En las afueras de una ciudad está una preciosa mansión en la que reside pacíficamente una familia compuesta por los padres y sus tres hijos. A simple vista se diría que forman un conjunto de lo más normal. Los progenitores se quieren y centran buena parte de sus esfuerzos en la educación de sus retoños. Pero esto es tan solo la superficie. Si escarbamos un poco, no tardarán mucho en salir a la luz ciertas peculiaridades, como que sólo el padre sale de la casa, o que dentro de los muros existe la fuerte convicción de que los gatos son los depredadores más temibles jamás conocidos por la humanidad... pero de nuevo, esto es sólo la superficie.
Aquellas propuestas que muy a menudo ponen sobre la mesa determinados festivales, y que parece que estén allí simplemente para saciar aquellos paladares que adoran lo exótico por el mero hecho de serlo, a veces justifican su presencia en dichas citas. Es el caso de ‘Canino’, un filme que en Cannes ya empezó a desatar pasiones en la sección “Una cierta mirada” y que ha dejado huella en todos los certámenes en los que ha sido presentado. No es para menos, con su tercer largometraje Giorgos Lanthimos nos trae desde Grecia una de las sorpresas más agradables del año. Una de estas cintas que nos demuestran que en tiempos de escasez creativa generalizada, todavía quedan autores dispuestos a ofrecernos algo nuevo.
Y que conste que ni mucho menos es la primera vez que una película nos habla sobre reclusiones más o menos voluntarias. Ahí está el enésimo dardo envenenado de Buñuel a la burguesía en ‘El ángel exterminador’, o el tratado hedonista de Ferreri en ‘La gran comilona’, o la adaptación del Marqués de Sade por parte de Passolini en ‘Saló o 120 días de Sodoma’, para dejar constancia de ello. Pero quizás el antecedente más parecido es la cinta mexicana de la década de los setenta dirigida por Arturo Ripstein titulada ‘El casillo de la pureza’, en la que el desmesurado miedo al mundo exterior impulsaba a un padre (interpretado por el mítico Claudio Brook) a ejercer de tirano implacable y encerrar a toda su familia, mientras él era el único autorizado a salir del hogar para perpetuar aquel falso oasis de la pureza.
Un esquema muy similar sigue ahora Lanthimos, sólo que le da la vuelta al dramatismo de Ripstein, configurando una comedia negra inclasificable. O clase magistral sobre cómo “simplemente” cambiando el enfoque sobre una película ya existente se puede concebir un producto rompedor e igualmente estimulante. Con una frialdad casi hanekiana, el director nos sitúa en un micro-universo delirante que coge siempre por sorpresa al espectador (la reacción que cabía esperar al ver ejercer a Frank Sinatra de abuelo, o al confundirse los aviones que sobrevuelan el jardín por inertes juguetes... la lista es interminable) y que por eso mismo posee un potentísimo poder de atracción. En efecto, ‘Canino’ es uno de estos casos en los que es preferible un primer acercamiento sin apenas información previa. Cuanto mayor sea el desconocimiento, más placentero y divertido será el golpe.
Y eso que el planteamiento obviamente invitaba a adoptar un tono por lo menos algo más serio. Incluso la apuesta estética del director parece abogar por ello. Las voluntariamente desangeladas interpretaciones (aunque también ricas en matices), la cámara fija y los alargados planos nos remiten al sueño imposible de la emancipación de los protagonistas, crean una sensación violenta de claustrofobia y asfixia, a la vez que dejan desnudo al público ante un mundo tan desconcertante como perturbador, en el que no se muestra ningún reparo a la hora de romper con algunos de los tabúes que desde hace largo tiempo llevan implantados en nuestra sociedad. Pero como se ha dicho antes, ‘Canino’ es una comedia, y para todo aquel que esté abierto a nuevas propuestas, las carcajadas están del todo garantizadas.
Luego ya es misión del espectador decidir si detrás de este inagotable esperpento se esconde algo más aparte del evidente gusto de Lanthimos por la extravagancia. Habrá quien se conformará con el mero divertimiento, y habrá quien verá en el filme una potente alegoría sobre los peligros del aislamiento (social, cultural, político... todo sirve), con el consecuente peso capital que adquiere la educación. O eso, o la multitud de detalles que nos deja un guión mucho más meticuloso de lo que aparenta en un principio. Por ejemplo la brillante reflexión sobre la manipulación del lenguaje como la mejor de las armas para el control/represión, o una visión del cine más popular como elemento liberador que podría haber firmado el mismísimo Tarantino. Que cada uno se quede pues con los conceptos que más le plazcan. Pocas veces una marcianada había sido tan satisfactoria.
Nota:
7,3 / 10
Por Víctor Esquirol Molinas
0/10
Un 7
Dejando de lado este aspecto, hay que reconocer que "Canino" hace muchas cosas bien, haciendo de la actitud casi siempre impasible de sus personajes y de la eterna predominancia del color blanco la mejor arma para transmitir una frialdad que ayuda, no a creersela, pero sí a digerir el conjunto. Me ha llamado la atención especialmente (no se si es cosa mía o no) el empleo de algunos encuadres poco habituales y directamente extraños, una simple nota discordante más.
6,5