'Adiós al lenguaje': Para todo lo demás, Jean-Luc Godard
Introducir la figura de Jean-Luc Godard y su importancia en la historia del cine a estas alturas de la vida no tiene ningún sentido. Un nombre que todo cinéfilo o cinéfago conoce pero que, sin embargo, a lo largo de los años parece haberse quedado escrito cómo una leyenda sobre una etapa de la historia del séptimo arte. Poca gente parece estar al tanto de que el genio francés sigue en activo y regalándonos películas en este nuestro siglo, una etapa de cambio en la cinematografía en la que alguien cómo Godard parece no encontrar su sitio. O sí...
Jean-Luc Godard siempre ha sido un tipo juguetón. Le gusta jugar con el cine, experimentar hasta agotar el término y explotar el cine cómo medio de expresión en todas las facetas en que se puede desglosar dicha palabra. Si echamos la vista atrás hacia sus primeras películas, y justo después cogemos una de las útlimas observamos que, aun siendo completamente diferentes, tienen muchas cosas más en común de lo que a priori parece. Muchos dirán que el principal artífice de la nouvelle-vague ha perdido la cabeza, muchos otros dirán que sigue siendo el mismo artista pero adaptado a los nuevos tiempos, pero en lo que todo el mundo debe de coincidir es que, por mucho que cueste adentrarse en ella, la mente artística de Godard sigue fluyendo como un torrente, innovando, experimentando y jugando con las formas en que el cine se convierte un arma artística, política y social. Un arma de comunicación con lenguaje propio, el lenguaje por medio que un autor se comunica con el mundo.
Cómo viene siendo habitual en su filmografía cercana, Godard repite la misma fórmula y abandona la narración convencional y lineal de una historia para centrarse en las formas de experimentación visual y auditiva que permite cualquier método de grabación. Pura y llanamente experiencia sensorial con todo lo supone dicho término. Y, por si hiciera falta acentuarlo, Godard se atreve esta vez con ese formato que todo el mundo conoce pero que parece completamente olvidado en su corta vida, el 3D. ‘Adieu au language’ resulta así un exceso visual, a ratos fascinante y a ratos pesado que, si se consigue entrar en su juego, ofrece una interesante reflexión, una vez más, de los temas preferidos del cineasta: la (in)comunicación de la sociedad moderna, la deshumanización del ser humano, la crisis de la democracia y de la sociedad en general.
Por enésima vez, Godard pone en entredicho los convencionalismos de los mal llamados códigos del cine en una película que rompe con todo tipo de cadenas a las que someten gran parte del cine actual y en la que el cineasta se desnuda y escupe lo que tiene dentro una vez más. El término de autor elevado al máximo en una película tan libre cómo cansina en una experiencia sensorial no apta para todo tipo de público. Adiós al lenguaje, hola Jean-Luc Godard.
Nota: 6Por Diego Sánchez Izquierdo
Es como una película de Jess Franco -con una mujer constantemente en pelotas incluida- pero en mala, con ambiciones. Una hora y diez minutos de eterno sufrimiento.
El mundo del cine te agradecería que no acercaras tus ojos a este tipo de películas.
Este tipo de películas ni son cine ni representan al cine. El mundo del cine es el que agradecería a sujetos como el tal Godard que no salieran de su cueva para darnos gato por liebre.
Si CINEASTAS cómo estos no salieran de sus cuevas, el cine se resumiría en películas americanas de efectos especiales y reclutamiento militar. Adiós al arte y a la capacidad del ser humano para expresarse.
Eso, simplificando en plan todo o nada. Y si no fuera por Santiago Segura el cine español estaría muerto y enterrado, ¿no? ¿Aceptamos barco como animal submarino?