Casi quince años han pasado ya desde que John Lasseter presentara en sociedad a sus juguetes animados. Con Woody y Buzz Lightyear, el gran público supo por vez primera qué cabría esperar de la compañía que poco tiempo atrás ya empezaba a despuntar con sus divertidos cortometrajes. Surgida de Lucasfilm, Pixar nunca se encontró del todo cómoda hasta que no se refugió en los protectores brazos de la factoría Disney. Así empezó una de las relaciones más fructíferas de la historia reciente del cine. Con el paso de los años, la convivencia se fue enturbiando hasta el punto en que ya sonaban fuertes rumores de divorcio. Irónicamente todo terminó con una consolidación de la fusión que no hizo más que reforzar la posición de la que en su día fue una "simple" subordinada.

Siguen habiendo dudas respecto a la verdadera situación de este matrimonio de conveniencia; persisten las dudas acerca de si el tío Walt superará la crisis de personalidad en la que está sumido (no hay muchas esperanzas puestas en ello, al menos mientras sus jóvenes estrellas del pop sigan funcionando tan bien en taquilla)... donde sí que no encontramos nubarrones de incertidumbre es en el siempre soleado cielo de la Pixar. Y es que afortunadamente cada año no tenemos otro remedio que rendirnos ante la excelencia de esta productora que definitivamente juega en una liga aparte. Ya va siendo una sanísima tradición el que cuando más aprieta el calor, acude John Lasseter, o Brad Bird, o Andrew Stanton, o Pete Docter... con una buena dosis refrescante de cine en estado puro.

Una dosis salvadora cuya calidad viene garantizada por el sello de una marca especializada en milagros... y en el raro caso en que no se consiga volar tan alto, es reconfortante saber que el producto va a estar con toda seguridad por encima de sus semejantes. Así es Pixar: una especie de ente mágico capaz de poner de acuerdo a los más cinéfilos con aquellos que sólo visitan las salas de cine esporádicamente; a los escépticos con los soñadores; a los mayores con los pequeños. Y así es 'Up', última joya de la era digital. Un filme que en la vitrina de trofeos de la lámpara saltarina puede brillar con luz propia sin mucho que envidiar a otros fenómenos como 'Wall•E', 'Buscando a Nemo' o 'Ratatouille'. La verdad es que actualmente en el mundo del séptimo arte cuesta encontrar piropos tan buenos como este.

Una imagen vale más que mil palabras. Buena fe de ello dio Andrew Stanton el verano pasado con su ya inmortal robot limpiador. Por su parte, parece que el equipo formado por Pete Docter y el debutante Bob Peterson tomaron buena nota. La prueba más perceptible es el soberbio arranque del filme. Con el espíritu del mejor cine mudo, 'Up' nos presenta a Carl Fredricksen, un tímido muchacho que babea con los viajes del aventurero Charles Muntz. Un niño que al salir del cine conoce a Ellie, el amor de su vida. Un niño que junto a su inseparable compañera, se va haciendo mayor... Algo tan complejo y precioso como el amor; como el propio hecho de vivir, es tratado aquí con una agilidad pasmosa. Una buena banda sonora y la elección de las imágenes adecuadas (qué simple suena, y qué complicado es llevarlo a cabo) captan nuestra atención, nos divierten... y nos emocionan. Con todo ello, una lágrima se escurre entre las aparatosas gafas para ver en tres dimensiones. Apenas han pasado diez minutos y el público ya está en el bolsillo. Chapeau.

A partir de ahí aparece el bueno de Russell para configurar así la ya clásica pareja cómica pixariana; la casa de Carl sale en volandas, y la aventura está servida. El silencio y la contención son sustituidos inmediatamente por la agilidad y el desparpajo en los diálogos. Donde antes se imponía una actitud nostálgica y pausada, ahora reina la espectacularidad y un ritmo trepidante. Ya sólo hace falta relajarse, acomodarse en la butaca y dejar que nos invada la fantasía y el espíritu más romanticista. El resto lo ponen estos genios que nos llevan a un mundo mágico, donde el agua que cae de las cascadas parece que nunca llega al final del trayecto, donde unos perros parlantes persiguen a una criatura ancestral, donde una vieja gloria permanece enterrada bajo sus recuerdos y obsesiones. Ante nosotros, un universo colorista, rico en metáforas y técnicamente muy bien delineado.

Así, pasada hora y media, se encienden las luces de la sala y uno tiene que contener el berrinche, exigiendo más peripecias. Una vez superada la rabieta momentánea, sale a relucir la verdadera grandeza de 'Up'. Ante la avalancha visual que acabamos de presenciar, es fácil perderse las sutilezas de una historia genuinamente entrañable. Casi sin enterarnos, la versión digitalizada de Spencer Tracy y su intrépido compañero de viaje nos han hablado de la amistad, del amor, del peso del pasado y de la importancia de pasar página para seguir adelante en la vida.

Después de la breve reflexión, y justo cuando salimos a la calle, me invade un sentimiento de culpabilidad. Docter y Peterson no sólo han vencido al hype que empezó a labrarse desde Cannes, sino que también han hinchado aún más el aprecio que siento hacia Pixar. No obstante, al terminar la película, no he aplaudido. No sé si ha sido por el estado catatónico en que me encuentro; no sé si es por la apatía que se ha apoderado de nuestras salas de cine al final de cada proyección. Sólo sé que ya tengo una buena excusa para volver a ver este prodigio. La próxima vez juro que aplaudiré... y hago una cruz con el corazón.

por Víctor Esquirol Molinas