No se fue el personal demasiado contento de aquella 62ª edición, y como las primeras impresiones (las de la 63ª Berlinale, se entiende) son vitales, la primera película que iba a ver la prensa aquel año era la que con toda seguridad, y siempre a priori, claro, podía considerarse como el plato más fuerte que iba a poder degustarse aquel año en la capital alemana. Porque, y con todo el respeto hacia nuestros peludos amiguitos del bosque, más importante que el hecho de que ''Los osos hubieran vuelto a la ciudad'' (así se promocionaba el festival por aquel entonces: echando mano, cómo no, de su icono más reconocible) era el que un tal Wong Kar-Wai hubiera vuelto a los menesteres cuyo ejercicio, con toda justicia, le hicieron tan grande.
Ha vuelto, (ya en presente... y ya era hora), al noble, muy agradecido y nada sacrificado oficio de la dirección cinematográfica, en el que había estado inédito desde su discutido (por puro snobismo) desembarco en suelo americano con 'My Blueberry Nights', efeméride que ya va a cumplir cinco años, que se dice pronto.
Un lustro sin el maestro se hace muy largo... más aún cuando durante los últimos años hemos estado conviviendo con la promesa de un proyecto que, como mínimo, iba a marcar un antes y un después en su carrera, por lo menos en lo que a ambición se refiere. Después de su road trip por los Estados Unidos, Wong Kar-Wai decidió hacer las maletas y volver a su amada Hong Kong para
quitarse una espina que tenía clavada desde el estreno de su filme maldito -y muy masacrado- 'Ahes of Time', cinta de artes marciales cuya productora se encargó de dejar irreconocible con respecto al montaje original. Su autor, por cierto, no pudo empezar a resarcirse hasta el estreno de la versión ''Redux'', apaño que no acabó de convencer a nadie, también sea dicho. Con 'The Grandmaster' se puede decir que el director de las eternas gafas de sol vuelve a la escena del crimen. La diferencia es que ahora llega con la lección aprendida... y con la reputación suficiente para que cualquier trabajo sobre el que ponga las
manos sea inmediatamente sacralizado y, por lo tanto, quede fuera (se supone) del alcance de las
manazas de cualquier pez gordo de la industria con ínfulas autorales (... y ni así nos hemos salvado de la engorrosa multiplicidad de montajes).
Con esta reconfortante certeza y con el consabido tiempo de espera bajo el brazo,
no es de extrañar que los grandes festivales de todo el mundo quisieran adjudicarse esta esperadísimo biopic sobre el legendario Ip Man, mentor del no menos legendario Bruce Lee. En su día sonó Cannes, pero no. ¿Para Venecia, pues? Tampoco. ¿Y San Sebastián? Va a ser que no. A Wong Kar-Wai debió convencerle más la oferta de Dieter Kosslick, la cual incluía el cargo de Presidente del Jurado, con la consiguiente condonación de la responsabilidad (?) de participar en la Sección Oficial a Competición. Fueran cuales fuesen las condiciones, lo cierto es que Berlín se anotó un puntazo con este fichaje, aunque más cierto es que mientras se producía la rifa entre los distintos certámenes, la cinta tuvo tenido tiempo para estrenarse en su país de origen. Esto último se dijo con la boca pequeña... y a voz todavía más baja debería comentarse la alarmante falta de World Premieres de la que adolece la Berlinale durante sus últimos años, aunque esto es otro asunto.
Cierro paréntesis porqué
el magnetismo de Tony Leung se apropia una vez más -y qué gustazo- de la gran pantalla. El galán fetiche de Wong Kar-Wai se pone en forma (¿alguna vez la ha descuidado?) para dar vida al mítico maestro del Kung Fu en una película cuyo mayor y nada desdeñable logro es el de de
llevar a los terrenos del más rabioso cine de autor un género que se mostraba alérgico (o esto nos habían querido enseñar) a este tratamiento. El referente obvio lo encontramos en el díptico 'Ip Man', de la dupla Wilson Yip & Donnie Yen, y si bien estrecha lazos con la película que ahora nos concierne (sobre todo en lo referente a la
creación de una mitología semi-fundacional de carácter muy similar al western clásico), los vínculos se diluyen en una ejecución que luce siempre de la forma más orgullosa la inimitable marca ''In the Mood for Love'' (y ''Cungking Express'', y ''2046'', y...).
De lo que se trata aquí es que el instrumento (hablamos de géneros y etiquetas) se adapte a las necesidades de quien lo utiliza. Complicadísimo, y todavía más valiente, de verdad:
la estética y la adrenalina vuelven a convivir en esplendorosa armonía. Como con con Zhang Yimou, pero diferente... y mejor.
Entre patadas y puñetazos, se percibe el aroma de la nostalgia más genuina (aquella que suspira por lo irrecuperable), el tiempo se detiene y las imágenes corridas se suceden en un montaje algo confuso que nos lleva otra vez a una época tan maravillosa que tal vez (como sucede con el salvaje oeste) jamás existió. No importa. La música, los vestidos... las mujeres. Son
los elementos de siempre presentados casi de la misma forma. Parece que Chez Kar-Wai también está igual que la última vez que la visitamos. Ahora
pasear por sus pasillos proporciona más emociones fuertes, pero el tour sigue siendo tan encantador como, toca admitirlo, defectuoso. En esta ocasión no se sabe bien si el difícil seguimiento de las aventuras de Ip Man es debido al desconocimiento de una historia que, visto lo visto, va a tocar aprenderse; o si por el contrario es debido a esa manía del cineasta chino por trabajar sin guión. La duda engorrosa está en el aire... lo mismo que un amor que incluso en las circunstancias más adversas vuelve a hacer acto de presencia, confirmándose así una
arriesgada y algo inflada mezcla de géneros, suerte de biblia (o si se prefiere, una ambiciosísima foto de familia) del Kung Fu, a veces al borde del desastre pero casi siempre abrazada a la genialidad de alguien a quien el rango de ''Gran Maestro'' quizás le va un poco grande... pero que sin duda debe sentir cierta claustrofobia en el peldaño de justo debajo dentro de la cadena de mando. Y que la próxima no tarde tanto en llegar, por favor.
Nota:
7 / 10
por Víctor Esquirol Molinas