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Onanismo no-ficcionado

Vía Festival de Sundance por 20 de enero de 2013
Estar en un entorno tranquilo en el que nada ni nadie vaya a molestarnos. Controlar el grado de luminosidad hasta alcanzar el punto ideal. Volver a comprobar, por si acaso, que ningún ser vivo osará irrumpir en nuestro espacio vital. Calentar ligeramente la mano. La buena, claro. Mirar a izquierda y derecha, fijar la vista en nuestro querido objeto de deseo (en su defecto, cerrar los ojos)... y proceder. Hay quien lo llama acostarse consigo mismo; hay quien se refiere a ello como la única manera de hacer el amor con quien realmente se ama, pero el caso es que el noble arte del onanismo ha sido, desde tiempos ancestrales, una fuente inagotable de placer para aquellas personas que o bien no encuentran a su media naranja, o bien se aburren, o bien se sienten más a gusto navegando entre sus más secretas e inconfensables fantasías.

El proceso es tan universal que negar su práctica habitual sería como negar el que las guerras internas en el seno de ciertos partidos políticos por vaya-usted-a-saber-qué sobresueldos son indicativas de que el olor a podredumbre en este reino está alcanzando ya cotas shakespearianas. A lo que íbamos. Los segundos (o minutos, o cuartos de hora, o...) sagrados en los que transcurre el no menos sagrado tocamiento de las aún más sagradas partes íntimas resulta ser uno de los rasgos más distintivos de la personal revisión Donjuanesca llevada a cabo por Joseph Gordon-Levitt, quien aparte de dar vida al personaje en cuestión delante de las cámaras, debuta en el largometraje en calidad de director y guionista.'Don Jon’s Addiction' nos habla precisamente de esto, de las adicciones de un Don Juan moderno que como tal parece salido de la mismísima Jersey Shore, y se vale de herramientas como las redes sociales para llevar a cabo sus fechorías. Entre los vicios irrefrenables de tan singular personaje se encuentra el cuidado y culto a su propio cuerpo, las fiestas en discotecas, las visitas a la iglesia para purgar de forma rápida y segura sus pecados... y el porno. Porqué hasta los más machotes tienen que darle duro al manubrio. El que ahora nos concierne tal vez lo haga muchas más veces de lo que en realidad le pide su mástil, y éste va a ser precisamente uno de los mayores obstáculos que deberá superar a la hora de conquistar el corazón de la que tiene todos los números para convertirse en el gran amor de su vida.

Entre la exuberancia de Scarlett Johansson y la agudeza de Julianne Moore, Gordon-Levitt tira de carisma y se luce en su papel de macarrilla tan casposo y despreciable como, a la postre, adorable. Detrás de las cámaras firma la obra de alguien cuyo talento todavía espera la eclosión final, pero que sin duda ya atestigua la madera suficiente como para reírse de los clichés del género (genial y acaramelado cameo al efecto de Anne Hathaway y Channing Tatum) y no caer después en ellos. Así, entre nalgas, pechos operados y falsos gemidos orgásmicos transcurre una comedia romántica cuya lascivia frontal no debería tapar la falta de mordiente; cuya potente presentación formal no debería ocultar su controversia con impacto casi nulo. Aun así, sobresale por encima de cualquier pero el excelente sentido del ritmo, el buen racionamiento de la irreverencia y el magnetismo del alumno sin duda adquirido de los maestros con los que ha tenido la suerte de trabajar.

Pasando a temas más elevados, una imagen se cruza con nosotros en la pantalla del Hollyday Theatre (donde la prensa se apelotona de mala manera en los pases reservados al gremio): un brillante y prometedor estudiante de poesía hasta las cejas de todo tipo de sustancias psicotrópicas, se masturba delante de su máquina de escribir, en busca de una inspiración que viene con la misma facilidad con la que se va. El candidato a mandril se da la vuelta y descubrimos que es Daniel Radcliffe otra vez oculto detrás de unas llamativas gafas redondas. No, no es el regreso a Hogwarts -todo a su tiempo-, sino el aterrizaje a la prestigiosa universidad de Columbia, en plena Segunda Guerra Mundial, por parte de un todavía desconocido Allen Ginsberg.

