por 23 de septiembre de 2010

Luján, doctora de un hospital de Buenos Aires, no pasa precisamente por su mejor momento, debido a un descontento general con su vida profesional y sentimental. Cada noche patrulla en ambulancia las calles de la capital argentina en busca de una nueva vida que salvar, pero sin ninguna aparente motivación aparte de la de llegar una vez más al final de la jornada. En uno de sus turnos, va a tratar a un herido en un accidente de tráfico. Con él va otro hombre llamado Sosa, un abogado que se ha quedado sin licencia y que trabaja para una asociación cuyas actividades frecuentan demasiado a menudo los límites de la legalidad.

Me comentaba un día un amigo argentino que si había tantos compatriotas suyos disgregados por el planeta era para evitar el colapso de su país. Es decir, ninguna nación en el mundo podría sostener a tanto listillo en sus dominios. Es el tan español concepto de la picaresca llevado al extremo, que dibuja un panorama insostenible en el que todo el mundo se dedica exclusivamente a encontrar una nueva manera para estafar al prójimo. Por ejemplo, imagínense lo extendida que está allí esta cultura del engaño que popularmente se ha llegado a designar un término concreto para aquella gentuza que se lucra del mal ajeno, especialmente de los accidentes de tráfico, con las consiguientes y apetitosas indemnizaciones de las aseguradoras. Son los “caranchos”, bautizados así en alusión a un tipo de ave carroñera.

Antes de seguir, si el primer comentario referente a la pillería había creado la expectativa de que la película seguiría la estela de ilustres como ‘Nueve reinas’, olvídenlo, pues en ella no hay el menor atisbo de comedia. Si algo hemos aprendido de las películas de Pablo Trapero es que no es precisamente demasiado amigo de las risas. Algo que ha quedado más latente en sus últimos trabajos que, lejos del -leve- vitalismo mostrado en títulos como ‘Mundo grúa’ o ‘Familia rodante’, sumergen al espectador en submundos terribles en los que la esperanza ha pasado a ser el más escaso de los bienes de lujo. ‘Leonera’ (su última película hasta la fecha, que nos describía el día a día de una joven embarazada en una cárcel para mujeres) marca pues el camino a seguir para ‘Carancho’, en lo que al tono del discurso se refiere.

Volviendo a la teoría de los submundos coexistentes en la realidad que percibimos / asimilamos, el planteamiento del filme recuerda ligeramente al del clásico de David Lynch, ‘Terciopelo azul’. Un hecho inusual mezclado con lo cotidiano (una oreja amputada en el césped de un jardín en un caso; un atropello en plena noche en el otro) marcará el inicio de un vertiginoso descenso a los infiernos por parte de los protagonistas. Un infierno que siempre ha estado allí, pero que al mismo tiempo, muy hábilmente ha sabido mantenerse en la sombra hasta permitir ser descubierto (valiéndose de “casualidades” del destino o directamente de sus cantos de sirena) por personas debidamente preseleccionadas.

En este caso se trata de dos almas en pena que hace tiempo cogieron un ticket de ida sin regreso hacia su propia perdición. Una sensación que Trapero imprime desde los primeros fotogramas, al seguir siempre muy de cerca tanto a Sosa como a Luján, haciendo que el entorno en el que se mueven queda diluido en una espeluznante nebulosa de caos e incertidumbre de la que en cualquier momento puede salir un diablo que los arrastre definitivamente hacia una pesadilla demasiado real para escapar de ella. Éste es uno de los principales rasgos identificativos en la filmografía de Pablo Trapero, su capacidad para plasmar en el celuloide realidades hirientes; que por su moralidad se hacen difíciles de aceptar, pero cuyo retrato nunca carga con la sospecha de la impostura.

Ya sea adoptando el papel de removedor de conciencias o el de naturalista, el cineasta bonaerense se confirma proyecto a proyecto como un excelente diseccionador de estos inframundos que a pesar de que les demos la espalda, no por ello dejan de existir. En este caso, las imágenes brumosas antes comentadas no impiden que veamos con claridad meridiana los engranajes de un sistema que, ante tanta corrupción, no tiene ningún reparo en taparse los ojos... y alargar la mano para no desperdiciar la ocasión de sacar tajada. Es como el laberinto jurídico planteado por John Grisham en ‘Legítima defensa’ (que contó con una adaptación a la gran pantalla a manos de Francis Ford Coppola), pero con tonos mucho más oscuros, desagradables, violentos, deshumanizados.

Este análisis que tan mal cuerpo deja (en el buen sentido... alabadas sean las películas que consiguen dejar poso en el público) es el que consigue esconder de forma muy elegante los defectos de ‘Carancho’, que tenerlos los tiene. A saber, la frialdad de la cámara de Trapero, arma de doble filo que si bien le permite convertirse en un excelente cirujano, no le abre ninguna puerta a la hora de poder considerarle un buen captador de los sentimientos humanos. La relación entre Sosa y Luján (encarnados muy eficientemente por Ricardo Darín y Martina Gusman), no consigue establecer un diálogo directo con el espectador, convirtiéndose a ratos en un lastre, más que en el hilo conductor que debiera ser. No es que esté mal plasmada, pero la excesiva distancia emocional que adopta el director no ayuda a empatizar con los protagonistas, lo cual en más de un tramo acaba derivando en un serio problema de ritmo en el desarrollo de la trama.

Pero como se ha dicho, es de agradecer que estos puntos negativos queden enterrados en la podredumbre (otra vez en el buen sentido de la palabra, si es que existe) descrita por Trapero, y en un crescendo narrativo ciertamente bien llevado que concluye en una memorable escena de infarto. Catarsis inducida que como tal peca algo de previsibilidad, pero también acentúa el fatalismo de la cinta y de paso deja constancia de la calidad fílmica que ahora mismo atesoran las tierras argentinas. En este sentido, el cajón más alto del podio lo sigue ocupando la impresionante secuencia de la persecución en el estadio de fútbol filmada por Juan José Campanella en ‘El secreto de sus ojos’, pero Pablo Trapero poco tiene que envidiar ante tal grandeza. Excelente síntoma para la cinematografía albiceleste.

Nota: 6,8 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

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