Brillante Mendonça
Vía Festival de Cannes
por reporter 18 de mayo de 2016
Y por primera vez en la historia de la humanidad, ser español implicó estar por delante de los demás. Llegó Pedro Almodóvar a la Croisette para presentar 'Julieta', y nosotros, la mayoría, decidimos mirar para otra parte. Algunos para demostrar, que nunca está de más, que vivimos en un país de acomplejados (seguimos con el discurso de ayer), y que no en vano, a uno de los mejores cineastas que tenemos ahora en nuestras filas, lo adoran mucho más aquí (es decir, allí) que no allí (es decir, aquí). Qué lío. El caso es que mi conciencia está tranquila, pues me anticipé tanto a la jugada que antes de que se diera el pistoletazo de salida a esta 69ª edición, ya había visto (perdón, ya había disfrutado) no una, sino dos veces con la película. A ella, que dígase ya, es una de las mejores de la filmografía del manchego, toda la suerte que se merece. A este punto, de nada sirve hablar de deudas históricas (con las deudas con hacienda, tres cuartos de lo mismo); mucho menos hacer cábalas con los posibles gustos de los miembros del jurado. Sólo queda esperar. Esto y tener oídos en todos los sitios. En la Lumière hemos dejado unos cuantos, y por lo visto, la recepción ha sido buena. Mucho, nos cuentan algunos. Lo esperable, vaya, en un escenario a veces demasiado estirado, pero donde sin duda acostumbra a apreciarse el arte que realmente lo merece.
De modo que nos saltamos una casilla (no para descansar, sino para fichar con otra propuesta española, que haberlas haylas... pero a esto ya llegaremos después) y nos plantamos directamente en la siguiente contendiente de la Competición, que va y resulta ser la que de momento, y de largo, es la mejor película que hemos visto este año en Cannes. 'Aquarius', segundo largometraje de Kleber Mendonça Filho (después de la sorprendente 'Sonidos de barrio', más alta en lo que a ambiciones se refiere... pero con un no tan alto grado de acierto en la conquista de éstas) podría interpretarse en clave de réplica, a la brasileña, de otro boom reciente festivalero, la chilena 'Gloria', de Sebastián Lelio. Básicamente, de lo que se trata aquí es de acabar conociendo, como si la hubiéramos parido nosotros mismos, a Clara, madre viuda que lleva, con la máxima dignidad posible, la amarga aventura ésa de enfrentarse a la tercera edad... además de a un despiadado agente inmobiliario que amenaza con echarla del apartamento en el que habita una vida entera de recuerdos junto a su amada (y añorada) familia.
La situación parece dramática y, efectivamente, lo es... solo que el director y guionista se niega a quedarse en esta actitud. Digamos que de hacerse viejo no se libra nadie, y que por ello, no nos podemos conformar con adoptar, sistemáticamente, una actitud derrotista ante ello. Lo inevitable no tiene por que ser determinante. Mendonça da síntomas inequívocos de tener bien aprendida la lección, basculando constantemente entre tragedia y comedia, no por cálculo matemático, sino por permitir que la historia fluya por sus cauces naturales. Así, Clara suspira al recordar cómo su versión joven ponía en su coche, y a todo volumen, uno de los grandes hits de Queen para darlo todo junto a sus colegas del alma; poco después, gira la mirada y se topa con el viejo armario de su cuarto. Al hacerlo, no puede (ni quiere) evitar sonreír, al ser invadida por la experiencia proustiana de rememorar uno de los polvos más pasionales de su vida, consumado, precisamente, encima de dicho mueble. Pues esto, pero durante dos horas y veinte minutos de glorioso cine.
Éste, en manos de Mendonça, da la sensación de convertirse en puro impulso; en una fuerza de la naturaleza que, no obstante, puede llegar a controlarse. De esto se encarga un artista que, ahora sí, se confirma como el monstruo que es. Hay en prácticamente cada secuencia de su nuevo trabajo, la voluntad de sorprender al espectador. A través del ya característico juego entre el zoom in y el zoom out; a través de la maestría en la confección del montaje; a través de la elección en los encuadres que delatan, por lo menos, a un realizador con alma de genio de la arquitectura. Lo mejor es que el resultado para nada se antoja cargante. Al contrario, los recursos éstetico-narrativos con los que cuenta Mendonça, que no son precisamente pocos, se conjugan con tal elegancia, potencia y convencimiento, que lo mostrado en pantalla habla, directamente, del gozo ilimitado que ofrece una cinta primero, con una ambición prácticamente ilimitada, y segundo, con talento suficiente no solo para que el experimento no se venga abajo, sino para elevar a éste hasta la enésima potencia. 'Aquarius' nos habla de todo esto, y de esa tercera edad, y del trato que ésta recibe, y de la comunidad en la que vive. El mobbing como síntoma; Clara como reflejo de un edificio entero, de los fantasmas que lo pueblan, de Brasil... de nosotros mismos. Ahora mismo, la Palma de Oro a 'Aquarius' sólo se la quita ella misma. Recordemos que en Cannes, quien se lleva el premio gordo, no puede estar en ninguna otra categoría, y Sonia Braga, resucitada y escandalosa protagonista de la función, pide a gritos, a sonrisas y a bailes, el más alto de los honores. Sería de justicia divina. Toda la suerte para el Jurado... Bendita papeleta, la que tendrán que resolver.