Por supuesto están también invitados a la fiesta otros ilustres como Jack Kerouac o William Burroughs... y ya tenemos listo el caldo de cultivo del mítico equipo que a posteriori daría alas a la también mítica beat generation. Antes de ''Howl''; antes de ''En la carretera'', el director debutante John Krokidas sitúa a todas estas piezas en una turbia -y real- trama con un asesinato como catalizador principal. El título de las esperadísima 'Kill Your Darlings' nos habla de la necesidad de ruptura con lo establecido para que se desate la creatividad artística. La película, poderoso ejercicio estilístico en el que, entre otros muchos saltos mortales sin red de seguridad, la música de TV on the Radio es usada para ambientar la convulsa década de los cuarenta, se apoya en un muy entonado reparto para demostrar que al novato Krokidas le falta experiencia y le sobra puerilidad a la hora de dar sentido a una trama obviamente reñida con los convencionalismos, pero que por el contrario da fuertes señales de un innegable buen saber hacer a la hora de plasmar lo intangible de los momentos -más bien instantes-; de las emociones, dejando así claro que sabe muy bien cómo manipular un material tan fascinante como altamente inestable.

Abriendo ya la siempre desagradable carpeta de decepciones, la Sección World Cinema Drama presentó ayer la única producción en la que nuestro capital -económico y humano- es más reconocible, marcando altísimos registros de deserciones a lo largo de su persecución. 'Lasting', co-producción hispano-polaca en la que un servidor aguantó hasta el final por aquello de escuchar unas cuantas palabras chapurreadas en la añorada lengua materna (cosas de la morriña de los primeros días). Con ritmo cansino y un aire siempre demasiado desangelado, el director Jacek Borcuch se suma a las mezclas interculturales que tanto gustan chez Redford, narrando una historia de amor de loca juventud entre dos adolescentes polacos que se conocen trabajando en España. Amorío a partir del cual surgirá una reflexión sobre la culpa y la posibilidad del perdón en forma de puzzle dramático que cuesta horrores completar, más que por su complejidad, por su total falta de interés.

Más grave aún es el caso de 'Virtually Heroes', encargada dar el pistoletazo de salida a la Sección Park City at Midnight, el Midnight X-Treme del otro lado del charco, para entendernos. Pésimamente interpretada y peor dirigida, la cinta de G. J. Echternkamp parte de una premisa más que esperanzadora (la de dos personajes de un shooter libremente ambientado en la Guerra del Vietnam que adquieren conciencia propia e intentan ver más allá de las líneas de código de su limitado mundo) que no tarda ni cinco minutos en ser destrozada de la peor de las maneras. El raquítico presupuesto de la producción queda magnificado por la ineptitud de un equipo más ciego que los protagonistas de la historia. Por cada broma potable hay centenares insufribles, pero sobre todo hay la certeza de que (y ya que estamos en territorio de una comunidad gamer que, ni falta hace decirlo, debería sentirse insultada) hasta el infame Uwe Boll hubiera hecho algo mejor con esta idea.

La vergonzosa -por lastimera- aparición final de un Mark Hamill que va camino a convertirse en la viva (?) imagen del emperador Palpatine (Darth Sidious para los amigos) pone la guinda a una de las peores películas que este cronista haya tenido ocasión de ver en toda su vida. Por cierto, en este caso el susodicho cronista aguantó hasta el final por ser -no nos vamos a amagar- gilipollas... aunque no tanto como el programador que debió haber visto, desde la primera secuencia, que este trabajo, por mucha nostalgia setentera y mucho Roger Corman que haya metido por medio, jamás debería haber salido del canal de Youtube de amiguetes en el que seguramente estaba colgada.

A partir de aquí, coge el relevo la fuertísima apuesta de Sundance por la no-ficción. Entran en escena una serie de documentales que ya de entrada destacan por su valentía (latente en los temas tratados, la mayoría de los cuales tan controvertidos como rabiosamente actuales), y de los cuales cabe esperar lo mejor, teniendo en cuenta la excelente hoja de servicios que el equipo de John Cooper -director del certamen- tiene en estas labores. En lo que llevamos de festival, se eleva -nunca mejor dicho- por encima de todas las demás propuestas y directores, Nick Ryan y su sobrecogedor documental 'The Summit', sobre una maldita y semi-improvisada expedición internacional de coronación del K2 que en el año 2008 perdió a 11 de sus 24 integrantes.

Con una excelente producción a cargo de la BBC, el director recoge el testigo de los supervivientes (entre los cuales encontramos al vasco Alberto Zerain) y lleva a cabo un sinfín de piruetas narrativas con la intención primero de apabullar al espectador con la más terrible de las aventuras, y después de encontrar la verdad detrás de la tragedia, en lo que finalmente se descubre como un brillante e imprescindible ejercicio tanto de dramatización como de investigación detectivesca. La montaña rusa temporal planteada por Ryan nos lleva continuamente de adelante para atrás y viceversa con el pulso firme solamente presente en los grandes maestros del complejísimo arte de contar historias, y la sensación de vértigo, de conmoción y admiración hacia el impulso suicida de querer llevar al límite el cuerpo humano a una lucha imposible contra las fuerzas incontenibles de la naturaleza, deja la misma huella que la debe dejar el domar la más peligrosa e inalcanzable de las cimas.

