Capítulo III: Vida después de la muerte
Al igual que ayer abrimos este nuevo capítulo cerrando en primer lugar el anterior. Anoche un clásico, 'La noche + Zombi', maratón dedicado al género zombie que, un año más, ha destacado antes por el ambiente que por la calidad de las propuestas.
La noche comenzaba con la proyección, previa presentación de un sospechosamente animado Jaume Balagueró, de un -como todos- desternillante episodio de 'Hollybrut', programa indispensable para cualquier friqui que se precie de serlo cuyos vídeos podéis encontrar en la web de Paramount Channel, su benefactor. Quién lo conozca ya sabe, quién no ya está tardando: repetimos, 'Hollybrut'.
A continuación 'Goal of the Dead', con la que al co-director Benjamin Rocher le vuelve a ocurrir lo mismo que con 'La horda'; esto es, mucho ruido, promesas y postureo para luego ofrecer poca chicha. Totalmente inocua por más que cuente con un generoso despilfarro de medios. Como también resulta bastante inocua la algo más humilde 'Wyrmwood', voluntariosa producción que salvo algún detalle menor viene a ser lo mismo de siempre, zombies y más zombies sin ningún otro propósito dramático. Y así le va.
Por caprichos un tanto incomprensibles de los programadores hemos tenido que aguantar, como jabatos, y sacrificar el dormir esta noche para poder ver cuando ya empezaban a asomar los primeros rayos de luz 'Life after Beth', título que a diferencia de los dos anteriores no vive por y para el fan del género, sino que trata de universalizarlo al darle forma de película hecha y derecha, esto es, añadiendo lo necesario para ver más allá de las vísceras: un fundamento dramático que en este caso funciona como metáfora romántica.
Un título imperfecto como suele corresponder por costumbre a cualquier debut, pero tan sencillo y ajustado que acaba por resultar inevitablemente simpático en su alocado in crescendo. En parte por su humildad, en parte por su trazo delicado; en parte por un reparto que parece de carne y hueso como para poder comérselo a bocados. Poco o nada simpática resulta por su parte 'La distancia', una tediosa película que en lengua vernácula podríamos definir como "un ladrillazo en la cara del insomnio". Una soberana chorrada que proyectada a las 08:30 de la mañana supone toda una invitación a la frustración, si es encima tras una noche en vela resulta equiparable a una travesía a través del desierto. Virtualmente infumable.
Recuperamos el pulso con 'I Origins', cinta que transita con buen pulso entre la fe y la ciencia, entre la razón y el corazón. La experiencia es un grado, y a Mike Cahill la mezcla le funciona con mayor calidez que la mostrada por 'Otra Tierra'. Un filme inconcluyente a propósito, pero a la vez muy estimulante en los dos tramos en los que se divide la narración.
Y de una promesa que se consolida a una promesa que vuelve a decepcionar, Adam Wingard, quién con 'The Guest' nos ofrece el típico actioner de serie B de videoclub mil veces visto, ya sea con más o menos condescendencia de la que le permitimos a otros. ¿Camino de la eterna promesa? ¿O es que siempre ha sido una falsa promesa? Sea como fuere Wingard se atasca una vez más en lo convencional, sin mostrar ingenio ni orgullo más allá de soltar cuatro chascarrillos oportunistas que no se bastan para rescatarla del montón de las prescindibles.
Aunque para prescindible 'The Midnight After', caprichosa ciencia-ficción onírica de corte oriental que avanza con el 'Major Tom' de David Bowie como recurrente melodía de fondo. Tal como suena. De tan esperpéntica que uno no sabe si reír o llorar. Más sano la primera opción, desde luego, pero ni aun así deja de ser un caótico desvarío dolorosamente demencial que se extiende a lo largo de dos tediosas horas.
Por suerte cualquier pena se olvida cuando uno se cruza con un filme como 'Dead Snow 2: Red Versus Dead'. Una secuela sensiblemente superior, con más medios y más gamberra que el filme original, y que cumple más que de sobra con lo prometido. El prototipo de película diseñada para un sitio como sitges; el prototipo de película que uno viene a ver a un sitio como Sitges; el prototipo de película que se crece en un sitio como Sitges; el prototipo de evento socio-festivo que se disfruta plenamente en un sitio como Sitges. En resumen, una fiesta.
La jornada la completamos con un trío de títulos en los que destaca, entre medias de los tres, un documental indispensable para todo aquel que tuvo la suerte de respirar en los años 80, 'The Go-Go Boys: The Inside Story of Cannon Films', centrado principalmente en la relación entre Menahem Golan y Yoram Globus. No es particularmente brillante, pero sí resulta particularmente ameno. O cuando el fondo hace que las maneras merezcan la pena. Lo mismo que la de antes y la de después a esta, las tampoco particularmente brillantes 'Montana' o 'Housebound', si bien ambas resultan interesantes en igual e irregular medida: la primera por su aplomo y oficio a la hora de ejercer muy profesionalmente como violento reverso de 'León, el profesional'; la segunda por su ligera fluidez y lo simpático de su bienvenido sentido del humor negro.
Continuará...
Por Juan Pairet Iglesias
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