Y bienvenido alivio (es un decir) el que nos ha dado la sesión de justo después. Parece que lo nuevo de Brillante Mendoza (tranquilo, no has sido el único en hacerse hoy la picha un lío con los apellidos) no va a entrar en muchos debates concerniendo a la configuración del Palmarés, sin embargo, es de agradecer, y mucho, que el prolífico autor filipino haya tenido a bien presentar este año uno de sus trabajos mínimamente inspirados, que son cada vez menos, pero que siguen existiendo. Para muestra, la película que ahora nos ocupa, 'Ma' Rosa', imperfecta pero convincente mezcla de thriller criminal y drama social. Una familia comandada por una madre coraje típicamente ''mendoziana'' (la mujer se ve obligada a vender ''cristal'' para poner comida en el plato de sus hijos y marido) ve cómo una brigada de la policía de Manila asalta su hogar para desmantelarle el negocio... y más tarde, exigirles un costosísimo rescate. De nuevo, las supuestas fuerzas de la ley adquieren la forma y formas de las organizaciones criminales, y con ello, se borra por completo la línea entre el bien y el mal.
Este nuevo viaje por los infiernos urbanos filipinos, aunque no haga aportaciones relevantes a lo previamente visto en el cine de Mendoza, sí que por lo menos recupera buena parte de las sensaciones perdidas a lo largo de los últimos años. La cámara, inquieta pero de una inteligencia que asusta, se siente a gusto en las largas secuencias marca de la casa, y pasa de la incisión del primerísimo primer plano a la toma general en pocas décimas de segundo, consiguiendo así que la película luzca un más que atractivo acabado, a caballo entre la realidad y la ficción. En otras palabras, emana una peste (en el buen sentido, que de herir va en parte la cosa) a documental que, de nuevo, no introduce variación alguna en el discurso de Mendoza, pero que por el contrario, sí lo dota de más consistencia. Lástima que en la segunda mitad del relato, se pierda brillantez. Vuelven los peores excesos; vuelve esa típica y puñetera obsesión por la acumulación dramática; por olvidar que hay ciertas sumas que acaban restando. Que si prostitución aquí, que si sobornos allá, que si palizas un poco más allá... que si esto ya empieza a oler demasiado a carroña. Que mejor dejarlo aquí, y por suerte, así es. Una retirada a tiempo, es una victoria. Bien por Mendoza... Bien por esos minutos de sueño conquistados.
Antes, una parada doble en Un Certain Regard, la sección más peligrosa del certamen (es que no aprendemos...). La primera recupera el clásico ''randomismo'' de estas latitudes. 'Voir du pays' tiene el dudoso don de la impermeabilidad, y eso que los temas tratados lo tienen todo para, por lo menos, dejarnos tocados. Un pelotón del ejército francés vuelve a casa después de una accidentada misión en Afganistán. Antes de llegar al hogar, harán una parada programada en un balneario chipriota. Se trata de una semana de ''descompresión'', en la que deberán ponerse las ideas en orden y distender tensiones acumuladas. Delphine y Muriel Coulin se atreven con incomodidades tales como las intervenciones militares en el extranjero, los sentimientos encontrados entre invasores e invadidos, además de otros excesos de testosterona... sólo para quedarse en un ejercicio de estilo (visual, mayormente) que entra bien por los ojos, pero que no va más allá. La película no golpea, si acaso araña la retina, pero se muestra siempre incapaz de instalarse en la memoria. De hecho, mientras escribo estas líneas, a cada palabra que avanzo, cae en el olvido una de sus escenas. Hasta que... que... Vaya.