Muy destacable también es la labor del debutante Qi Zhao para mostrar en 'Fallen City' el impacto que tuvo un devastador terremoto, de nuevo en el año 2008, sobre la población de la provincia china de Sichuan, cuya principal ciudad, Bichuan fue literalmente borrada del mapa (merced también a una serie de inundaciones que siguieron al seísmo) llevándose consigo a 20.000 almas humanas. Como todo lo concerniente a este gigante asiático que prorroga pacientemente el momento de convertirse oficialmente en la primera súper-potencia mundial, cualquier cifra que salga de él se convierte en acongojante testigo de lo colosal que puede ser cualquier problema con el que tenga que lidiar.

En este caso, el de hacer posible lo imposible: la reconstrucción -material y anímica- después de la catástrofe. Qi Zhao sigue a un grupo de afectados, representativos no solamente de la durísima efeméride, sino también del rastro que dejan los mecanismos gubernamentales más aterradoramente infalibles en el cumplimiento de sus objetivos. La notable conjunción de imágenes poéticas con otras más insoportablemente crudas pone en el mapa fílmico a este inquieto, perseverante y valiente director, quien demuestra ser conocedor de una causa que, por todo lo comentado antes, le vendría demasiado grande a cualquier desprevenido que decidiera hacerse cargo de ella. Zhao se sobrepone a la mayoría de dificultades implícitas desde el propio planteamiento del proyecto, señalando que el supuesto progreso colectivo acostumbra a estar violentamente reñido con la realización, edificación y -claro- reconstrucción del individuo.

A escala mucho más minúscula, el director y activista Jason DaSilva nos habla, a través de un making off metafílmico, también sobre la -remota- posibilidad de levantarse después de recibir los golpes que nos va dando la vida. El que le cayó a él en diciembre de 2006 fue casi divino. Después de un incidente aparentemente sin importancia durante unas vacaciones con la familia, al cineasta e involuntario protagonista de la historia le diagnostican esclerosis múltiple, que sin ser ni contagiosa ni letal, sí es degenerativa y carece de cura. Se trata de una enfermedad que ataca el sistema nervioso del huésped, cebándose especialmente con los músculos y la vista. Peor imposible. 'When I Walk' es la angustiosa filmación del imparable avance de la condena, así como de la onda expansiva inherente en estos casos y que afecta a todo ser querido en un radio de distancia que mide lo mismo que el ecuador del globo terráqueo. El espectador, por consiguiente, no puede permanecer impermeable. Misión -de concienciación y de ánimos- más que cumplida.

Pasando a problemáticas que aparecen día sí, día también en todos los periódicos, Marta Cunningham se asocia con el casi infalible equipo de la HBO para recordarnos el asesinato, en 2008 -funesto año- del joven Larry King por un disparo efectuado por su compañero de instituto Brandon McInerney durante el transcurso de una clase de informática. 'Valentine Road' es lo mismo que adentrarse en las cavernosas profundidades de una lacra social que lleva demasiado tiempo cobrándose víctimas. Una vez abajo, Cunningham enciende la linterna y el destello de luz le da el tiempo necesario -y ya es mucho- para entender que no puede (re)tenerse una imagen fidedigna de lo que realmente está pasando sin darse cuenta de que antes tiene que llevarse a cabo una rigurosísima prospección de todas las grutas (el fácil acceso a las armas de fuego, la situación de abandono de ciertos colectivos, lo desbordado del sistema educativo público...). La lástima es que el brillo de la linterna no dé para más.

Por último, el premio a los genitales más cuadrados (o a los tres genitales, está por verse) es para Robert Stone, quien en plena resaca del desastre de Fukushima, nos recuerda que en el mito de Pandora, la mujer encontró, al fondo del todo de la dichosa caja, la esperanza. En cristiano, 'Pandora’s Promise' reúne a eminentes científicos y a destacados ecologistas con un punto en común: su ferviente defensa de la energía nuclear como única solución limpia y segura a la actual crisis hipotecaria energética que padece actualmente nuestro planeta. El coraje hecho átomo... y la siempre necesaria contrarréplica hecha documental. Una pieza algo reiterativa pero lo suficientemente bien expuesta como para tenerla en cuenta (más si sabemos estar por encima de su peligroso enfoque descaradamente tendencioso) de cara a enriquecer nuestra perspectiva en una problemática que debe ser tomada muy en serio.

Mañana, más.

Por Víctor Esquirol Molinas

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