'Schmigadoon!' (T2) - Me he quedado con tu cara
¿Más... de lo mismo? Oh, sí, por favor. Si te gustó la primera temporada de 'Schmigadoon!', no hay ninguna razón de peso para que no vaya a gustarte la segunda. Cambian la ciudad, las canciones y el tono de la fotografía, la dinámica no es exactamente la misma, los intérpretes hacen papeles diferentes y Ariana DeBose sale mucho menos; casi menos incluso que Martin Short. Pero sí, el (buen) rollo viene a ser más o menos el mismo.
Cecily Strong y Keegan-Michael Key son una pareja se ve atrapada en una especie de pueblo mágico de cartón piedra donde todos viven, bailan y cantan como si estuvieran en uno de esos musicales del siglo pasado. Porque lo están, claro está. No hay por qué. No hay por qué no. Después de toda una temporada queriendo salir de allí, ahora quieren volver. Algo por otro lado... comprensible. El mundo real es mucho más... normal y rutinario.
'Schmigadoon!' es una buena idea que a lo largo de seis episodios de no más de 30 minutos funciona como un tiro, también a la segunda. Un cariñoso y bonachón cruce entre el homenaje y la sátira, en esta ocasión de los musicales de los años 60 y 70. Una simpática y humilde comedia dicharachera y plenamente autoconsciente envuelta en amabilidad, elegancia, respeto... y por supuesto, de nuevo, otra vez, mucho humor y aún más canciones.
Ahora, eso sí, estamos en Schmicago. Nada es exactamente igual, pero, al mismo tiempo, todo nos sigue resultando familiar. De eso trata lo que algunos llaman e incluso consideran un "happy place". De no tener que esforzarse para sentirse tan cómodo como en casa. De dejarse llevar por algo tan ligero como contundente, tan reconocible como fresco, tan común como característico. Cinco minutos, y ya estamos de nuevo en Schmigadoon en Schmicago.
'Schmigadoon!' es una delicia musical sumamente simpática y muy animada cuya segunda temporada ni va a más ni tampoco a menos. Una pequeña evolución -sin revolución- de la primera que asienta y consolida sus señas de identidad con firme discreción. Se mantiene en gran medida la alegría sencilla, casi infantil y sin dobleces de este respetuoso entremés que se ríe sin burlarse de aquello en lo que se refleja con bondadosa complicidad.
Una producción ágil y agradable, donde todo está en su sitio y no hay sorpresa o cliché que no sea un chiste o un guiño, ni drama que no pueda arreglarse con una canción. Así de simple, así de práctico, así de efectivo. También a la segunda, que ya sea más o menos estimulante que la primera en función de la ciudad, la época musical o su toque 'camp', puede seguir presumiendo de ser una serie que va a su rollo, por supuesto, de (muy) buen rollo.
Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex