La familia, al igual que la realidad en la que vivimos, se ha convertido en una institución líquida. Con permiso de la teoría cinético-molecular, sus distintos componentes se han ido calentando (¿por qué será?) hasta temperaturas insospechadas, y la fuerza de unión entre ellos se ha ido debilitando. A las partículas antes juntas, por no poder moverse, no les quedaba otra que vibrar, de forma violenta pero aparentemente pacífica; ahora van cada vez más a su aire. Esperando a que llegue el liberador movimiento browniano, contentándose (de momento) con fluir e ignorar, en la medida de lo posible, a sus compañeras. Con el permiso del calentamiento global,
lo que antaño era un inamovible glaciar, ahora resulta ser un lago asentado en un terreno de lo más inestable.
En otras palabras, por fin hemos entendido aquello de
''Dios nos dio una familia... y gracias a Dios, podemos elegir a nuestros amigos''. Cambiamos la última palabra de dicha sentencia por, otra vez, ''familia'', y queda cerrado el círculo. Porque la amistad, efectivamente, puede suplantar (incluso estar por encima) de los sagrados lazos de sangre. 'Una vida sencilla', último trabajo de la hongkonesa Ann Hui, llega a nuestros cines, como la mayoría de películas presentadas en el Festival del Cine de Venecia, con dos años de retraso, y nos habla, para más inri, de un retraso mucho más pronunciado, sí, pero a la vez comprensible. Chun Tao-Chung, devota sirvienta de la familia Leung a lo largo de sesenta años, que se dice rápido, acaba de sufrir un derrame cerebral que la ha dejado, así de rápido también, incapacitada.
Roger, el único miembro de la familia que sigue viviendo en Hong Kong, va a tener que cuidar de ella, invirtiéndose así las tornas y descubriéndose de paso
la importancia de los personajes teóricamente secundarios en la vida de aquellos destinados a jugar un rol aparentemente principal. A veces, y ahí está el retraso antes comentado, hace falta medio siglo para que nos demos cuenta de esto. Y a veces, no hace falta un gran despliegue para hablarnos de este, sin lugar a dudas, grandísimo tema. Es por esto que a 'Una vida sencilla' pueda adjudicársele el que seguramente sea uno de los títulos más certeros de los que ahora mismo convivan en nuestra cartelera.
Lo sencillo (no confundir con lo simple) se adueña de una historia que, como dictan los cánones a los que se acoge,
se crece en lo pequeño... sin antojársele jamás el espacio ocupado como una trampa claustrofóbica.
Los posibles engaños están en los atajos sensibleros que coge, en más de una ocasión (aunque en pocas) Ann Hui, decisiones atribuibles también a la propia naturaleza de un relato cuyo principal objetivo de cara a la galería es, no hay que olvidarlo, tocar la fibra sensible del espectador. Con toda la nobleza con la que pueda efectuarse dicha labor, por supuesto. Es posible, y la verdad es que el filme casi siempre lo consigue. Y es que a pesar de que cuando llega la hora del clímax dramático, el patetismo se adueñe un poco demasiado de la función (lo cual queda excelentemente camuflado gracias a la
química que desprenden dos actores realmente inspirados: Deanie Ip y Andie Lau, éste último en un papel atípico en su carrera), y a pesar también de optarse por un hilo narrativo algo desconcertante (en lo que al trato del tiempo se refiere), lo cierto es que nada puede empañar una cuenta de logros que supera holgadamente a la de tropiezos registrados.
'Una vida sencilla' es, lágrimas aparte,
buen cine de personajes (más que de situaciones, que también) y un -discretamente- orgulloso exponente del mejor cine chine actual, aquel que se las apaña para,
usando el microscopio de lo individuo, confeccionar lenta y sabiamente un encomiable fresco social que nos habla, qué cosas, sobre las cada vez más abismales (y abominables) diferencias entre los seres humanos. El tierno cambio de papeles propuesto por Ann Hui, donde la cuidadora pasa a ser la cuidada, es claro reflejo de esta dinámica, pero ésta consigue revertirse a favor de unas tesis que, como se ha dicho antes, son al mismo tiempo reflejo de unos tiempos cambiantes. Los padres, hermanos y primos vienen y se van; nos abandonan para aparecer un poco más tarde... ¿y qué hay de aquellas personas que, sin hacer excesivo ruido (quizás porque no se lo permitíamos) han estado siempre a nuestro lado? El
sentido de pertenencia a la familia, al igual que ésta misma, se ha convertido en un líquido que, gracias a Dios, fluye cada vez con mayor libertad.
Nota:
6 / 10
por Víctor Esquirol Molinas