El 4 de marzo de 2018 los servicios de urgencias se movilizaron en Salisbury, una pequeña ciudad del condado de Wiltshire, para atender a un hombre llamado Sergei Skripal y a su hija Yulia, que habían aparecido inconscientes en el banco de un parque. Todo apunta a un posible envenenamiento por "novichok", uno de los agentes nerviosos más letales desarrollado en la Unión Soviética entre 1970 y 1980...

Este es el comienzo de 'Muerte en Salisbury', serie de televisión basada en hechos reales que cuenta con el sello de garantía de la BBC. No haría falta decir mucho más, y de hecho no hace falta decir mucho más: Se trata de una apuesta más que segura, la BBC rara vez falla una oportunidad tan clara. Nadie mejor que los británicos para narrar una historia como esta con veracidad, elegancia y templanza.

O al menos lo parece. Siempre lo parece. 'Muerte en Salisbury' no es la excepción, una notable miniserie que supone una crónica pormenorizada de lo sucedido en aquel mes de marzo de 2018. Puede que incluso recuerden haber oído hablar de ello, fue dos años antes de que la COVID-19 llegase a casa y lo cambiase todo. Sería para echarse a temblar de no saber ya que es para echarse a temblar.

No quiero remover más una herida que el día a día remueve más si cabe, pero en 'Muerte en Salisbury' da verdadera envidia cuando las autoridades gestionan una alerta sanitaria pensando ante todo en las personas. Lo primero es lo primero, eso dicen los pobres y muertos de hambre. Visto ahora incluso parece algo extraído de un relato de Philip K. Dick, una de esas cosas "de película" que sólo pasan "en las películas".

En fin, divago porque es complicado abstraerse de la realidad cuando ahora mismo entendemos mucho mejor lo que plantea 'Muerte en Salisbury', serie que muestra con la convicción y el esmero británico habituales como un grupo de personas se enfrentan a ese enemigo invisible y desconocido que 2020 ha dejado claro que tenemos. A pequeña escala, sin ningún alarde. Sin la grandilocuencia de las series americanas.

Es otro virus, mucho más potente y en este caso, claramente concebido con malicia por el ser humano. Pero la esencia sigue siendo la misma, las personas: Tanto las que se ponen en la línea de fuego por trabajo como las que lo hacen por accidente. Más allá del repaso concienzudo y metódico de los hechos por parte de Adam Patterson y Declan Lawn, periodistas de investigación antes que guionistas.

No olvidemos que se trata de un hecho que pasó hace apenas dos años y que está muy fresco en la memoria de los británicos; tanto, que parece mentira que con la COVID-19 hayan picado tanto como los españoles. Pero, y sin entrar en el terreno de los spoilers, 'Muerte en Salisbury' se guarda un as bajo la manga que rubrica lo que además de una crónica periodística, es un drama humano tan comedido como certero.

Dejando que todas las cuestiones políticas queden en los márgenes de la acción, 'Muerte en Salisbury' nunca pierde el foco sobre su condición de ante todo, drama humano. De ello se encargan los personajes de Anne Marie Duff, Rafe Spall y MyAnna Buring, estratégicamente situados para dar cobertura a todo el suceso de principio a fin con apenas unos retazos. Y a buen entendedor sobran las palabras.

'Muerte en Salisbury' no es sino una modélica, elegante y respetuosa producción británica sin tacha que dejando al margen el uso de la hipérbole tan habitual de un tiempo a esta parte, cumple en la misma medida que resulta tan efectiva. Otra más, sin necesidad de que un por otro lado oportuno neón llamado "coronavirus" reafirme su condición de serie para nada imprescindible, para nada insatisfactoria.

Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex