Y como si haber sobrepasado los veinte no fuera suficiente, me atrevo por más. No porque quiera, sino porque cada vez es más difícil hacer que se note. Siendo hombre no debería importar, y quitarse los años desde luego no es y nunca en mi caso ha sido una opción, aunque he de confesar que alguna vez ocurrió y esto no era por tener la necesidad imperiosa de hacerlo. No era necesario pues… pero había algo que estaba mal. Era el tiempo, no era yo.

Convivía conmigo mismo a un ritmo tan atrozmente lento que era a veces imposible darse cuenta que la vida llevaba otro ritmo, y que 365 días ya no eran suficientes para formularme de manera muy auténtica, que estaba envejeciendo de una manera inconcebible y que con cada año que pasaba las oportunidades de recuperar ese tiempo perdido obvio tenían que agotarse. ¿Pero qué es lo que realmente hacía que no ocurriera nada tan grandiosamente en mi vida para festejar como un logro la llegada de otro año, acumulándose uno tras otro como libros amontonados sin particular acomodo? Y tras una larga pregunta, la respuesta más corta; pareciera que esos libros que tanto pesaban estaban en blanco. Centenares de hojas esperando palabras y conocimientos, anécdotas, peripecias… y no había nada más que hojas numeradas del 1 al 365 y cada cuatro años solo hasta el 364. Porque aparte de todo tengo que soportar que me quiten un día para tratar de hacer –o no hacer- algo con mi muy particular estilo de vida.

¿Recuerdan al niño que nació arrugado y que conforme crecía se hacía más y más joven? Digo, claro que no estoy bajo ninguna circunstancia intentando escribir entre líneas que el que aquí redacta parece Brad Pitt, de hecho solo lo menciono porque creo que mentalmente voy así de camino. Con un grado de inmadurez in crescendo visto ante mis propios ojos, a veces creo entender por qué se desperdician vidas, y aquí comenzaré a usar la tercera persona para no sentirme aludido ante el comentario propio.

El hecho de que una persona confabule un estilo de vida conforme pasan los años, no quiere decir propiamente que deba conservar dicho estilo; por eso, mientras se crece, las múltiples necesidades del ser humano dan nota de las acciones que hemos de cometer para plantearnos un futuro… y aquí es en donde falla todo cuando no se invita al tiempo a formar parte de los planes en el plazo que mejor convenga al interés. Una vida llena de sinsabores, medianos éxitos, estrepitosos fracasos, éxtasis total, tantas lágrimas, cúmulo de risas y sonrisas, tanta adicción a la vida agridulce que a veces uno llega a desear morir para luego olvidarlo y luego volver a desearlo.

Total que para no abundar sobre cómo hemos llegado aquí, hemos de decir que una década después viene a converger en la desilusión y la apatía… la revaloración de lo que se tiene, lo que se pudo haber tenido… y esto último en base a lo que se perdió. ¿Y vale la pena no haber perdido si eso implicaba no haber disfrutado? Y como a los treinta ya no cabe el arrepentimiento se puede contestar sólo que sí, pero lo perdido en el camino a esta edad de verdad hace mella; y llegando a un punto en el que se está perdido sin una rosa de los vientos a la mano, sólo quedará empezar de cero, y no importará si se tienen veinticinco, treinta, o cuarenta y siete. Supongo que uno se pierde en cualquier momento de la vida y reencontrase, eso… eso sí es una verdadera opción.

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Y a propósito de ello, las palabras sabias de Issa López, que me procuraron un ensayo sobre la crisis de los treinta en el 2006, cinco años antes de que ni siquiera me pasara por la cabeza que envejecería aún más… y como el tiempo no perdona, este texto que como bien me mencionaron, eran dignas de inmortalizar en una pared.

“La verdad es que no importa si te has muerto una o dos veces, o ninguna; siempre estás empezando de nuevo. En el fondo no hay nada que hacer, siempre tendrás 18, porque eres joven solo una vez, pero inmaduro para siempre. No hay instrucciones para cumplir 30, pero si las hubiera, serían estas: ‘Haz una lista de todo lo que no te gusta de ti y luego tírala, eres el que eres; y después de todo no es tan malo como te imaginas un domingo de cruda. Tira el equipaje de sobra, el viaje es largo y cargar no te deja mirar hacia delante; y además te jode la espalda. No sigas modas, en 10 años te vas a morir de vergüenza de haberte puesto eso de todas maneras’.

‘Besa a tantos como puedas, deja que te rompan el corazón. Enamórate, date en la madre y vuelve a levantarte. Quizá hay un amor verdadero, quizá no, pero mientras lo encuentras lo bailado ni quien te lo quita. Come frutas y verduras; neta, vete acostumbrando a que no vas a poder comer garnachas toda la vida. Equivócate, cambia, intenta, falla, reinvéntate, manda todo al carajo y empieza de nuevo cada vez que sea necesario. De veras, no pasa nada, sobretodo si no haces nada. Prueba otros sabores de helado, otras cervezas, otras pastas de dientes’.

‘Arranca el coche un día y no pares hasta que se acabe la gasolina. Empieza un grupo de rock ¿por qué no?, toma clases de baile, aprende italiano, perdona, usa una bicicleta, olvida, deja ir, decide quién es imprescindible. Mientras más grande eres, más difícil es hacer amigos de verdad, y más necesitas quien sepa quién eres sin que tengas que explicárselo; esos son los amigos, cuídalos y mantenlos cerca. Aprende que no vas a aprender nada, pero no hay examen final en esta escuela, ni calificaciones, ni graduación, ni reunión de ex alumnos, ¡Gracias a Dios!. Felices 30 viejo. Bienvenido al resto de tu vida’.” Issa López (de la cinta Efectos secundarios).