Leonard ha vuelto a casa de sus padres para recuperarse de un terrible desengaño sentimental que a punto estuvo de costarle la vida. Ahora intenta pasar página y evitar posibles recaídas refugiándose en el día a día y en un trabajo gris como empleado en la lavandería familiar. Pero la rutina y los recuerdos dolorosos todavía demasiado frescos hacen que Leonard siga estancado... hasta que Michelle y Sandra se cruzan en su camino. Cada una con una personalidad opuesta; cada una proveniente de entornos que en nada se parecen; cada una encarnando una visión distinta del amor.
No son pocas las veces que me he visto obligado a dar mi opinión sobre el actual estado del que puede ser el género cinematográfico más prostituido del momento, que no es otro que el romántico. Y lo dice alguien convencido de que no existen temáticas malas por definición... lo que pasa es que el cine ha sido siempre -y hasta que no se demuestre lo contrario, sigue siendo- un negocio, y como tal tiene sus chollos. Uno de ellos consiste en sacarle partido a la sobadísima fórmula de “chico conoce a chica” o viceversa. Es tan alta la probabilidad de triunfo -en la taquilla, se entiende- que los responsables detrás de esta clase de proyectos hacen del azúcar más simplón y la ley del mínimo esfuerzo sus principales señas de identidad.
¿Significa esto que el género debe ser condenado al ostracismo total? Definitivamente no, ya que si se escarba un poco en la grasienta alfombra de billetes verdes que va dejando tras de sí la industria, se encontrarán una o dos -con un poco de suerte- rarezas al año que nos hablen de este banalizado concepto llamado amor sin tomarnos por idiotas. Fresco está todavía el recuerdo del debut de Marc Webb con ‘(500) Días juntos’ o del descubrimiento de Alex Holdridge con ‘Buscando un beso a medianoche’. En esta última se nos contaba con mucha gracia y sensibilidad una historia de desamores en Los Angeles. Un año después, un relato de tono similar se daría lugar en la otra costa de los Estados Unidos, y aunque entrara inmediatamente en la categoría de las sorpresas agradables, venía firmada por un director algo mucho más consolidado que los anteriormente citados.
Se trata de James Gray, un cineasta que presentó en sociedad su primer largometraje a la temprana edad de veinticuatro años, y que rondando ahora los cuarenta, nos trae por fin a nuestra cartelera su último trabajo: ‘Two Lovers’. Con cuatro filmes ya en su haber, hay un tema que ha marcado su carrera artística. Y es que puede parecer que ‘Cuestión de sangre’, ‘La otra cara del crimen’ y ‘La noche es nuestra’ sean simples historias sobre la mafia, pero lo que realmente persigue Gray en todas ellas es abordar de forma bastante lúcida la figura de la familia, algo nada ilógico sobre todo teniendo en cuenta que el cine negro ha visto desde sus orígenes un sólido pilar en ella a la hora de desarrollar su inagotable mitología criminal. Lo que hace en sus trabajos es poner en situaciones extremas a sus personajes para ver cuán fuertes -o frágiles- pueden llegar a ser los vínculos de sangre o simplemente afectivos.
En esta ocasión el escenario límite no viene servido por balas ni extorsiones sino por la peligrosísima tentación del amor. El hecho de que justo al principio de la cinta Leonard intente suicidarse porque tiene el corazón roto puede sonar a exacerbada ridiculez ultra-romántica, pero no tarda demasiado Gray en dar consistencia a este posicionamiento tan pesimista. De modo que en ‘Two Lovers’ no tienen cabida los cantos almibarados dedicados a las infinitas bondades de encontrar a aquella persona con la que se supone que vas a pasar el resto de tu vida. Lo que encontramos aquí es la faceta menos amable de las relaciones de pareja... embutida en el entorno a ratos protector y a ratos castrador de unas familias (no es casual el lugar elegido para el primer beso entre Leonard y Sandra) que refuerzan la concepción patriarcal de la sociedad.
El triángulo amoroso configurado para la ocasión rinde a las mil maravillas no sólo por el trío de intérpretes protagonistas en el que sobresale un soberbio Joaquin Phoenix (el mismo que afortunadamente nos tenía a todos engañados con su retirada del mundo del cine), sino también por un guión y una dirección muy sólidos. A James Gray es a quien hay que aplaudir tanto por sacar el máximo jugo a sus actores como por imprimir tanto realismo en los diálogos, como por saber llevar muy bien el ritmo de una trama que a pesar de su temática esquiva siempre la tentación de caer en recursos facilones. Encomiable es también su capacidad a la hora de crear atmósferas hipnóticas, que aparte de hacer más atractivo al producto, sitúan al espectador en un mundo desconcertante, cálido pero sombrío; bello pero impregnado de fatalismo.
Habrá quien no acabe de conectar con Leonard, Michelle y Sandra, o quien no acabe de entender las batallas en las que se meten. Vistos desde fuera, ciertamente a ratos parecen unos completos imbéciles... pero que tire la primera piedra el que no se haya comportado como tal cuando ha sufrido en su propia piel los efectos narcotizantes/devastadores del amor. Porque al fin y al cabo, todo se reduce a esto: a la más potente droga jamás sufrida. Lo mismo que se convierte en la fuerza motriz de este relato, arrastrando a sus fichas hacia la felicidad y el drama, como se ve en el genial y demoledor desenlace (“Qué tranquila sería la vida sin amor... y qué insulsa”, palabra de Umberto). Lo mismo que te da fuerzas para sentirte como el rey de la pista, o para reconciliarte con la familia es lo que al cabo de unos segundos te hará desear que te trague la tierra, porque te hará ver que vuelves a estar en el arroyo del que saliste. Y prometes que lo dejarás; que nunca más volverás a caer en la trampa... pero a la mañana siguiente ya nadie recuerda ese juramento. A todos los que en algún momento han sentido algo parecido, James Gray les tiende una mano casi fraternal con esta elegante, deliciosa y cuidadísima película.
Nota:
7 / 10
por Víctor Esquirol Molinas
Ummmm, ¿no se inventaron los días de la semana para precisamente no tener que decidirse?
Un 6/10
Me encanta Joaquin Phoenix, cada vez aprecio más sus actuaciones (vi hace unos meses Brigada 49) y es buenísimo en películas de drama, sacando al exterior multitud de sentimientos, de manera que logra emocionar con su interpretación.
El final me encanto, con lo de los guantes en la arena y lo de después. Todo muy creible y muy bonito. Una película donde se muestran multitud de sentimientos y ahí Joaquin Phoenix es el amo.
Nuestro protagonista se ve inmerso en un dilema amoroso. Sandra es una chica buena y guapa que desea formar una familia, los padres de ambos están deseando verles juntos y el padre de ella le ofrece a Leonard un trabajo estable de por vida. La relación con Sandra le "solucionaría" la vida y pondría fin a su crisis sentimental. Un golpe de suerte que significa estabilidad en la vida de un joven que hasta ahora pecaba de desequilibrado. Por otro lado, Leonard está perdidamente enamorado de Michelle, desvía toda su atención hacia ella y está dispuesto a echar todo lo demás por la borda.
En el film de James Gray se comprueba que por amor nos desentendemos de cualquier actitud o comportamiento lógico y racional. No importa cuanto hayamos sufrido anteriormente, si se presenta una nueva oportunidad ahí vamos a estar otra vez, como Leonard, haciendo "tonterías", algunas pequeñas, otras más grandes.
Las interpretaciones son magníficas (destacando a un inmenso Joaquin Phoenix), con unas miradas y gestos llenos de significado. Se trata de una película más sugerente de lo que parece, que en contra de lo que teníamos previsto, nos deja desolados y melancólicos en lugar de sacarnos la lágrima fácil.
Y cuando esto sucede, es que la película está bien hecha.