El tema y el contexto son importantes, actuales y relevantes, pero de por sí no bastan. No son suficientes cuando se trata de armar una ficción se presupone que dramática antes que política. 

'Green Border', la última película de Agnieszka Holland, adopta esa postura contestataria, obvia y subrayada de que si no te gusta o convence su tesis es, sencilla y automáticamente, porque estás en contra de la causa que defiende (y no de los argumentos o las maneras de los que se vale). La película simula realizar un retrato poliédrico que, sin embargo, expone en blanco y negro, tanto en sentido literal como figurado. Y de manera llana, lisa y recalcitrante.

Además, tarda tanto tiempo una y otra vez en entrelazar las tres historias que la componen que se acaban entorpeciendo las unas con las otras hasta empantanarse, mostrándose como un mosaico deshidratado y tendencioso que deambula inocuamente sin una referencia fija que la sostenga. Lo que causa en última instancia que nuestro interés en las vidas de sus personajes supongan un frustrante 'coitus interruptus' continuo que deviene en desidia e indiferencia.

Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex