'El lobo detrás de la puerta': Sucesos universales
Vía El Séptimo Arte
por angel_negrete 11 de agosto de 2017
Vía El Séptimo Arte por reporter 18 de julio de 2014
Las razones por las que la gente (o la mayoría de gente) pasa por alto el horóscopo de los periódicos, conciernen seguramente aquella leyenda urbana que dice que el encargado de dicha sección se elige cada día en función de ver cuál es el último periodista en llegar a la redacción. La historia lleva circulando desde hace tiempo como circulan hoy en día las noticias, y aunque hablemos con alguien que no la conozca, lo más seguro es que siga sin confiar demasiado en los consejos con los que cada mañana se despiertan los sagitarios, capricornios, piscis (y demases) del mundo. Huele a camelo, vaya. No demasiado lejos deben andar las páginas de sucesos en el ranking de impopularidad. No es que no nos las creamos, es justamente lo contrario. Es que no soportamos el hedor que desprenden a realidad. Casi siempre con el mismo resultado: lo de cortarse las venas después de la lectura parece la reacción más sensata. Por alguna extraña razón, con el cine ocurre justo lo contrario. Toda historia basada en hechos reales nos estimula de lo lindo. Nos pone, por no emplear expresiones más malsonantes. El morbo en la gran pantalla es igual de pestilente, pero el olfato no experimenta la misma reacción alérgica. Es el efecto fast food: sabemos que lo que estamos a punto de consumir es, a todos los niveles, altamente perjudicial para nuestra salud, aun así son poquísimos los capaces de resistirse a la tentación de, por lo menos, un bocado. Y venga a hincharnos. Si la cosa va de auto-superación, la compramos, si va de perversiones y degeneraciones varias, ni falta hace decirlo, también. ¿Y si nos prometen mostrarnos lo más bajo, oscuro y despreciable del ser humano? Entonces ya vamos con la misma determinación con la que las moscas van a la mierda. Nunca mejor dicho. Nos amontonamos y nos apuñalamos los unos a los otros para asegurarnos una butaca de privilegio en la sala de cine o, en su defecto, más ancho de banda para que el proceso de descarga no sufra percance alguno. Poco importa que el camello (no hace falta buscar segundas lecturas, pues no puede haberlas) que nos ofrece un buen chute de esa ''mierda'' sea un absoluto desconocido de pinta más que sospechosa. Aquí se ha venido a consumir: y ya somos mayorcitos, de modo que ya lidiará cada uno, a la mañana siguiente, con los efectos secundarios. De modo que ahí estábamos unos cuantos yonkis, en la 61ª edición del Zinemaldia, en el Kursaal 2 para ser más exactos, refugiándonos del chaparrón que estaba cayendo en la Sección Oficial a Competición. Por suerte, había mucha más calma (y muchísimo mejor tiempo) en las ''secundarias'' Nuev@s Director@s y Horizontes Latinos. En ésta última, un debutante en el largo proveniente de Brasil nos prometía una buena ración de esa droga por la que perdemos tan descaradamente el culo. Celos, amores peligrosos, engaños y, por supuesto, crímenes pasionales. Toma. En 'El lobo detrás de la puerta', el horror, como indica el título, espera para atacarnos a traición. En esta ocasión, el texto también hace referencia a una historia real, esto es, un terrible suceso que en la década de los sesenta llenó incontables páginas de la prensa amarilla brasilera. Lo que empieza apuntando a volcánica historia culebresca se convierte poco a poco; fragmento a fragmento, en un thriller criminal que se hace más asfixiante a cada paso que da. Algo así como una versión actualizada y sudorosa del clásico de Akira Kurosawa, 'Rashomon'. Con el mal ya hecho, cada involucrado da su propia versión de los hechos. La verdad (y la realidad), como casi siempre, está entre las trincheras de unos y otros. Coimbra exige lo máximo de sus actores y éstos le corresponden con un trabajo a la altura de la terrible naturaleza animal del ser humano, que por supuesto es de una universalidad que asusta. La misma en Rio, en Barcelona y en Tokyo, por ejemplo. ''¿Qué es lo que lleva a una persona a caer en la atrocidad?'', se pregunta Coimbra ''Creo entenderlo... pero de ninguna manera pretendo justificarlo.'' Ni rastro de subrayado, mucho menos de gusto indecente por el detalle morboso. Así da gusto. Nota: 6,5 / 10
