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'Todos queremos lo mejor para ella': Jaula absurda

Vía El Séptimo Arte por 24 de octubre de 2013

Eugènia estaba satisfecha con su vida... o esto creía. De lo que estaba segura era de que llevaba la vida para la que su familia la había preparado. Ocupaba un cargo respetable y lleno de responsabilidades en uno de los bufetes de abogados más prestigiosos de la ciudad. Sus estudios; su educación, en general, la llevaron a este punto, y la verdad es que se sentía satisfecha con dicha situación... o esto creía. Eugènia (o ''Geni'', como siempre le ha gustado que la llamen) disfrutaba también de su relación sentimental con Dani, un arquitecto competente; un hombre de éxito que siempre se desvivió por cubrir todas sus necesidades. Nada le faltaba. O esto creía ella, hasta que llegó el día en que Geni se rompió. Un accidente de tráfico mermó seriamente su condición física... y su psique se hundió igualmente. Después de aquel trágico suceso, Eugènia no volvió a ser la misma. No levantaba cabeza, y eso que ella lo intentaba... o esto creía.

Acostumbra a ser patrimonio del caprichoso mundillo de la música, pero el cine, como era de esperar, tampoco se mantiene al margen de este fenómeno: la amplísima mayoría de estrellas emergentes, aquellas que han arrasado con su primer álbum, tiemblan (aunque no quieran admitirlo) cuando su -esperadísimo- segundo trabajo se somete tanto al juicio del público como al de la crítica. De lo que se trata es de arrojar algo de luz sobre una de las dudas más incómodas: ¿aquel desconocido que tanto nos emocionó lo hizo por su talento innato o por la inspiración momentánea que, así como le vino se le puede escapar con la misma facilidad? Complicado. En otras palabras: ¿fue justicia o fue suerte? Pregunten en este caso a Mar Coll, quien después de arrasar (al menos en el sentido académico) con su ópera prima, vuelve dispuesta a demostrar que lo suyo no fue flor de un día.

Dicho y hecho, 'Todos queremos lo mejor de ella', pensando únicamente en términos personales respecto a la que en su día apuntó a convertirse en una de los grandes valores de nuestra cinematografía, consigue exactamente lo que se proponía: confirmar (o mejor dicho, consagrar) a su -ya puede decirse- dotadísima cineasta. Cuatro años después del merecido (pero algo hinchado) boom de 'Tres días con la familia', Mar Coll planta la cámara, una vez más, delante de un personaje que no parece encajar en su entorno; mucho menos en el siempre hermético núcleo familiar. Si en aquella ocasión la vedette fue una Nausicaa Bonín que no desaprovechó la ocasión para lanzar definitivamente su carrera, ahora los focos apuntan a una intérprete con mucho más rodaje: Nora Navas... y de repente, el Goya a la Mejor Actriz (que parecía estar adjudicado, con total merecimiento, a Marian Álvarez) se puso carísimo.

Llevando uno, o dos, o más pasos allá el nivel mostrado en 'Pa negre', la actriz barcelonesa se adueña, desde la primerísima secuencia, de la historia, de la acción, del corazón y de las entrañas del espectador... y de todo lo que esté dentro del -amplio- alcance de su nuevo proyecto. Una cojera bien andada; un tartamudeo bien pronunciado; una sonrisa bien falseada... a veces ''sólo'' hace falta esto para impregnarlo todo de puro dolor. El peso dramático de 'Tots volem el millor per a ella' es, efectivamente, aplastante, pero (y ahí hay que descubrirse, de nuevo, ante Mar Coll) en ningún momento carga; nunca llega a hacerse insoportable. Porque esquiva, con total naturalidad, lo obvio, pero sobre todo porque su sabor ácido produce un inesperado (pero muy logrado, y quizás por esto agradecido) efecto cómico. Totalmente buscado, ni falta hace decirlo.

Así, entre la angustia y la risa más o menos nerviosa, uno de los máximos orgullos de la factoría ESCAC ha pasado de la rabiosa reacción (ante lo establecido, se entiende) de la (post)adolescencia a la insoportable incomprensión de quien, poco antes de afrontar la temida crisis de los cuarenta, se da cuenta de que es una outsider. De que la normalidad en la que está instalada no es tal... sino que en realidad es una cárcel en forma de enfermedad potencialmente letal. Se da cuenta también de que es una inadaptada en un mundo que, al estar regido por unas normas ridículas (y sino analícenlas fríamente), otorga más bien pocas posibilidades de integración a los que están en su exterior. Será porque Geni perdió el control del coche... o directamente porque en un momento indeterminado de su vida empezó a perder el control de su existencia. En el pasado (asfixiantemente imposible) parece estar la clave de todo, como seguro que está el último refugio de un juguete roto (auto)forzado (por miedo a todo lo que la rodea; por asco a haberse convertido en el centro de preocupación) a vivir en la mentira.

La respuesta al enigma no queda clara, lo cual no hace sino añadir veracidad a la problemática. Y ojo, la degeneración sufrida por la protagonista es altamente extrapolable: a sus amigos, a su felizmente aburguesada familia (así como a los mecanismos sociales por los que se rigen)... y también -¿por qué no?- a lo que está sentado al otro lado de la pantalla. Como con todo lo demás en este agridulce mundo, la distancia a la que se sitúa el observador es la que permite que la tragedia se convierta en comedia... y viceversa. En este sentido, Mar Coll se acerca y se aleja sin cesar del objeto de estudio, resultando el experimento en una mezcla explosiva de sonrisas y lágrimas, ambas igualmente auténticas. ¿Contundentes? También, como lo es cualquier trauma postraumático (si se permite la no-redundancia); y como lo es cualquier película -seguro- en la que, delante de las cámaras, haya tomado el control un monstruo en plenitud de sus facultades (quién iba a decirlo viendo a su personaje) como Nora Navas, afortunadamente bien respaldada por el resto de elenco. ¿Y la que está moviendo los hilos? No hay que sufrir, Mar Coll, yendo en contra de lo que marca su edad, quizás se alarga demasiado en la formulación de sus tesis, pero no huye de las responsabilidades impuestas por su breve pero interesantísimo currículum: adiós al temido efecto ''One Hit Wonder''. No fue suerte, fueron los primeros atisbos de una maduración ahora mismo totalmente palpable.

Nota: 7 / 10

Por Víctor Esquirol Molinas

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