'Shutter Island': Spot de la Super Bowl
Tras el incomprensible retraso desde Octubre pasado en su fecha de estreno por causas no del todo muy claras y que la han alejado de la oportunidad de ser partícipe de la temporada de premios, la cuarta colaboración entre Martin Scorsese y Leonardo DiCaprio, de nombre 'Shutter Island', se encuentra como quién dice a la vuelta de la esquina de ser presentada ante el público, tanto norteamericano como español, este cercano 19 de Febrero. Como gran estreno que es no podían faltar a la cita con sus 30 segundos de oro en la finalísima de la Super Bowl, imágenes en forma de spot que aquí os presentamos.
No parecen, a simple vista, hechos el uno para el otro. Martin Scorsese es chiquito, nervioso e intenso. Leonardo DiCaprio, elegante, calmo y discreto. Sin embargo, La isla siniestra -que se estrena el jueves en la Argentina- marca la cuarta colaboración entre estas dos muy distintas potencias del cine de Hollywood.
Muchos, que no han logrado despegarse de la virulencia y garra que tenían las colaboraciones del director de Taxi Driver y Buenos muchachos con Robert De Niro, consideran que su "asociación" con la estrella de Titanic ha resultado en una serie de filmes (Pandillas de Nueva York, El aviador, El informante y ésta) que no están a la altura de sus clásicos y que el principal motivo que los une es económico. Es cierto que, desde que tiene a Leo como protagonista, las películas de Scorsese han empezado a recaudar cifras antes impensadas y los millones se cuentan de a cientos. Pero como todo "lugar común", no está mal discutirlo, repensarlo.
Es cierto que son diferentes. DiCaprio es medido, casi impenetrable. Scorsese, en cambio, es una ametralladora. Se le tira un tema y no para. Si bien su ritmo es un poco más calmo que en años anteriores, su apasionamiento lo desborda y una pregunta lo lleva a hablar de decenas de cosas en apareciencia inconexas pero siempre fascinantes.
Durante el Festival de Berlín, donde esta adaptación del thriller de Dennis Lehane (Río Místico), que se centra en una investigación que dos agentes federales hacen en una prisión para criminales mentalmente insanos del que se ha escapado una peligrosa prisionera, tuvo su première mundial, el director de 67 años habló con Clarín de los temas de la película y de esta serie de debatidas colaboraciones.
"Hace ya diez años que trabajamos juntos -dice-. Aunque somos de generaciones muy distintas tenemos muchas cosas en común, y a lo largo de las películas fuimos desarrollando más nuestra relación, especialmente en El aviador y en Los infiltrados, donde quisimos llevar a sus personajes a nuevos niveles. Lo vi por primera vez en ¿Quién ama a Gilbert Grape? y me encantó su trabajo, y me fascina verlo crecer como actor y como persona. Y ver cómo sus experiencias de vida se canalizan en su trabajo."
Es imposible, al ver la película, no pensar en otros filmes que la influenciaron. ¿Qué películas vieron o tomaron como referencia?
No sólo películas. Yo era un niño en la época en la que transcurre la historia y experimenté ese clima de paranoia que existía en la Guerra Fría hasta en mi barrio, en mi escuela. Pero en términos de vocabulario visual vimos desde La invasión de los usurpadores de cuerpos hasta Laura, porque allí quería que Leo viera la actuación de Dana Andrews, que es un veterano de guerra que no mira a la gente cuando habla, que está enamorado de un fantasma. Y Retorno al pasado, de Jacques Tourneur por el tono, o las producciones de Val Lewton como La marca de la pantera o Yo dormí con un fantasma.
La película tiene cosas de Hitchcock también y de Nicholas Ray...
Sí, vimos Delirio de grandeza, de Nicholas Ray, claro, y Shock Corridor, de Sam Fuller. Muchas cosas: una escena de Encrucijada de odios, de Edward Dmytryk, los documentales de la Segunda Guerra de John Huston. Me interesaba usar la historia del cine como vocabulario -el thriller psicológico, el horror, el film noir, el expresionismo alemán que es de donde vienen todos esos géneros-, para contar todo a través de la cabeza del personaje de Leo. Pero no las vemos para imitarlas. La idea es tomar en cuenta una historia del cine que lleva cien años: Griffith, De Mille, Ford, Welles, Lubitsch, Preminger, Siodmak. Es una continuidad...
¿Qué fue lo que lo impactó del guión, lo que te decidió a hacer la película?
El final, las últimas dos escenas. Las últimas dos líneas de diálogo me hicieron llorar. Tienen un impacto emocional tremendo. Yo sabía cómo era la historia, las vueltas de tuerca, pero me dejé llevar por las trampas pero, más que nada, por la compasión que me generaba Teddy (DiCaprio). Era un desafío poder llevar todo eso a la pantalla.
Las escenas del Holocausto, en los recuerdos/pesadillas de Teddy, son muy fuertes. ¿Cómo las trabajó?
Quería que fueran en color. Es perturbador, más inmediato y real. Recuerdo que cuando era chico empezaron a llegar imágenes de los campos de concentración y era algo abrumador. Hay que ser muy cuidadoso con esas cosas, pero no quería usar un blanco y negro que generara una distancia con el espectador. Tenía en mente las imágenes en Kodachrome que filmó George Stevens. El color las hace más inmediatas y reales. Además eso está mezclado con una fantasía que puede sólo estar en la mente del protagonista.
El tema de la salud mental, de los hospitales psiquiátricos y el trato que reciben los pacientes es central. ¿Investigaron al respecto?
Sí, bastante. En esa época se hacían lobotomías tremendas. Consistían en meterle a la persona un objeto punzante en el globo ocular y revolver por ahí. Y la gente, de alguna manera, cambiaba. Quedaban domesticados. A algunos les hizo bien, pero muchos murieron. Pero otros pensaban que no se podía hacer eso, que era un daño tremendo, inmoral. Es un asunto muy interesante y complejo. Tiene que ver con sentir compasión por los enfermos. Y hablo de algunos muy peligrosos. Hay que tener un amor incondicional por los pacientes. Muchos empezaron a usar drogas, a sobremedicarlos. En los Estados Unidos, en los '80, Reagan cerró muchas instituciones mentales pensando que con la medicación alcanzaba. Y no es así: si se van, no la toman. Son personas que cuestionan la autoridad, muchas escuchan voces en su cabeza que les dicen: 'No tomes esa pastilla'. En el libro está también la idea del control ideológico de la mente, como en Usurpadores de cuerpos...
Eso conecta lo que pasa en la película con la actualidad...
Ahora es peor que nunca. Cuando yo tenía ocho años, en 1950, vivíamos aterrorizados por posibles bombas. Era plena Guerra Fría. En la escuela de monjas a la que iba nos hacían hacer simulacros por si recibíamos ataques y cada vez que volaba un avión a baja altura temblábamos porque pensábamos que venían con bombas. Yo era un chico muy impresionable y teníamos a la Hermana Gerturd, la Madre Superiora del St. Patrick's School -que era igual a Meryl Streep en la película La duda- que hablaba por los altoparlantes cuando había un simulacro y pegábamos un salto. Un miedo atroz. Y ahora es muy real también. Pero antes el antagonista era obvio y ahora es una especie de guerra civil universal en la que te educan para desconfiar de la persona que está al lado tuyo. Por eso es necesaria la educación.
Las experiencias traumáticas son fuertes para los pacientes, pero también para los doctores. ¿Pueden seguir siendo personas normales?
No creo en la normalidad. Creo que hay un nivel de civilidad con los otros, códigos morales y familiares con los que aprendemos a vivir. Pero la normalidad es algo muy relativo y va de acuerdo a las diferentes sociedades y civilizaciones. Un psiquiatra que colaboró en la película, James Gilligan, escribió libros sobre la violencia. El fue el encargado de cambiar el Instituto Psiquiátrico Bridgewater, que es donde se hizo ese terrible documental de Fred Wiseman, Titicut Follies, que estuvo prohibido en los Estados Unidos. La vimos con el elenco. Gilligan creía en la terapia, en hablar con los pacientes. Y cambió radicalmente ese lugar. Nos contó que hubo motines, que atacaron y mataron a guardias, y en una ocasión les cortaron las cabezas y jugaron al béisbol con ella. Había un paciente tan terrible que nadie se le acercaba y Gilligan se metió con él, vio su lado humano, y veinte años después trabaja en la biblioteca del hospital. Antes los trataban como animales. Y a todos los afecta convivir con eso, pero es importante entender lo irracional y tener mucha compasión por el ser humano.
fuente: clarin.com
Interesante artículo.