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(1.4) Amigos ficticios, enemigos reales

por 19 de marzo de 2011

A saber si será la llegada de la primavera o tanta ausencia de ella, la que le ha hecho falta a lo largo de los años a esta cabeza que aún no se ha dado cuenta -a pesar de haber ya vivido lo suficiente-, que por más triste que parezca en ocasiones no suele haber recompensas de película. De esas que uno gozaba cuando el final feliz aparecía precedido de un clásico The End. Aunque bueno, igual es triste saber que como persona común y corriente puede uno toparse a la vuelta de la esquina con sendos y abundantes charcos de amor, ternura, y pasión que uno no puede entender donde se está mal; si de haber vivido a la expectativa de lo que le vendían a uno en la pantalla grande, o si de haber estado tan ensimismado que el cuerpo y la mente se olvidaron de vivir en tiempo real.

Lo anterior ya era demasido para un adolescente en ciernes; pero no para alguien que no había vivido, y tanta sed de mundos perfectos y desconocidos solo habían de nutrir un poco más y más áquel deseo irrefrenable de correr sobre trigales que mostraban un peculiar brillo cuando visto desde perspectiva alcanzaban a rozar cada uno a su debido tiempo a los rayos de Sol, Sol que no encandilaba sino que cobijaba con una suave caricia que ni siquiera parecía incomoda para alguien que detestaba sentir el abrasador candor del astro por excelencia -nunca la atracción en cambio de elevarse por un verde campo apenas sostenido de una sombrilla-. O aquel donde podía parar frente a un cañon huyendo de mi propia sombra porque parecía que me reclamaría el no haberla invitado a salir cuando por la ventana me escape en una noche oscura de casa para ir a la feria a la que no me dejaron ir mis padres; y ya a punto, cuando el polvo que levantaran mis zapatos apaciguara, me encontrara ante un gran precipicio donde a tiempo me detendría para gritar mi nombre y a cambio de eco, susurros de apenas mi nombre -no así aunque la idea era asombrosa, ir en un auto con mi mejor amigo y que este no frenara y arqueara en un salto del que desconocería mi porvenir-. Tantas cosas confundidas, tanto que creí que me había pasado a mi. Tanto que me inventé una vida de ensueño que no me dejó ver que la realidad es distinta para cada individuo. Me decanté por las cintas en las que había libertad, en la que los adolescentes salían en verdadero grupo de amigos y la palabra amistad se tornaba en un significado mayúsculo del que uno hacía expectativas aún más mayúsculas. Supongo que quise siempre estar vagando sobre rieles de tren o luego de habernos tirado en un gran charco quitarnos rapidamente las sanguijuelas porque no pensamos en ello. Quizá aún con el miedo que implicara yo también hubiera ayudado para matar al payaso diabólico en turno, y ¡qué diablos!, desde luego que hubiera asistido a una reunión muchos años después para reencontrarnos. Cuánto nos contariamos ¡por Dios!

Me embelecé y me embelecé de manera muy fílmica. Olvidé que también había thrillers, dramas, tragedias, cintas de horror, y como el tiempo pasa y con el las primaveras, otras tantas debieron haber pasado y tantas cosas debieron haber ocurrido en este más bien drama tragicómico. Y supone uno que se da cuenta de ello, pero no es así, aún con tantos años encima uno se queda pensando que de haber sido así, las cosas hubieran sido diferentes, no perfectas, sino diferentes; y quizá en una pequeña diferencia hubiese existido la perfección. Luego me percaté de que existen las envidias, los celos, la timidez, la soledad; que uno crece y se vuelve más torpe para hacer verdaderos buenos amigos y ya no sólo eso, sino conservarlos. Y no necesariamente de una amistad a toda costa -porque no mataría a mi madre con un tabique para conseguirlo-, -esperen... no, creo que no lo haría-. A estas alturas sigue dandome pesar que los zorros y los sabuesos no puedan mantener una amistad más allá de lo que un guionista ha decidido que así sea.

¿No sienten acaso que alguien está escribiendo la historia de su vida? Yo sí, pero siento que la están reescribiendo a cada rato, pues les ha salido un personaje difícil, uno que no se ha definido psicológicamente porque no le han inventado la historia que ha querido, la historia que soñó cuando empezaron a correr los créditos de alguna cinta en donde alguien se tenía que despedir de su mejor amigo, quizá algún pequeño bailarín con grandes aspiraciones, o un niño volando con bicicleta al cielo -o eso no, porque me queda claro que no hay factibilidad-. Factibilidad, factibilidad, factibilidad... si no hay allí, en el mundo del cine y de lo posible, ¿por qué hube de buscarla en otros lados? Ya hace años me hube también dado cuenta. Pero lo mío lo mío no es la chaqueta, ni irme a la playa con mi mejor amigo y tras una noche de borrachera terminar en una situación sexual inesperada. Esa es la vida factible y real... y sin embargo aún a sabiendas de que se sufre cuando no se tiene lo que se quiere, me voy a permitir seguir soñando con un mundo alto inimaginable donde la amistad destroza con solo nombrarla, a la palabra soledad.

Al tiempo que siga viendo que existen verdaderos amigos y el concepto individual delineado de la verdadera amistad -por más subjetiva que esta sea-, quizá vaya difuminando un poco mi idea acerca de lo que creí que pudo haber sido. Es sólo que si la primavera no me recordara que el mundo es tan colorido, vivo y que se reinventa a sí mismo a cada año que tiene la misma oportunidad -y lo sigue haciendo-; quizá yo podría hacer lo mismo de vez en vez, cuando en lugar de encerrarme solo en un lugar obscuro para ver historias que me son ajenas, y mundos que me son desconocidos, quizá en lugar de eso, pueda abrirme cual atrofiado girasol para ver que ha dejado la última corrida de Sol por estos lares. Quién sabe, quizá pueda encontrar eso que tanto busco. O quién sabe, quizá si hubieran hecho segundas partes me hubiera dado cuenta de que no todo fue tan perfecto. Gracias a no se quien existen las trilogías, y yo voy a pensar que mi segunda parte termina en aras de un mejor tratamiento futuro. Ya les contaré después.
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