Silencio sepulcral y totalmente respetuoso en la sala. El maestro, el mismo que en su última clase magistral de realismo histórico conquistó la práctica totalidad de la comunidad cinéfila, vuelve a nosotros, y perdonen el tono mesiánico, tras tres años sin saber prácticamente nada de él. Además es como si el público lo hubiera olvidado. Solo hay que recordar la última edición del Festival de Cine de Cannes, en la que una falsa filtración evidenció que toda la atención estaba monopolizada por lo nuevo de Paul Thomas Anderson (que por cierto finalmente fue a parar a Venecia). Al final no vino 'The Master', pero si un 'Amor' que, al igual que la magistral 'La cinta blanca', conquistó la Palma de Oro... y va camino de hacer lo propio con todos los premios cinematográficos de mayor prestigio.Pero antes... se apagan las luces, y puede verse a Jean-Louis Trintignant y a Emmanuelle Riva sentados en el patio de butacas de un teatro. Terminado el recital de piano que han ido a ver, vuelven a casa, se dan las buenas noches, y se ponen a dormir. A partir de ahí, Haneke toma las riendas... y póngase todo el mundo a temblar. Y con razón, porque cuando uno de los más letales agentes de la destrucción más perversa nos promete ''amor'', más que esperar una comedia azucarada, hay que prepararse para una tormenta devastadora. Perfecto, pues lo peor que puede hacer una película es dejar frío al sujeto al que iba dirigida; que no quede poso en él cuando abandone la sala. El director alemán lo sabe, por esto sitúa siempre todos sus productos a las antípodas de las temperaturas árticas (a pesar de que su estilo formal sea ciertamente gélido), provocando en el gallinero sensaciones fuertísimas.
Como debería ser siempre que se paga una entrada de cine (más ahora que ésta se ha convertido en algo cercano a un producto de lujo). 'Amor' no es la excepción a su modus operandi, y sale uno de la proyección destrozado... como debería ser siempre que se va a ver un drama. Éste filme corresponde sin duda a este género, pero entra al mismo tiempo en aquel subgrupo tan difícil de localizar: los dramas sinceros. No hay en esta cinta una banda sonora que le diga al corazón cómo debe sentirse (el patetismo de las cansinas notas tristonas de piano / violín es un recurso de cobardes). No hay primerísimos primeros planos teledirigidos a la fibra sensible. De hecho sí los hay, pero su impacto emocional es más bien el efecto colateral provocado por alguien para el que el séptimo arte no parece guardar ya ningún secreto.
Por mucho que las múltiples referencias a las artes escénicas clásicas puedan hacernos pensar en el carácter teatral de un filme en el efectivamente parece que se respeten a rajatabla las tres unidades universales de acción lugar y tiempo, no deja de ser ésta una de las muchas falsas pistas con las que tanto le gusta jugar a Haneke. Sí, los personajes de la obra pueden contarse con los dedos de una sola mano; la práctica totalidad de la historia se desarrolla en el mismo apartamento; por su parte, los saltos temporales jamás obstaculizan el fácil seguimiento de la trama. No obstante, el 'Amor' de Haneke solamente puede concebirse en el cine; en el seno de unas reglas del juego que si se comprenden -y no es fácil- hacen que lo aparentemente intrascendente adquiera una nueva dimensión.
Así, las paredes del aburguesado piso de los protagonistas dialogan con el espectador, lo mismo que el crujir de la madera que se dobla ligeramente ante el inexorable paso del tiempo. Los silencios pueden revelar más que los diálogos, y las palabras adquieren un significado universal. Por si a estas alturas todavía persistían dudas, Michael Haneke vuelve a demostrar que es un director que está por encima de tendencias, estilos y modas. Es un director que ha hecho suyo el cine en su estado más puro, que consigue que la cámara fija y las tomas alargadas no cansen sino que cautiven, que deja respirar a sus actores (inconmensurables tanto Trintignant como Riva) para que muestren lo mejor de sí... que deja que las emociones verdaderas salten ellas solas de la pantalla a las entrañas del público. Su último trabajo narra a la perfección el terror de la degeneración y la decadencia, e irónicamente usa este escenario para reconciliarse con la condición humana; habla además con maestría del amor, en lo que seguramente sea una de las relaciones sentimentales más preciosas jamás filmadas, pero por encima de todo, duele. Duele muchísimo. Como debe ser. Chapeau.
Nota:
8,5 / 10
por Víctor Esquirol Molinas