El destino de Javier empieza a escribirse con el estallido de la Guerra Civil. Después de que su padre, que ejerce de payaso, sea reclutado a la fuerza por las tropas republicanas, la desgracia se ceba con él: es separado de la poca familia que le quedaba y debido a la situación del país, se esfuman las pocas posibilidades de tener una infancia normal. Todo apunta a que va a estar condenado a ponerse siempre en el papel de payaso triste... aunque esto no tiene que privarle necesariamente de encontrar al amor de su vida. Un amor por que le tendrá que luchar a muerte.
Un breve repaso a los últimos años de Álex de la Iglesia nos indica que... en su día dio la sensación de que no mucha gente prestó atención a 'Crimen ferpecto' (lo mismo le pasó a la serie televisiva 'Plutón BRB Nero' y a la TV movie 'La habitación del niño'). En 'Los crímenes de Oxford' sucedió algo por lo que no estábamos preparados: el viaje valió la pena; las intrigas matemáticas y policíacas cumplieron su misión de entretener y engañar a nuestro cerebro... pero en ningún rincón de la prestigiosa universidad inglesa se encontró rastro alguno del director que firmaba el proyecto. Película correcta, intrigante, pero impersonal. Desde su nombramiento como presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España ha mostrado su faceta más calmada, sensata y conciliadora.
Conclusión: muy calmadas han estado las aguas en la casa de la Iglesia... demasiado. Sobre todo si tenemos en cuenta los inicios cinematográficos del bilbaíno. Los que nos habíamos encariñado de él lo hicimos más por su divertidísimo gamberrismo desenfrenado que no por su buen saber hacer (que también lo tiene). Era un cineasta que saltaba a la vista que había nacido con un don especial para la mala leche, el humor negro y también para el estruendo, la locura y el caos. Alguien que tiene esas cualidades puede serenarse o estar más o menos en silencio durante una temporada, pero tarde o temprano llegará el momento en que explote, ya sea por necesidad biológica, ya sea por refrendar su condición de eterno enfant terrible. Si además se juntan los astros para que dicha ratificación sea otorgada en un marco incomparable -Venecia- por otro director que mantiene ese mismo status -Quentin Tarantino-, mejor que mejor.
En este contexto tiene que situarse 'Balada triste de trompeta', una película que viene a recordarnos -entre otras cosas- lo vital que es para la industria cinematográfica la existencia de suicidas. Gente que ve la muerte y se ríe en su cara, gente que no teme arriesgarse; a desviarse del camino marcado por la mayoría; a probar suerte con el más difícil todavía. En esta ocasión, y para mayor deleite del público, Álex el Equilibrista se ha propuesto subir hasta arriba del todo de la cruz del Valle los Caídos, saltar al vacío efectuando un triple mortal con tirabuzón mientras va disparando las dos metralletas con las que va armado y expresando a grito pelado su visión sobre ese manicomio llamado España... para acabar cayendo de pie sobre un botón que hará estallar más de cien kilos de dinamita esparcidos por los alrededores. Pasen y vean... y dejen a los niños en casa.
De modo que el Gran Álex está listo para que empiece el espectáculo. Después de unos redobles de tambores, y en otra muestra de arrojo marca de la casa, emprende el vuelo sin pensárselo dos veces. De este show puede salir algo muy grande. Durante la caída el fuerte viento, la falta parcial de visibilidad y el ruido de las armas de fuego impide oír del todo bien lo que el artista quiere contarnos. Lástima. Sin perder la compostura, y siempre pensando en el gran final, este Increíble Hombre Bala se las ingenia, cual felino en pleno estado de forma, para caer con los dos pies juntos justo allí donde se lo había propuesto... aunque fracturándose una pierna, y no consiguiendo que todo el material explosivo se deje ver en el castillo de fuegos artifícales que tenía en mente.
El balance final de 'Balada triste de trompeta' evidencia el precio que a veces hay que pagar cuando el autor intenta imponerse a su propia obra. De la Iglesia muestra tantas ganas de recordarnos lo bien que se sentía filmando una masacre al son de ''La Fiesta'', de Karina, o que no concibe una relación amorosa sin sangre de por medio, o que los batidos de caspa y nitroglicerina son su postre favorito, que pierde el sentido de la consistencia. Se ven en esta personalísima película (es la primera vez que firma el guión sin la colaboración de Jorge Guerricaechevarría) muchas referencias a un universo propio que ido configurando a lo largo de sus trabajos. Triángulos amorosos ultra-tormentosos que ya se manifestaban en la fundacional 'Acción mutante', borbotones grotescos al más puro estilo 'El día de la bestia', una cinefilia exquisita, pequeños apuntes sobre el mundo del humor y el espectáculo que nos remiten a la incomprendida 'Muertos de risa', relacionado con ello, una comicidad violenta inconfundible, etc.
Definitivamente, Oxford queda muy lejos. Este filme sí que muestra con mucho orgullo el sello de la Iglesia... tanto en lo bueno como en lo malo. Es como si el director hubiera echado en falta su identidad, y ahora que por fin la ha reencontrado, no quiera separarse de absolutamente ningún aspecto de ella. Si bien este grand guignol sirve para que luzcan de nuevo en pantalla las virtudes -que no son precisamente pocas- del ahora presidente de nuestra Academia de Cine, también es ideal para comprobar que pasa el tiempo, pero que sus tics siguen repitiéndose. A saber, una excesiva adoración por la anarquía que se traduce en una narración demasiado dispersa (hay grandes momentos, grandes frases, pero sin sensación de continuidad), en la que encontramos personajes poco definidos, que por ello nos recuerdan a marionetas al servicio de causas mayores.
Aquí este propósito más elevado corre el riesgo de ser silenciado por la tormenta de ira y hemoglobina desatada desde la primera escena. Casi se pierde, pero consigue sobrevivir. En medio de tanto ruido, acompañado por el forzadísimo lirismo de Raphael, y en una época en la que el concepto ''memoria histórica'' levanta tantas ampollas -no lo olvidemos-, Álex de la Iglesia se muestra valiente y dibuja una España en transición que arrastra una herencia pesadísima de la Guerra Civil, o incluso anterior. Un país de locos, en el que la maldad de vencedores y vencidos hace que esos dos grupos se diluyan, poniendo así en duda la teoría de ''las dos Españas'', y creando un todo desquiciado, en continua pugna por conquistar el amor de una patria tan caprichosa como tramposa. Y entre tanta ruina, miedo y destrucción, unos payasos que nos enseñan a reír... por no llorar.
Nota:
6 / 10
por Víctor Esquirol Molinas