Kim Ki-duk, sus amiguetes y la madre que (no) los parió
Vía Festival de Sitges
por reporter 12 de octubre de 2012
Sitges, octava jornada. Denominador común en la amplia mayoría de películas vistas hoy: la ausencia de la figura materna, o paterna, o ambas. Estrella indiscutible del día: Kim Ki-duk. En efecto, el fin del mundo se acerca. Antes de que se confirme el Apocalipsis, un breve repaso a la escabrosa biografía reciente del mencionado cineasta surcoerano, que visto lo que se cuece, podría erigirse en anticristo oficial este año en el Garraf. Empecemos: Kim Ki-duk, uno de los autores más respetados no solamente en su país (que pasa por tener actualmente una de las industrias fílmicas más potentes del planeta), sino en todo el panorama internacional. De 1996 a 2008, el alto ritmo de producción -dos proyectos por año- de títulos de sólida calidad estética y de aún más amplio radio de impacto -emocional, espiritual...-, hace que todos los festivales de prestigio se lo disputen.
Después de 'Dream', ocurre lo impensable: tres años en blanco. Lapso de tiempo en el que el genio desaparece de la faz de la Tierra. Se desconoce su paradero y las malas lenguas empiezan a especular sobre su posible muerte. Afortunadamente la defunción nunca se confirmó... pero sí estuvo a punto de hacerlo previamente el de una actriz a sus órdenes en el rodaje de una de sus películas. La escena en la que ésta debía hacer ver que se ahorcaba alcanzó peligrosas cotas de realismo, haciendo que el susto estuviera a punto de convertirse en tragedia. Aunque finalmente no fuera así, el fantasma de la muerte quedó rondando por la cabeza del atormentado Kim Ki-duk, que para colmo de males, vio como en su espalda iban apareciendo cada vez más puñaladas (promesas incumplidas, piedras en el camino colocadas a propósito, inoportunos y premeditados cambios de plan...), todas ellas perpetradas por compañeros de profesión.Solo y abatido, el antaño niño prodigio asiático se exilió y le dio portazo a una industria que, siempre según su versión, le había dado la espalda. Lo dicho, no se supo más de él... hasta el 2011, año en el que reapareció triunfantemente en Cannes (y pocos meses más tarde sin tanta fortuna en San Sebastián) con 'Arirang', egocumental que narraba las vivencias del desaparecido personaje durante su larga ausencia. Más allá de sus desesperantes números musicales y del descubrimiento de la faceta de "manitas" de su autor, la mayor revelación de dicho filme estaba en el retrato de un director que definitivamente había perdido la chaveta (de nuevo, y para que conste en acta, el diagnóstico mental se confirmó después en el Zinemaldia con 'Amén').
Donde antes había un cuidado extremo por la técnica, ahora había desidia; donde antes podía hablarse de historias que pretendían -y podían- llegar a lo más hondo del espectador a través de la controversia en el acercamiento a temas más o menos universales, ahora solo se veía la imagen del propio Kim Ki-duk, que había pasado a ocupar toda la pantalla. Una vez más, hubo quien habló de defunción (en ese caso, artística)... hasta que llegó el último Festival de Cine de Venecia. La que seguramente va a pasar a la historia como una de las Mostras cinematográficas de más pobre nivel general, se reservó el último golpe de efecto para un palmarés que en vez de coronar al favorito Paul Thomas Anderson, hizo lo propio con el ahora repudiado director asiático. ¿Broma pesada del jurado o arriesgado y acertado fallo para confirmar la vuelta del enfant terrible?
Nos quedamos con la duda hasta que llegó Sitges, que a falta de títulos rescatables de su cosecha propia, despliega todos sus encantos a la hora de recolectar grandes éxitos vistos en otros certámenes, en lo que acaba convirtiéndose en una versión macro (y volviendo a la jerga donostiarra) de Zabaltegi Perlas. Hoy dicha selección nos ha traído en Nuevas Visiones - Ficción al último León de Oro, y a pesar de que todavía no hemos tenido la suerte de ver 'The Master', ya han empezado a despejarse las dudas. Lo primero y más importante: 'Pietà' estará por encima o por debajo (más bien la segunda opción) de los mejores trabajos de su autor, pero lo que es indudable es que en ella reconocemos por fin a aquel artista que en su día tanto nos atrajo.
Supuestamente basada en la mítica escultura de Miguel Ángel, hay varios elementos en esta historia que nos remiten al Kim Ki-duk más post-traumático (el filme arranca con un personaje intentando ahorcarse; la mayoría de escenarios están cubiertos por la misma chatarra con la que el director estuvo conviviendo durante su agónico retiro; la puesta en escena es simple y aparentemente hecha con rapidez...), sin embargo, pesa mucho un guión -ahora sí- marca de la casa. La cámara sigue de cerca a un matón que se encarga de cobrar a unos asfixiados trabajadores, y por los medios que haga falta, las deudas contraídas por éstos a través de préstamos. Sobra decir que los métodos de cobro empleados son de una violencia y de una degeneración ética escalofriantes, y que por ello, el personaje que hace uso de ellos, se nos presenta como lo que es: un monstruo.
Pero resulta que el monstruo se cruza cada vez con más frecuencia con una mujer que obviamente le sigue la pista. La razón de esta persecución: un intento de redención por parte de ella (quien afirma ser su madre) por haberle abandonado cuando nació. Kim Ki-duk retrata sin ningún tipo de concesión lo más bajo; la miseria humana en tiempos de crisis económica (y por supuesto, moral) y el resultado es como los de antes. Puede impactar o puede parecer muy pasado de vueltas... pero llega a la audiencia. Conmueve y desgarra con la fuerza de antes. Ya no hay cripticismos, hay un mensaje directo, que llega sin rodeos y que duele a todo aquel que esté dispuesto a abrirle la puerta. Piedad la justa; -reencontrado- talento, el que haga falta.
Sin salir del continente asiático, y entrando ya en la Sección Oficial a Competición, el japonés Mamoru Hosoda vuelve, después de la sobrevalorada 'Summer Wars' (usada para encumbrarle demasiado rápido como uno de los dignos sucesores del inigualable Hayao Miyazaki, cuando en realidad mostró muchas más maneras en 'La chica que saltaba a través del tiempo'), con 'Wolf Children', una película en la que el ausente es el padre, un hombre lobo que muere el mismo día en que nace su segundo hijo. No, por suerte no es la última creación de Stephenie Meyer, aunque la historia de amor entre el licántropo y su amada sea de una ñoñería y de una simpleza casi denunciables. El nivel de alarma se rebaja cuando esta etapa acaramelada es ventilada a las primeras de cambio y el filme muestra todas sus virtudes, que no son pocas.
Con la desaparición de uno de los progenitores, la madre se queda sola al cargo de... sí, dos pequeños hombres lobo. Y antes de que empiecen a oírse risas, aclarar que el anime 'Wolf Children' es uno de los ejemplos más lúcidos de uso del elemento fantástico como excusa para llegar a metas más elevadas. Así, entre las travesuras y destrozos de estas pequeñas y adorables criaturas mitológicas, se filtra una convincente tragicomedia familiar, un bondadoso retrato de la vida rural en el Japón contemporáneo y, claro está, una reflexión sobre la dicotomía entre razón y estado salvaje presente en cada ser humano.
Cuando la película avanza sin aparente rumbo fijo es paradójicamente cuando Hosoda muestra lo mejor de sí, haciendo de la naturalidad su mejor arma a la hora de colarnos momentos de gran cine de animación, de belleza plástica y sinceridad en el contenido. Desgraciadamente, llega el tercer, último e interminable acto, y el director y guionista se siente obligado a concretar su maravillosa deriva. Es entonces cuando se atan los cabos, de forma convincente, sí, pero perdiéndose la magia en el proceso. Aunque siendo justos, lo que realmente importa es que después de dejarnos embrujar momentáneamente por esta fábula, permanece la sensación de que los halagos que se vertieron hacia este autor en motivo de su último trabajo hasta la fecha, ahora sí tienen más fundamento.
El protagonista de la siguiente historia tiene en el abandono por parte de su madre, cuando era un mocoso de apenas cinco años de edad, uno de los muchos traumas que martirizan su patética existencia. Se trata de un prometedor escritor de cuentos infantiles que en un momento de su carrera decide pasarse al relato criminal. Todas las investigaciones que llevará a cabo al respecto le convertirán en una enciclopedia andante sobre los diversos asesinos que han bañado de sangre las calles londinenses a lo largo de la historia. Eso sí, tanto conocimiento en la materia irá repercutiendo en su ya de por sí maltratada psique, desembocando dichas circunstancias en un miedo irracional hacia todo lo que le rodea... o como dice su título en versión original: 'A Fantastic Fear of Everything'.
La cinematografía británica vuelve a confirmar que sus autores son únicos a la hora de mezclar el terror con la comedia. En el caso que ahora nos atañe, los realizadores Crispian Mills y Chris Hopewell se asientan en una idea atrayente (que bien puede ser interpretada como claro reflejo del hombre moderno y su interminable lista de sus temores)... pero ahí se quedan atrapados. Esto mismo es este relato detectivesco (cuya comparación obvia, la joya de culto de la HBO 'Bored to Death', le va grandísima), un concepto cuya capacidad para dar jugo (y regenerarlo para el próximo chiste) no llega a cumplir las desmedidas exigencias de sus responsables, que explotan sobremanera a la bestia, y que mucha suerte tienen de que el papel protagonista se lo adjudicara ese monstruo de la comedia llamado Simon Pegg, quien lleva todo el peso del conjunto en la práctica totalidad del metraje. Tanta paranoia agota cuando queda claro que la hoja de ruta no lleva a ningún sitio, si acaso a la siguiente payasada. Pero, contrariamente a lo que sucediera con Mamoru Hosoda, cuando el producto decide coger la brújula, quizás ya sea demasiado tarde para que remonte el vuelo, pero es suficiente para salvarlo de la quema, impidiendo así que todas las risas caigan en saco roto.
Los padres del personaje central de la siguiente historia están desaparecidos en combate, pero poco importa. De hecho, parece que nada importe realmente en el nuevo trabajo de Stephen Fung, lo cual implica el mayor atractivo, y a la vez el mayor peligro de 'Tai Chi 0'. Esto es, una película que no se toma en serio a sí misma (ni nada de lo que toca), convirtiéndose ésta en un disparate más que bienvenido para todos los amantes de la diversión por la diversión, pero al mismo tiempo en una potencial pesadilla para los que prioricen en cualquier película un mínimo de coherencia. Cogiendo como referencia el alocado humor de Stephen Chow, Fung hace que los mamporros de kung fu en plena época feudal china, se sucedan a ritmo de rock duro o tango, mientras unos carteles nos van hablando de la carrera de los actores fuera de la pantalla... todo ello bañado en estética steampunk.
Toma ya. ¿El guionista? Bien, gracias. De lo que se trata aquí es de hacer reinar la demencia de la adrenalina por encima de cualquier otro factor. La saturación cromática y las cámaras lentas a lo Zack Snyder dan paso a un cóctel explosivo en el que se mezclan y se agitan con fuerza los recursos y el lenguaje de videojuegos, anuncios, cómics y concursos televisivos. ¿Alguien da más? Sí, al anunciar los títulos de crédito finales una segunda entrega de esta saga basada -muy- libremente en la vida del pionero luchador Yang-lu Chan. Ante tal revelación, el cerebro pide a gritos un descanso... pero el cuerpo, que increíblemente a estas alturas sigue pidiendo marcha, no. Inútil buscar una explicación a ello; tanto como lo es intentar poner orden en la mente de un autor que nada con tanta agilidad en su propia locura.
Para cerrar el concurso de hoy, dedicarle un mínimo de líneas de rigor (por aquello de informar y justificar la acreditación) a la que se ha convertido por méritos propios en una de las películas más odiadas este año en la Sección Oficial a Competición. La surcoreana 'The Weight', de Jeon Kyu-hwan repite los mismos pecados de la también poco amada 'The Wall', haciendo que la empanada de temáticas y el ritmo de caracol en el desarrollo de la trama dinamiten los escasos logros (la mayor parte de los cuales en el apartado técnico) de esta cinta sobre un trabajador de una morgue. Para que quede claro, en el mismo escenario, el ahora master and commander de la excelente iniciativa Phenomena, Nacho Cerdà, daba y sugería mucho más en su cortometraje 'Aftermath', que además nos ahorraba el peaje del aburrimiento al que ciertos autores con ínfulas de auteur parecen abonados.
Última parada de la jornada: otra excusa para darle un empujoncito a la industria local (que de esto tratan también estos certámenes)... aunque ésta nos proporcione productos que no tienen absolutamente nada de fantástico. Estirando mucho, sí puede hallarse en 'Invasor', nuevo largometraje de Daniel Calparsoro, algo de fantasía, más cuando al principio se anuncia que dicho proyecto se ha financiado en parte con los recursos de un gobierno que aquí queda identificado como una banda criminal. Una panda de gángsters que intentan tapar de la peor de las maneras el bochorno de su participación en la guerra de Irak. A través de una traumática experiencia vivida por dos soldados españoles en la Segunda Guerra del Golfo, Calparsoro traza un thriller que va de lo bélico al territorio colindante de lo político. Como el más reciente cine de Robert Redford, el balance general se traduce en una constante de aprobados -justos- en todos los apartados... cuando el material de base, por real, por actual y por incitador de la sana indignación, daba más esperanzas. Como éstas no se concretan, nos quedamos con el premio de consolación de ver cómo nuestra cinematografía también puede manufacturar productos tan ligeramente internacionalizables. Ya es algo.
Mañana, más.
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Por Víctor Esquirol Molinas