Asia al poder
Vía El Séptimo Arte
por reporter 03 de octubre de 2009
Ayer hacíamos mención a lo importante que es retener el término “fantástico” para entender mejor cómo funciona el Festival de cine de Sitges. Pero quizás se nos pasó otro igualmente clave: “Asia”, y es que todo lo provinente del lejano oriente parece haber encontrado un muy acogedor hogar (para demostrarlo, la sección Orient Express - Casa Asia, en donde sólo tienen cabida los filmes asiáticos). Ayer ya se dieron muestras de dicho fenómeno, y en la segunda jornada del certamen se ha acabado confirmando del todo, ya que hoy han desfilado por el Garraf una película surcoreana, una filipina, una japonesa y una francesa... con director taiwanés. Por partes.
Si preguntáramos a cualquier seguidor del festival cuál fue la mejor obra proyectada durante la anterior edición, con toda seguridad obtendríamos 'Déjame entrar' como respuesta. Aquel cuento de hadas aterrador provinente de Suecia, en el que se nos relataba la historia de amor entre un niño y una vampira, fue sin duda una de las sensaciones de la temporada. Quizás aprovechando el tirón del subgénero, el gran Park Chan-Wook regresa después de la fallida 'Soy un Cyborg' con 'Thirst'. Al igual que en la película de Thomas Alfredson, hay también una historia de amor vampírica. Pero, ¿dónde está el morbo añadido? Pues en que el chupasangre en cuestión es ni más ni menos que un venerado cura.
No he tenido el placer de ver la reacción del público en la presentación oficial, pero sí puedo decir que en la sesión de la mañana, la acogida ha sido más bien fría. Al final de la proyección, ha salido un tibio aplauso del patio de butacas... y gracias. Yo sin embargo sigo convencido de que hoy he visto una gran película. Aunque pueda parecer que la historia vaya un poco a la deriva; sin rumbo fijo, sería más adecuado decir que todo avanza sin prisa, pero sin pausa. En efecto, no paran de suceder cosas, y no paran de abrirse frentes. Excepto alguna casi obligatoria extravagancia, todo acaba cobrando sentido dentro de una trama con mucho encanto. Como era de esperar, el surcoreano Park Chan-Wook (otro ídolo del certamen) se luce. A la habitual elegancia de sus imágenes, se une la espectacularidad contenida en las escenas de “acción”, con excelentes resultados visuales. Además, el genio del cineasta se hace especialmente palpable en determinados momentos (especial atención a la primera cena donde se dan cita todos los protagonistas y en la manera cómo se les desnuda a través de un hábil juego de miradas y desenfoques, todo ello con una violencia enterrada tremenda... magistral). Éste híbrido que tan a gusto se siente tanto en el terror como en la comedia, quizás podría haber sido finiquitado un poco más deprisa, lo cual no implica que no esté muy bien rematado. Con una gran banda sonora y unas buenas interpretaciones (Song Kang-Ho nunca falla), un servidor ha encontrado en 'Thirst' el mejor trabajo de su director desde la aclamadísima 'Oldboy'.
Y desgraciadamente, ahí se acaban las buenas noticias provenientes del continente asiático. Con 'Independencia' del filipino Raya Martin, ha empezado una caída en picado que no ha cesado hasta que no he abandonado las instalaciones del festival. En esta ocasión no hay elementos fantásticos, ni mucho menos terroríficos. Entonces, ¿cómo ha conseguido llegar hasta aquí un residuo de Cannes? Fácil, como hemos dicho antes, no hay más que mirar su nacionalidad. La película nos sitúa en la Filipinas de principios del siglo XX. Como la guerra cada vez más cerca del poblado, una madre decide refugiarse en la selva con su hijo. Allí empezarán una nueva vida. De veras que aprecio el ejercicio de estilo del director. Haciendo uso siempre de planos estáticos y de un blanco y negro añejo, se logra la sensación de estar ante una cinta filmada muchísimos años atrás. Pero ahí se acaban las virtudes. Entre tormenta y tormenta; entre gente que se pierde en la selva una y otra vez, confundiéndose con la naturaleza, salen a relucir las cojeras de una historia carente de interés. La vulgaridad del conjunto hace que la propuesta sólo triunfe en lo estético. El resto, poco o nada importa.
Por si alguien seguía teniendo ganas de Takashi Miike, hoy el irreverente director japonés ha vuelto a dejar huella con la muy esperada 'Crows Zero II', continuación de las batalles campales escolares con la yakuza como telón de fondo. Algo así como la versión nipona de ‘The Warriors’ de Walter Hill. O si se prefiere, ¿se acuerdan de que en Bola de Dragón, cuando era obvio que Goku era el ser más fuerte de la Tierra, sus creadores tuvieron que inventarse nuevos planetas/tiempos/dimensiones para hallar rivales de altura? Pues lo mismo pero cambiando los planetas por colegios rivales. En otras palabras, Miike tiene la excusa perfecta para dar rienda suelta a su violenta imaginación. Así, son los mamporros -y nunca los diálogos- los que permiten que avance la trama. Por desgracia, esta vez los cuervos no mantienen tan bien el ritmo como en su primera aventura. Así, aunque las luchas sigan siendo impactantes, a uno le queda la sensación de que nos podríamos haber ahorrado más de un rodeo inútil. Eso sí, los otakus (el sector más fiel del cine que destila Miike) no tienen por qué temer, pues los personajes carismáticos -cada cual más macarra- las poses memorables y las gracietas de dudoso gusto están siempre presentes. En resumen otra hipertrofiada película marca de la casa, de la que me he sentido excluido con respecto a casi todo el mundo.
Dónde si he conectado con el resto del público ha sido en la horrorosa 'Visage', dirigida por el taiwanés Tsai Ming-liang (exacto, el que hará unos cinco años escandalizó a medio mundo con 'El sabor de la sandía'). En esta ocasión, el realizador nos habla de un maltrecho rodaje que pretende adaptar en París la historia de Salomé. Para no desentonar con la tónica mostrada hoy por parte del sureste asiático, volvemos con la cámara estática y los planos exageradamente largos. Durante los primeros compases se hace el esfuerzo de intentar descifrar el mensaje -si es que existe- de Ming-liang, pero pasados veinte minutos, no hay más remedio que sacar la bandera blanca. Así, las iniciales risas algo forzadas se tornan en continuos gestos de incredulidad, y los primeros avisos de desvanecimiento de los párpados. No hemos llegado a la mitad del metraje cuando se produce en la sala el primer episodio cómico de la noche. Un espectador que tengo en la fila de delante agita el brazo de su compañero. ¿La razón? El pobre hombre estaba empezando a emitir unos ronquidos la mar de divertidos. Bien por el verdugo del sueño, porque ya se sabe que lo de tararear en voz alta la banda sonora de la película mientras ésta se proyecta, es de mala educación. Precisamente en este momento evito expulsar la que sin duda habría sido una explosiva ventosidad. Y es que ya se sabe que tampoco está bien visto spoilear la línea argumental de la historia. Lo que sigue ya es un auténtico show -en la platea, claro está-: más y más gente buscando la salida del cine, y los que nos quedamos aguantando el chaparrón, no sabemos si aplaudirles o sentir lástima por nosotros mismos. Lo que hago yo hasta que no se encienden las luces es preguntarme por qué demonios no habré ido a ver 'Hierro'.
La proyección a primera hora de la tarde de 'The Countess' ha servido más para concedernos un bienvenido respiro de Asia, que no para ver una película memorable. Ejerciendo de directora, guionista y protagonista a la vez, Julie Deply nos acerca a la escalofriante vida de la Condesa Bathory que allá por el siglo XVI sembró el terror en Hungría con una serie de estremecedores crímenes. Estamos aquí ante otra película que ha entrado en la parrilla del festival cumpliendo de forma muy justa los requisitos mínimos. A pesar de que el tema de los asesinatos vinculados a hallar la belleza imperecedera daba para un más que prometedor relato de terror, el filme se centra demasiado en la desgraciada relación entre la condesa y su amante. Es sin duda el desencadenante de todo el embrollo, pero acapara demasiado metraje, dejando relativamente poco espacio para tratar mejor la espeluznante demencia de la protagonista. El problema de todo está en que a Deply se la ve demasiado ocupada para lucir sus dotes interpretativas... o sea, que se hubiera agradecido más consistencia y personalidad detrás de las cámaras. Así pues, el macabro tratamiento anti-envejecimiento de la condesa se sigue con cierto interés, más por la historia ya escrita, que no por el resultado final mostrado.
Entre tanta vanguardia cinéfila ha habido tiempo también para la Sección Sitges Clàssics, en la que se ha mostrado 'La naranja mecánica', de Stanley Kubrick, un título que casi cuarenta años después de su estreno, sigue cautivando a generaciones enteras de cinéfilos. Éxito asegurado
Mañana más.
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por Víctor Esquirol Molinas
Jaja, hace mucho lo hablamos tú y yo xD y sería épico la verdad
Además, con mi hermano y Erendil... corte ninguno
No me lo digas dos veces eh, q como buen catalán q soy, puedo sacar mi faceta gorrona .