Las razones por las que la gente (o la mayoría de gente) pasa por alto el horóscopo de los periódicos, conciernen seguramente aquella leyenda urbana que dice que el encargado de dicha sección se elige cada día en función de ver cuál es el último periodista en llegar a la redacción. La historia lleva circulando desde hace tiempo como circulan hoy en día las noticias, y aunque hablemos con alguien que no la conozca, lo más seguro es que siga sin confiar demasiado en los consejos con los que cada mañana se despiertan los sagitarios, capricornios, piscis (y demases) del mundo. Huele a camelo, vaya. No demasiado lejos deben andar las páginas de sucesos en el ranking de impopularidad. No es que no nos las creamos, es justamente lo contrario. Es que no soportamos el hedor que desprenden a realidad. Casi siempre con el mismo resultado: lo de cortarse las venas después de la lectura parece la reacción más sensata. Por alguna extraña razón, con el cine ocurre justo lo contrario. Toda historia basada en hechos reales nos estimula de lo lindo. Nos pone, por no emplear expresiones más malsonantes. El morbo en la gran pantalla es igual de pestilente, pero el olfato no experimenta la misma reacción alérgica. Es el efecto fast food: sabemos que lo que estamos a punto de consumir es, a todos los niveles, altamente perjudicial para nuestra salud, aun así son poquísimos los capaces de resistirse a la tentación de, por lo menos, un bocado. Y venga a hincharnos. Si la cosa va de auto-superación, la compramos, si va de perversiones y degeneraciones varias, ni falta hace decirlo, también. ¿Y si nos prometen mostrarnos lo más bajo, oscuro y despreciable del ser humano? Entonces ya vamos con la misma determinación con la que las moscas van a la mierda. Nunca mejor dicho. Nos amontonamos y nos apuñalamos los unos a los otros para asegurarnos una butaca de privilegio en la sala de cine o, en su defecto, más ancho de banda para que el proceso de descarga no sufra percance alguno. Poco importa que el camello (no hace falta buscar segundas lecturas, pues no puede haberlas) que nos ofrece un buen chute de esa ''mierda'' sea un absoluto desconocido de pinta más que sospechosa. Aquí se ha venido a consumir: y ya somos mayorcitos, de modo que ya lidiará cada uno, a la mañana siguiente, con los efectos secundarios. De modo que ahí estábamos unos cuantos yonkis, en la 61ª edición del Zinemaldia, en el Kursaal 2 para ser más exactos, refugiándonos del chaparrón que estaba cayendo en la Sección Oficial a Competición. Por suerte, había mucha más calma (y muchísimo mejor tiempo) en las ''secundarias'' Nuev@s Director@s y Horizontes Latinos. En ésta última, un debutante en el largo proveniente de Brasil nos prometía una buena ración de esa droga por la que perdemos tan descaradamente el culo. Celos, amores peligrosos, engaños y, por supuesto, crímenes pasionales. Toma. En 'El lobo detrás de la puerta', el horror, como indica el título, espera para atacarnos a traición. En esta ocasión, el texto también hace referencia a una historia real, esto es, un terrible suceso que en la década de los sesenta llenó incontables páginas de la prensa amarilla brasilera. Lo que empieza apuntando a volcánica historia culebresca se convierte poco a poco; fragmento a fragmento, en un thriller criminal que se hace más asfixiante a cada paso que da. Algo así como una versión actualizada y sudorosa del clásico de Akira Kurosawa, 'Rashomon'. Con el mal ya hecho, cada involucrado da su propia versión de los hechos. La verdad (y la realidad), como casi siempre, está entre las trincheras de unos y otros. Coimbra exige lo máximo de sus actores y éstos le corresponden con un trabajo a la altura de la terrible naturaleza animal del ser humano, que por supuesto es de una universalidad que asusta. La misma en Rio, en Barcelona y en Tokyo, por ejemplo. ''¿Qué es lo que lleva a una persona a caer en la atrocidad?'', se pregunta Coimbra ''Creo entenderlo... pero de ninguna manera pretendo justificarlo.'' Ni rastro de subrayado, mucho menos de gusto indecente por el detalle morboso. Así da gusto. Nota: 6,5 / 10
por Víctor Esquirol Molinas