'La luz entre los océanos' - (suspiro de alivio) Y olé.
'La luz entre los océanos' lo tiene todo para triunfar... y sin embargo no lo hace, sin que por ello haya necesidad alguna de menospreciar lo que ni mucho menos merece ser menospreciado. Tan sólo en su justa medida, la de un melodrama que pierde pegada por culpa de sus excesos, no sólo melodramáticos. O como el cineasta independiente llamado Derek Cianfrance se acomoda, y se deja llevar por el regusto grandilocuente de ese melodrama de corte clásico que evoca a cineastas como David Lean, un referente al que recurrir tanto se sepa como no se sepa.
Y olé.
'La luz entre los océanos' lo tiene todo para triunfar... y sin embargo no lo hace, sin que por ello haya necesidad alguna de considerarla como lo que no es. Sus excesos, decíamos, que la alejan de lo que debería de ser un drama menos épico y más íntimo, más a lo Terrence Davies (otro comodín). No porque lo diga yo, sino porque es lo que demanda la historia, lo que pide a gritos la película especialmente una vez aparece en escena una Rachel Weisz víctima de algunas decisiones creativas que la sitúan como un elemento aparentemente importante, y no como condimento.
Porque la película son esos dos amantes desconocidos en mitad de la nada, recluidos en ninguna parte interpretados por Michael Fassbender y una adorable Alicia Vikander. Es, en suma, su relación la que vertebra por encima de cualquier otra cuestión un relato, por demás, bien construido y llevado, y bien sujeto por una sucesión de dudas, sucesos y preguntas incómodas que, sobre el papel, bien prometían haber sido una de esas obras que pillan sitio en los Óscar casi por mandamiento divino. He aquí tal vez el problema, dicho imperativo legal cuando se aplica con frialdad legisladora.
O cuando lo parece, en lo que perfectamente podríamos tildar de un acompasado demasiado literario. 'La luz entre los océanos' es una de esas producciones que parecen hechas con tanta ansia de corrección que a pesar de sus bondades, léase la música de Alexandre Desplat o la fotografía de Adam Arkapaw, su contención permite que sean sus deslices los que lleven la voz cantante. Como si fuera una melodía tan sostenida y uniforme, que no monótona o decaída, que cualquier leve desatino resuena como un eco persistente que la ahoga en su propio charquito, pequeñito, de agua.
Y olé.
'La luz entre los océanos' lo tiene todo para triunfar... y sin embargo no lo hace, reducida a no ser más que una especie de postal, preciosa eso sí, que por más que lo intenta no consigue hacer aflorar esa emoción que sobre todo en su tramo final aspira a encontrar. En pequeñas dosis, sí, pero no en un conjunto que peca, con premeditación y alevosía, de un regusto por el drama en su dimensión más pornográfica, entendido esto como una especie de instinto melodramático corrompido por el encanto de este mismo espíritu. O lo que vendría a ser, regodearse cual marrano en su propia mierda.
Pero de manera muy educada, por supuesto, y sin perder nunca la compostura de un apuesto galán que aspira, por supuesto, a estampar en su chaqueta cuantas medallas puedan caberle en el pecho. Un intento loable, mayormente satisfactorio pero que sin embargo deja tras de sí el sabor agridulce a ocasión perdida. A que a pesar de sus bondades, a que a pesar de tenerlo todo para haberla amado se nos queda en un furtivo ligue ocasional que no le hace justicia a lo que debería ser un puñetazo en los mismísimos... que finalmente pasa entre las piernas.
(suspiro de alivio) Y olé.
Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex
+1. Aunque sus dos primeras películas y este tercera juegan en dos ligas distintas, diría.
Puesto a elegir yo también prefiero las dos anteriores aunque las sensaciones al final sean similares.