Buscador

Twitter Facebook RSS

'Un dios salvaje': Mascarada cuadrangular

Vía El Séptimo Arte por 17 de noviembre de 2011

Dos niños de unos once años se enfrentan con violencia en un parque: sangre, labios hinchados y algún diente roto. Dispuestos a encontrar una solución, los padres de la "víctima", Penelope y Michael, han invitado a su casa a Nancy y Allen, los padres del "matón". Lo que empieza siendo una charla con bromas y todo tipo de cordialidades, adquiere un tinte más violento a medida que los padres van revelando sus contradicciones más básicas, convirtiendo el encuentro en un brutal juicio final ante "un dios salvaje".

En el Parque del puente de Brooklin, un grupo de chavales se divierte con juegos inofensivos... o no tanto. Lo que parece una charla amistosa entre compañeros de pandilla se torna en un cada vez amargo intercambio de empujones y -presuntos- insultos. Sin saber bien cómo, uno de los críos agarra con fuerza un palo y golpea a otro en toda la cara. El punto de partida diseñado por Roman Polanski se desvía ligeramente del propuesto por Yasmina Reza, que en su obra teatral planteaba el accidente de marras en forma de elipsis, para encerrar así una verdad que, por otra parte, nunca tuvo la menor importancia (no hay sitio aquí pues para, por ejemplo, el Henry Fonda de la también teatral 'Doce hombres sin piedad').

Una lección que, llegado a cierto punto de su extenuante batalla contra la justicia internacional, debe tener bien aprendida el director encargado de la adaptación a la gran pantalla de 'Un dios salvaje'. El texto en el que se fija centra la acción en Francia, pero él decide llevar el espectáculo a Estados Unidos, el país que ha puesto precio a su cabeza. ¿Provocación? Puede, pero sin duda hay algo más detrás de esta decisión. Primero, permite hacerse con el servicio de cuatro actores en estado de gracia, todos ellos vinculados (algunos desde hace más tiempo que otros) con la siempre resplandeciente -y más llamativa- factoría hollywoodiense. Segundo, ahora la mirilla está enfocada de forma más descarada hacia su presa.

El escenario del crimen ahora es Nueva York, indiscutible Olimpo del mundo occidental; el lugar ideal para tendernos una trampa... a todos, que nos guste o no, ya tenemos cierta tendencia a caer nosotros mismos en ella, sin necesidad de que nadie nos empuje. Así, al que se define como alumno aventajado de maestros como Ivanhoe o John Wayne, le da asco coger con las manos un hámster. La que critica la relación de dependencia entre el hombre moderno y los teléfonos móviles, se desmorona cuando alguien destroza su kit de maquillaje. La que tilda a los demás de hipócritas, despotrica a la espalda de sus invitados a las primeras de cambio. Por su parte, el que se gana la vida en las cortes de justicia, tiene la firme creencia (nada exenta de cinismo) que nuestro mundo está gobernado por el caos, la violencia y la brutalidad.

El retrato robot de los protagonistas describe comportamientos algo peculiares, en los que no obstante es fácil verse reflejado. Más que porque sus manías se manifiesten en nosotros, porque la dicotomía blanco-negro no es más que una falacia. No existen personas buenas o malas. Existe la gente con buenos o malos días, o con momentos de lucidez y otros de ofuscación máxima. Por mucho peso que tenga el sentido de lo absurdo en la obra de Reza (para más información, léase/véase la deliciosa 'Arte'), no por ello deja de existir un retrato más que acertado sobre las distintas manifestaciones de las relaciones sociales, que en muchas ocasiones quedan reducidas al acto de elegir bien la máscara que va a ocultar nuestra verdadera cara.

Hablando de envoltorios y de su fragilidad. Lo que pretendía ser una amistosa reunión para discutir civilizadamente sobre un pequeño altercado, no tarda demasiado en mutar en una guerra sin cuartel en la que cada contendiente marca el territorio como si en ello le fuera la vida. No hay amistad ni alianzas que valgan, y sobre todo, no está por ningún sitio la tan invocada decencia. Así, la deliciosa tarta de manzana se acaba convirtiendo en un abrir y cerrar de ojos en un chorro de bilis arrojado sobre un magnífico libro recopilatorio de Kokoschka. O lo que es lo mismo, toda la seriedad mostrada en los últimos trabajos de Polanski se ha ido de paseo para dejar paso a este torrente imparable de comedia desvergonzada, cáustica e hiriente.

El cineasta franco-polaco muestra no solo un absoluto respeto al libreto original de Reza (que sienta algo más que los fundamentos para una buena película), sino también una excelente conjunción del teatro con el lenguaje cinematográfico. Lejos del radicalismo formal de 'La soga' de Alfred Hitchcock, Polanski se sirve de un montaje hábil y marca un ritmo tan preciso que su labor pasa casi inadvertida, confirmándose como uno de los mejores artesanos del séptimo arte de nuestros tiempos. Por si fuera poco, el cuarteto protagonista al completo se luce, consiguiendo en el público una reacción inmediata similar a la que en su día debió causar el tropel burgués de 'El ángel exterminador' de Buñuel: ''¡Por favor, que estos pobres desgraciados no abandonen la dichosa casa!'' Es lo que sucede cuando un suceso tan aparentemente banal es en realidad tan -divertidamente- sugerente.

Nota: 7,3 / 10

Por Víctor Esquirol Molinas

< Anterior
Siguiente >