Un día de estos como cualquier otro, puedes verte en el aeropuerto de, pongamos, Detroit. Es tu primera vez ahí, no sólo en la antigua capital mundial del motor, sino directamente en los Estados Unidos. Sin embargo,
has escuchado canciones, has visto películas / documentales, incluso has leído algún artículo al respecto, con lo que sabes que lo que más te conviene es no moverte de la terminal. Por mucho que la escala dure más de cinco horas. Por mucho que te diera tiempo de sobra para ir y volver del downtown y así poder llevarte un precioso souvenir de Michigan. Ni hablar, que la maldita crisis ha hecho de la ''Motor City'' algo demasiado... violento. Aquello es la jungla, y puede salir uno de la experiencia sin reloj, cartera, smartphone, riñones y también sin alguna que otra extremidad. De modo que te quedas ahí, a salvo (de los ladrones, violadores y asesinos clásicos... pero no de las aerolíneas, que a su modo de ver, son incluso peores). Ningún percance realmente serio que lamentar... no por tu conocimiento a pie de campo, sino por
esa inmensa corriente cultural que, de algún modo u otro, te ha dado todas las señales de aviso que estaban en su mano.
Esto ha sido en Estados Unidos. Fácil. Pero el siguiente avión te lleva a Macao, de la cual sabes que hay casinos (por aquella peli de James Bond) y que antaño fue una colonia portuguesa (porque una vez te picó la curiosidad después de haberte estado viciando durante horas a aquel Project Gotham Racing). Sabes, también, que la ciudad forma parte ahora de la
República Popular China y entonces, caes en la cuenta. Te encuentras en el país más poblado del mundo, el mismo que abastece al resto de naciones del globo terráqueo en prácticamente todo lo referente a productos de primera (y segunda, y tercera...) necesidad, el mismo que, mirándolo fríamente, ahora mismo no es la primera súper-potencia mundial porque, simplemente, no quiere (porque no le interesa / conviene, vaya). China, cuyo gobierno defeca en tantos Derechos Humanos como la mayoría de políticos elegidos democráticamente en otros continentes mucho más civilizados, es la que, a través de la compra híper-agresiva de Deuda Pública emitida por esos mismos politicuchos, nos tiene a todos cogidos por los mismísimos cojones... Respeto.
China, sí. De la que prácticamente seguimos sin saber nada. Malditos nosotros, o nuestros padres, o el sistema educativo bajo el cual crecimos... maldito alguien. Quien sea, porque estás en Macao y no tienes ni pajolera idea de lo que te espera una vez hayas salido del aeropuerto. ¿Será como Las Vegas? ¿Cómo Detroit? ¿Cómo Aranjuez? A saber. Una vez más, te das de bruces con la respuesta que tanto ansiabas: maldito sea el cine. Él y sus distribuidoras (esto siempre, que no falte), porque ni uno ni las otras han sabido suministrarnos, de forma más o menos subliminal, toda la información esencial para sobrevivir en este tan extraño Lejano Oriente. Por suerte, para la próxima vez que, un día de estos como cualquier otro, te encuentres en el aeropuerto de Macao, o de Pekín, o de Shanghai, es bueno saber que la cinematografía de dicho país, se encuentra ahora mismo en un estado de salud lo suficientemente envidiable como para que a sus más distinguidos cineastas (que no son pocos) se los rifen en los más distinguidos festivales del mundo. De hecho, es un fenómeno que ha pasado siempre, pero a lo largo de estos últimos años, como casi todo lo demás en ese país, la cantidad de estos directores de prestigio parece haber subido exponencialmente.
Jia Zhangke, nacido en 1970 en Fanyang, en la provincia de Shanxi, China (por supuesto), ocupa un lugar distinguido en esta hornada dorada que todavía puede dar mucho que hablar. Consagrado en la Mostra de Venecia, donde conquistó el León de Oro gracias a la muy estimable 'Naturaleza muerta', es éste un
retratista sin lugar a dudas igualmente estimable, con un poder magnético tan atípico como, en casi todas las ocasiones, irresistible. Para la mayoría de mortales (es decir, los que creemos saberlo todo sobre Detroit pero que por el contrario no rascamos ni una en lo que a temática Macao se refiere)
el primer contacto con su obra puede hasta ser violento. En el siglo XXI, los prejuicios siguen pesando. También hay características que parecen innegociables.
