Como a menudo ocurre en este tipo de producciones, lo más interesante de 'Locomía' no es tanto lo que expone como lo que late por debajo de lo que expone (y de lo que no alcanza a exponer). La historia es interesante, pero el subtexto lo es aún más. De esta manera sus tres altamente entretenidos episodios nos dejan con ganas de profundizar más... y de dejarles hablar más. Porque cuanto más hablan, más quieres saber, más quieres oírles.

En especial al fundador del grupo, Xavier Font, y al productor que los puso en escena, José Luis Gil. De hecho la serie está claramente marcada por el pulso que mantienen estos dos personajes antagónicos y claramente enfrentados en cuerpo y alma, trazando de esta manera su condición de ensayo sobre la mercantilización del arte. El consabido y eterno conflicto entre el que se considera un artista y el que está considerado como un mercader. El bien y el mal.

O el caos y el orden, qué también. Y en este caso, a mucha honra y sin vergüenza. 'Locomía' se beneficia en ese sentido de la aparente sinceridad de los presentes, mostrándose como un crónica ágil y honesta que, además de trazar el ascenso y caída de dicho grupo a través de las revelaciones de quienes lo vivieron de primera mano, también funciona como radiografía de una época en la que España luchaba por ser moderna. O al menos por parecerlo.

Todo ello hace de 'Locomía' un "culebrón" bastante completo, entretenido y sobre todo revelador para quienes como un servidor, hasta ahora lo reducían todo a una moda pasajera y a unos abanicos de colores. No obstante, incluso teniendo la oportunidad parece que la serie evita entrar a matar y deja a más de uno mordiéndose la lengua, dejándonos con la agridulce sensación de que aun siendo totalmente satisfactorio, aún podría haberles dejado hablar mucho más.

Y con la convicción de que aquí podría haber una película tan estimulante como la que a Sacha Baron Cohen no le dejaron hacer sobre Freddy Mercury.

Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex