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Oficialmente intrascendentes

Vía Festival de Gijón por 23 de noviembre de 2015

Ocurre a menudo en los festivales de cine que la Sección Oficial (y no es necesario hablar de Competición), lejos de ser el espacio más -cinematográficamente- atractivo, se convierte en una especie de trampa (más o menos mortal), tanto para el espectador como para la propia organización. El cazador cazado... no andamos demasiado lejos del tópico. Y perdonen la aglomeración de esto mismo, pero es que estamos ya a finales de año, y llegamos a la línea de meta con el depósito de gasolina bajo mínimos. No se puede ser más sincero... ni más triste.

Precisamente así va, ahora mismo, la carrera por el título de Mejor Película en Gijón 2015: aplastada por una sinceridad sólo comparable a su tristeza. Ya saben, la Oficial, que en ocasiones, más que estimular, obliga... y claro, así es difícil llegar a ese mutuo entendimiento, imprescindible para que las cosas funcionen en la cama. Y disculpen de nuevo, pero la soledad en esta habitación del hotel Begoña es simplemente insoportable.

Volviendo a la compañía (o soledad compartida) de la sala de cine, un par de cretinos rememoran días mejores en la Berlinale y deciden saltarse, a la torera, una de las prohibiciones más sagradas de nuestros queridísimos exhibidores. ¿Aquí se puede beber alcohol? Pues a ver, en teoría no... pero ya saben, si uno de los sponsors del certamen es una reconocida marca de cerveza, es más fácil hacer la vista gorda ante un impresentable que decide entrar a una proyección con ni más ni menos que cinco botellas del dorado elemento. Créanme, en el fondo a nadie le importa. De modo que una birra precede otra, y otra, hasta que... horror, nos quedamos sin espacio en el contenedor de cristal. Y sucede lo inevitable: Puro efecto dominó. Es casi medianoche, y como el cerebro no sabe si el cuerpo en el que habita está muerto o no, manda un impulso eléctrico a una de las extremidades. Patada involuntaria al aire que en un momento de la trayectoria pendular se topa con uno de los recipientes, gracias a Dios, vacíos. Se rompe el silencio, y durante dos interminables minutos, nos invade el estruendo del cristal golpeando todas las butacas y pies habidos y por haber. Ojo al dato: ni una mirada inquisitiva por parte del respetable. Ni un gesto de reproche. Ni la más leve señal de queja... Al contrario. El público parece divertirse mucho más con el periplo de la botella que con lo proyectado en la pantalla.

Y esto que lo que estamos viendo es una comedia. 'I Am Diego Maradona', se titula, y más allá de la -irrefutable- constatación de que todo, absolutamente todo lo malo que viene sucediéndole a la humanidad a lo largo de las últimas tres décadas (año más, año menos) es culpa del Barrilete Cósmico, no entra demasiado en la temática futbolística. Prohibido llevarse un chasco, ya íbamos advertidos. En el nuevo trabajo de Bahram Tavakoli, un famoso escritor se ve obligado a compensar sus robos intelectuales con la creación de una ficción tan buena (o incluso mejor) que la historia de un loco que se creía... Diego Armando Maradona. Como punto de partida no está nada mal, y si el desarrollo acompañara lo más mínimo... Pero no. Al cabo de cinco minutos (o menos), ya se ha perdido el hilo de una historia demasiado ensimismada en su narrativa pop-literaria; demasiado esclava de su propio caos. La experiencia es lo más cercano a presenciar una riña familiar de hora y media. La inspiración que uno de los miembros de esa jaula de grillos pueda mostrar en un momento dado, despierta quizás una leve sonrisa, pero queda lejos (a años de luz) de compensar la irritación general. A la misma distancia en la que ahora mismo estamos, por cierto, de la tan añorada cerveza. Horror. Y cuidado, que todavía no hemos entrado en la famosa Oficial. Vamos allá.

El programa triple de hoy destaca, sobre todo, por la presencia de una de las grandes vacas sagradas festivaleras de los últimos años. El filipino Brillante Mendoza vuelve a Gijón para presentar su último trabajo, 'Taklub', drama humano coral, suerte de testigo-homenaje a las víctimas del tifón Yolanda, que en 2013 dejó tras de sí la friolera de 2500 muertos, solo en su país. Recuerden, estamos en la Sección Oficial. A Competición. Aquí se exige, ante todo, pedigrí (check) y/o una de esas temáticas que sirvan, al menos, para despertar a una conciencia colectiva que va por ahí demasiado adormilada. Double check, porque ante nosotros tenemos más hora y media de la más angustiosa de las búsquedas: la de la posibilidad de la reconstrucción después de la devastación. Por supuesto, no nos quedamos en la mundanidad de un plano físico literal y grotescamente calcinado, sino que llegamos, supuestamente, a aquello que el ojo desnudo es incapaz de captar. La intención es acercarse a las ruinas; empaparse de cada uno de los individuos (de sus restos, vaya) para que reluzca, en última instancia, el geist de una nación rota pero no destruida.

Sobre el papel, todo correcto; todo apetecible. A la práctica, lo inesperado: el producto se entierra, a las primeras de cambio, bajo los recursos más deleznables del melodrama de masas. En su peor tradición. Cegado, quizás, por la urgencia de la necesidad de llegar a cuantos más espectadores mejor (las grandes tragedias ya tienen esto, y ahora fuera bromas), Mendoza parece tener siempre en mente el manufacturar un producto apto para todos los públicos y, sobre todo, todas las sensibilidades. Y así, nos trata como si emocionalmente fuéramos unos críos. Un perro pasando hambre aquí, una metáfora facilona sobre el dolor de la pérdida allí... y mucho piano sensiblón para enfatizar lo que ya de por sí clama al cielo. La indefensión del ciudadano anónimo (del ser humano, vaya) con respecto a una naturaleza tan implacable como la inoprenacia de un Estado anclado en no se sabe qué edad oscura... Es tan obvio; tan indignante, que sorprende (y obviamente, indigna) que el autor de, por ejemplo, 'Foster Child' (una de las obras que, tirando de pura crudeza, mejor ha expuesto el reverso mas oscuro de ese invento llamado globalización) tenga que recurrir a barateces impropias del cine de autor... no tanto, recuerden, de las -malditas- Secciones Oficiales.

El resto de la jornada competitiva rebaja el cabreo generalizado, pero no logra escapar de algo que, visto fríamente, es seguramente peor. La indeferencia se apodera tanto de 'Je suis un soldat' como de 'Land of Mine'. Podría ser peor, claro, pero la cosa ya tiene delito cuando los temas a tratar son Oficialmente tan graves. Por partes. Con el primer título el debutante en el largometraje Laurent Larivière se asocia con el valor en alza de Louise Bourgoin (de lejos, lo mejor de la película) para hablarnos de la carnaza que sale de esa gigantesca máquina trituradora en la que se ha convertido la crisis. A tener en mente, ésta es multidimensional, y lo que empieza con la angustia de la falta de dígitos en la cuenta corriente, puede derivar, con demasiada facilidad, en un peligroso viaje por los círculos del infierno de la ética. Crimen y familia van de la mano en un thriller cuyo pulso no está a la altura de la gravedad de los acontecimientos (y sobre todo, circunstancias) narrados. Se sigue con facilidad (más por la herencia de ese nuevo cine social francés, y no por la -nula- aportación de Larivière) y con interés (más por el ''qué'' que por el ''cómo''), pero al final del recorrido, queda el engorro de la supremacía de la constatación, por encima de la aportación. ¿Es necesario hablar del tráfico ilegal de animales? Por supuesto. Ahora más que nunca, es por esto que a este tipo de cintas hay que pedirles ir más allá de un primer golpe que ya viene servido por la naturaleza del propio producto.

Porque ciertas temáticas son una responsabilidad, y no una excusa bajo la que esconder las carencias o, peor aún, la auto-indulgencia. ''¿Y qué si la película es poca cosa? ¿Acaso no trata un sujeto que no merece ser olvidado?'' Exacto, y es por esto que nuestra responsabilidad como críticos es elevar el grado de exigencia. Sino, pasan por la puerta grandes mediocridades del tamaño de, pongamos, Ken Loach. Por esos mismos derroteros se mueve lo nuevo de Martin Zandvliet. 'Land of Mine' nos presenta un capítulo de la Segunda Guerra Mundial que, como casi todos los epílogos, necesita de al menos un narrador con conciencia para no caer en el olvido. Digamos que en verano del año 1945, en Dinamarca, el cese al fuego era por fin una realidad, lo cual no significaba que ya se hubiera dado carpetazo a todos los conflictos. Los mapas hablaban, para entrar ya en materia, de un miles de minas colocadas estratégicamente a lo largo de la costa danesa; los corazones, tanto de los vencedores como de los vencidos, estaban igualmente minados.

Prejuicios y viejos rencores se convierten en el cimiento de una relación imposible entre un teniente del ejército danés y la cuadrilla a su mando de juventudes hitlerianas, encargadas de limpiar el desastre provocado por ellos mismos, antes de regresar a casa. De una factura técnica innegablemente sólida, la película nos recuerda en sus memorables escenas de presentación que no hay nada cinematográficamente más tenso (y por ello, apetecible) que la soledad del desactivador de bombas... pasados estos primeros y deliciosamente insoportables momentos, queda el sinsabor de la corrección, que aniquila, a sangre fría, y sin piedad, cualquier atisbo de riesgo. La dictadura del manual, aplicado tan rajatabla que se ignoran las exigencias del caso en particular. El trazo del arco dramático de los personajes (que es, o debería ser, el principal atractivo del film) se hace con los mismos tempos de otras películas hermanas de sangre... sin tener demasiado en cuenta los factores diferenciales de la historia. Hay desajuste (en ocasiones, ridículo) entre la teoría y la práctica. El resultado de dicha combinación es un drama post-bélico de un conservadurismo tal (en todos los niveles) que por no querer dejar con mal sabor de boca (misión cumplida, las cosas como son) no deja ni el más mínimo rastro de gusto en nuestras papilas. Como si ahí nunca hubiera pasado nada. Y no.

Por suerte, y casi al toque de la campana, nos metimos en la Sección Convergencias. La crítica al rescate. Ya lo ven, no somos tan monstruos como aparentamos. 'Risttuules', de Martti Helde, es una de estas películas que podría justificar, ella solita, un festival entero. En las antípodas de los focos de la Oficial (adelante, googleen el nombre del director... servidor tuvo que hacer lo mismo), nos topamos con una producción que combina su músculo portentoso con el también apabullante poder de su alma. 14 de junio de 1941, las Repúblicas Bálticas son sometidas a una barbárica limpieza étnica ideada por el mismísimo Joseph Stalin. Quien sobraba, iba a Siberia. Así de fácil. Tomando como punto de referencia narrativo la relación epistolar entre dos enamorados separados por la crueldad del destino, Helde hace auténticas virguerías con la técnica de los tableaux-vivants, sumergiéndonos en su tridimensionalidad, y recordándonos que el movimientos, este requisito sine qua non del séptimo arte, es un concepto relativo. El horror, la violencia pero también el amor y la esperanza (es decir, lo mejor y peor del género humano) quedan literalmente congelados en una pantalla en la que no se puede esconder nada; en la que no se pierde ni el propio sentimiento de la pérdida. Y ahí nos quedamos. Sin la botella, sin el enquilosamiento de la Oficial, sin patria, sin familia... Sin argumentos para perder la fe en el cine. Infinitas gracias.

Mañana, más.

por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol

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Comentarios

  • Avatar de Wanchope
    Wanchope 26 de Noviembre de 2015, 04:42:10 PM
  • Avatar de Wanchope
    Wanchope 26 de Noviembre de 2015, 04:43:30 PM
    Cita de: Genjuro en 26 de Noviembre de 2015, 02:53:44 AM
    Madre mía qué truño Black. Me llegó una recomendación de segunda mano, y como no tenía nada que ver por la noche, me la jugué en la sección oficial y perdí hasta la camisa.

    A mí no me desagradó, al menos no tiene ínfulas de nada. Lo que pasa es la que un festival de cine le queda grande, es la típica película para rellenar cartelera.
  • Avatar de Wanchope
    Wanchope 28 de Noviembre de 2015, 04:16:21 PM
  • Avatar de Wanchope
    Wanchope 28 de Noviembre de 2015, 04:16:35 PM
  • Avatar de Genjuro
    Genjuro 29 de Noviembre de 2015, 02:40:41 PM
    Mi top-10 de lo visto en Gijón sería algo así.

    1. La calle de la amargura (Arturo Ripstein)
    2. Right Now, Wrong Then (Hong Sang-soo)
    3. Mysterious Object at Noon (Apichatpong Weerasethakul)
    4. The Sky Trembles and the Earth Is Afraid and the Two Eyes Are Not Brothers (Ben Rivers)
    5. Neon Bull (Gabriel Mascaro)
    6. Un monstruo de mil cabezas (Rodrigo Plá)
    7. Underground Fragrance (Song Pengfei)
    8. Aferim! (Radu Jude)
    9. Langosta (Yorgos Lanthimos)
    10. Under Electric Clouds (Aleksei German Ml)

    La cuestión es que las de Rivers, Lanthimos y German vienen del SEFF, y la de Weerasethakul tiene tres lustros, así que para completar la lista de premieres nacionales del FICX metería esta tanda de documentales:

    - The Woods Dreams Are Made Of (Claire Simon)
    - Transatlantique (Félix Dufour-Laperrière)
    - The Thoughts That Once We Had (Thom Andersen)
    - Iraqi Odyssey (Samir)

    Sigue lejos del SEFF, y sigue habiendo demasiada broza, pero pienso que el FICX va dando algunos pasitos en la buena dirección. Y el palmarés, ya sólo por dar los dos premios principales a Hong y Ripstein, me ha parecido modélico (se huele la influencia de Miñarro).