El ritmo es, efectivamente, asiático: al salir de la sala, existe el riesgo de haber adquirido la capacidad de ver crecer la hierba. La pausa y los silencios ponen, por supuesto, el resto de una fachada que ciertamente impone respeto (incluso miedo), pero que de ningún modo debe convertirse en excusa definitiva para ponerle mala cara a la lección.
Porque 'Un toque de violencia' es, sobre todo, una especie de
clase maestra (que no magistral). Los sujetos a tratar, varios: la soledad, la indefensión, la injusticia, la violencia (está claro), y cómo cocinar todo esto. La fórmula del éxito, una cocción lentísima que propiciará el más violento (otra vez...) punto de ebullición. El venerado Jia Zhang Ke bucea en el pasado para rescatar cuatro sucesos que tuvieron lugar en su país y que terminaron todos ellos con un contundente baño de sangre. Cuatro historias transformadas en cuatro relatos acompañados por la promesa de tres asesinatos y un suicidio. Ante este planteamiento, el problema principal lo aporta, como casi siempre en estos casos, el departamento de marketing, que hizo tan bien (o tan mal) su trabajo que en aquella fantástica 66ª edición del Festival de Cine de Cannes, a algunos nos indujo la esperanza de someternos a emociones fuertes. Pero no. Tras una
primera media hora brillante que parece firmada por los grandes maestros (en momento álgido de inspiración) del cine de acción de Hong Kong, el autor chino vuelve a lo de siempre... lo cual es, en un primer momento (¿por qué ocultarlo?) algo muy parecido al clásico gatillazo.
Y es que por mucho que se haya presentado 'Un toque de violencia' con fusiles, cuchillos afilados y pistolas varias, lo cierto es que al fin y al cabo puede verse también como una excusa de más de dos horas para practicar su deporte favorito, esto es,
profundizar en el detalle, hurgar en la costumbre... en otras palabras, excavar en la mierda. Como de costumbre, la teoría acaba siendo mucho más atractiva que la práctica.
El aburrimiento, más que un peligro, es una tentación. Pero no hay en Zhangke (y esto requiere mucha paciencia y comprensión) motivación sádica alguna. Para con el público, desde luego, no; para con esa sociedad de la que no tenemos ni la más remota idea, seguro. El proceso de espeleología tiene el objetivo, al fin y al cabo, de
desmontar todos aquellos mecanismos que configuran un cotidiano cuya cara aparentemente amable es poco más que una máscara a punto de resquebrajarse. Sonrisas, tratos cordiales y reverencias de lo más educadas... sólo para que las puñaladas, la corrupción y el abuso de la autoridad (entre otras muchas lindezas) siga su curso natural de corte milenaria.
He aquí un
fresco transversal (pero sobre todo crudísimo) de la China contemporánea, esa asignatura con la que, a este paso, por fin vamos a poder ponernos las pilas; ese
país animalizado en el que cada vez hay menos hueco para el factor humano; ese desbordado experimento demográfico en el que el hombre justo puede sentirse más solo que en cualquier otro agujero del mundo. Tomamos buena nota: en la primera potencia económica-mundial-que-no-es-tal-porque-no-quiere, las antiguas virtudes han quedado sepultadas en coches de lujo, cajeros automáticos y fajos de billetes que se usan como la más hiriente de las armas. No salgas del aeropuerto, por lo que más quieras. ¿Morir feliz o vivir miserable? Normal que el auténtico debate esté ahí, aunque existen múltiples variaciones: ¿Dejarse golpear o disparar antes? ¿Prostituirse o sacar las zarpas? Y así.
Sobre las mil formas y receptores de la violencia. Sobre cómo ésta puede convertirse en la única respuesta lógica (algo de lo que por cierto, nos hablará, en tono radicalmente diferente, pero bañado en la misma negrura, Damián Szifrón en sus estupendos 'Relatos salvajes'). El puñetazo como la reacción más comprensible al latigazo; el Sistema (con mayúscula), como ente perverso que se descojona con tan deplorable espectáculo... y
Zhangke, quien no olvida que detrás (y delante) del cañón hay una persona, y quien con posado severo nos mira a la cara y nos pregunta si entendemos esta locura. ¿Despiadado? Claro, porque tanto el objeto de estudio como el entorno lo son.
Nota:
6,5 / 10
por Víctor Esquirol Molinas