La película trata del amor y de la soledad, ni mas ni menos. Cuando el planeta se ha convertido en un vertedero, los humanos se exilian al espacio, dejando a un batallón de robots la tarea de "limpiar" el mundo, y lo digo entre comillas, porque como muy inteligentemente enseñan en la película la basura no se destruye, solo se transforma en cubos apilables que crean enormes torres de desperdicios más altas que rascacielos. Lo que pasa es que de los millones de robots que dejaron en la tierra, después de 700 años ya sólo queda uno, nuestro querido Wall-E. Aquí radica el verdadero encanto de la película.
Este pequeñajo realiza su trabajo diario a la perfección, pero como única compañía tiene a una curiosa cucaracha y la soledad y el tedio pasan factura tras 700 años. Wall-E es un ser curioso, entrañable pero sobre todo romántico (de esos que quedan pocos) que pasa sus horas de tedio (el trabajo tras tanto tiempo se convierte en monótono y aburrido), recogiendo objetos que el identifica como especiales y viendo una y otra vez una vieja cinta de VHS de la película Hello Dolly. Qué inteligentemente han conjugado a la perfección imagen real con animación. En todo momento y sin necesidad de diálogos, la maestría del director (y de todo el equipo de guionistas) nos hacen entender a la perfección la situación de soledad y desesperanza que vive este pequeño personaje.
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