O hasta que reencontramos, de nuevo, las buenas sensaciones, aunque para ello tengamos que echar mano de la cosecha de otros festivales. Una vez más, Sundance acude al rescate. La Croisette y Park City vuelven a evidenciar su buena relación con el desembarco de 'Captain Fantastic' en territorio europeo, tras la buena acogida que tuvo en sus primeras proyecciones chez Robert Redford. El nuevo film de Matt Ross es, de hecho, una excelente muestra de algunas de las mejores virtudes de ese ''nuevo'' indie, el mismo que una década después, sigue la estela de aquel boom titulado 'Pequeña Miss Sunshine'. Ahora, en el año 2016, conocemos a otra familia atípica, cuya excentricidad encaja a la perfección con la estipulada en un manual que, admitámoslo, sigue gustándonos. Y de qué manera. Viggo Mortensen (estupendo en el papel de patriarca peleado con el mundo, en general) y toda su camada se encargan de recordárnoslo en cada escena. Las dosis de humor, de drama y de ese tan característico marcianismo están tan bien calculadas y tan bien metidas que poco o nada importa que jamás nos quitemos de encima la sensación de que, por mucho que se nos esté hablando del orgullo de salirse de la norma, en ningún momento nos estamos saliendo de una hoja de ruta cuya efectividad está ahora mismo demasiado contrastada como para ponerla en duda.
Matt Ross Por supuesto no está aquí para esto, de modo que a lo largo de dos horas (que en realidad parecen mucho menos tiempo), firma un impecable ejercicio de adaptación... incluso de repetición. Con tanta gracia que hasta el temido efecto déjà vu se revierte hasta jugar a favor de la propuesta. Su título, se nos ha dicho al inicio de la sesión (en la que por cierto se encontraban Orlando Bloom y Katy Perry, fin del apunte rosa), podría llevar a la confusión, ya que esto definitivamente no es una super-hero movie... Solo que lo vemos en pantalla es tan increíble, y se deja querer tanto, como cualquiera de sus mejores exponentes. Es, en resumen, la esencia del cuento neo-indie: una bonita fantasía en la que perderse; en la que recrearse en la destrucción (no demasiado dañina) de algunos de los tótems más sagrados de nuestra sociedad. Lo mismo que arremeter contra la corrección política... procurando siempre no herir demasiadas sensibilidades. ¿Contradictorio? Desde luego, pero no por ello menos disfrutable. De esto se trata. De esto, y de no pensar demasiado en las implicaciones. Así la risa fluye mejor y las preocupaciones con las que hayamos podido entrar en la sala de cine, se van con más facilidad. Y así sucede.
Y ya está. Hemos llegado, por fin, a lo prometido, a la casilla de salida. ¿Dónde estábamos los que ya habíamos visto (dos veces, sí) 'Julieta'? Pues en la Semana de la Crítica, descubriendo otra de las cintas españolas este año en Cannes. Con 'Mimosas', de Oliver Laxe, se completa el círculo que empezó a trazar, el año pasado, Ben Rivers en 'The Sky Trembles and the Earth is Afraid and the Two Eyes Are Not Brothers'. Volvemos a Marruecos, y allí, nos reencontramos con esa inquietante certeza de que las distancias no sólo se miden con el sistema métrico. Así, en un país tan vecino (al menos desde el punto de vista geográfico) como éste del norte de África, nos sentimos totalmente alienados, y así, nos embarga el sentido más desbocado de la aventura. Envueltos en unos paisajes magníficamente fotografiados (Mauro Herce, una vez más, se confirma como uno de los más grandes valores de nuestra cinematografía), nos hallamos en medio de un viaje con tintes quijotescos-herzogianos (si es que hay alguna diferencia entre ambas pulsiones) en el que re-descubrimos al cine como una enigmática criatura cuyas intenciones desconciertan tanto como fascinan.
La combinación puede ser algo desconcertante; hasta desesperante, pero las recompensas que aguardan al final de la odisea (si ésta se completa más o menos como nos indica el autor, suerte de Cicerone del desierto) son demasiado importantes como para pasarlas por alto. La excusa de las secciones secundarias no es válida, pues salimos de 'Mimosas' con la seguridad de que ésta era una de las sesiones de este certamen en las que tocaba fichar sí o sí. Recordando aquella ya de por sí extraña pesadilla de Ben Rivers, comprendemos que a ésta podían dársele todavía una (o dos, o tres...) vueltas de tuerca de más. El carácter meta-fílmico de la anterior propuesta (recordemos, la acción se centraba en el accidentado rodaje de una película en territorio marroquí) adquiere ahora un nuevo sentido, al ofrecernos el destino (o la divina providencia) la oportunidad de ver aquella película fallida, que de esto último, digámoslo ya, no tiene nada. Estamos en las antípodas de dicha consideración. No nos queda otra, visto cómo Laxe combina la épica interior con la exterior; cómo llena de pura espiritualidad al escapismo más contagioso; cómo conjuga lo alucinado con lo alucinante; cómo nos oculta sus intenciones... sin llegar jamás a los -peligrosos- límites del hermetismo. En definitiva, cómo hace del misterio, exótico dónde los haya, la más poderosa de las atracciones.
Y basta por hoy, la atracción de la cama ya es demasiado poderosa.
Mañana, más.
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por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol