'El jardín secreto' - El otoño de nuestro descontento
Me apunté el nombre de Alfonso Cuarón el día en el que me encontré con 'La princesita' en la tele. Un día de esos días de sofá, manta y resaca previos al asentamiento de Internet como ventana a un mundo más grande que el del videoclub del barrio. El mando de la tele se había quedado lejos del alcance de mi mano y me vi arrastrado por lo que parecía ser la típica película Disney del montón. Pero no, para nada.
Me acordé de aquel día mientras veía 'El jardín secreto', no necesariamente para bien... aunque tampoco para mal, necesariamente. Tan solo me acordé. Porque no es fácil tratar un material de este tipo con la elegancia y madurez con la que Cuarón dirigió aquella película en 1995. 25 años después, 'El jardín secreto' es buena prueba de que no es fácil, ni aún con el respaldo del productor de la franquicia de Harry Potter.
La presencia de David Heyman aporta un bonito envoltorio que sin embargo no acaba de encontrar qué es lo que tiene que envolver. Aunque en apariencia sumamente correcta, 'El jardín secreto' es una producción narrativamente inestable e irregular, que tan pronto encuentra como pierde el foco, tornándose en un relato frustrante por cuanto está continuamente tirando a la basura lo invertido en el espectador.
El guión de Jack Thorne y la dirección de Marc Munden no acaban de bailar pegados, logrando sólo en momentos puntuales que la emoción sea la esencia y sobre todo el motor de la acción. Tal vez sea la comodidad de disponer de medios más que suficientes como para no tener que molestarse en escarbar por debajo de los elementos más ornamentales y superfluos. Tal vez, también, que la magia no se compra con dinero.
Una magia que no aparece, mucho menos después de un final se antoja que demasiado de compromiso. Como lo es la propia película, más una obra de compromiso que una hecha con cariño. Un compromiso que a ojos del espectador resulta tan entretenido como lo dicho, frustrante. Porque como si fuera una pesadilla, la película nos muestra el camino hacia un jardín al que nunca llegamos por más que andemos.
Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex