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'Stoker': Déjame entrar

Vía El Séptimo Arte por 09 de mayo de 2013

Hará ya unos cuarenta años, un mocoso llamado Park Chan-wook asistía cada domingo, acompañado por su familia, a la iglesia. Allí atendía al sermón sin armar alboroto, y cuando llegaba el momento, se quedaba atónito ante una escena a la que le daría vueltas durante mucho, mucho tiempo. Resulta que, justo antes de dejar que todo el mundo volviera a casa, el párroco llevaba a cabo un último ritual: beberse la sangre de Cristo. Problema. ¿Si el señor cura bebe sangre al menos una vez por semana, significa esto que el señor cura es un vampiro? La duda es tan razonable que asusta, y con la debida incubación acabó desembocando en una sorprendente película titulada 'Thirst', en la que, sorpresa, un sirviente del Señor mutaba en criatura nocturna que aplacaba su sed a base generosos chorros de sangre.

La anécdota, más que hablarnos sobre los sorprendentes orígenes de un filme, sirve para ilustrar la calma y sosiego con la que el maestro Park Chan-wook afronta sus trabajos. Si tiene que estar dándole vueltas a un concepto durante décadas, que así sea. Es por esto que no sorprende el que, durante la batería de preguntas a la que se le sometió justo después de la presentación oficial en Sundance de su nueva película -primera en territorio norteamericano-, el director aprovechara la primera ocasión que se le brindó (más bien la primera que se brindó él solito) para lamentar el poco tiempo (la mitad del que normalmente le conceden en su país natal, dice, tiempo que en términos absolutos sigue siendo un lujo nada despreciable) del que gozó para hacer lo que más le gusta. Esto es, poder meditar y planificar a fondo todas y cada una de sus decisiones. Habrá que creerle, pero a juzgar por el resultado final, nadie diría que sus quejas tienen fundamento.

El desembarco en tierras estadounidenses de Park Chan-wook, invitado de lujo y bien educado donde los haya, viene antecedido, tal como marcan los cánones de la buena conducta, por un ''Déjame entrar'' que denota cortesía y a la vez seguridad en él mismo. Después de la vampírica 'Thirst' (y después de haber experimentado, obteniendo sorprendentes resultados, con la tecnología iPhone), reaparece con el también vampiresco título 'Stoker', cinta que parte de la muerte del padre de una enigmática adolescente. El guión, firmado por la estrella televisiva Wentworth ''Scofield'' Miller, si bien sabe crear la atmósfera ideal para captar la atención e inquietar al espectador, fracasa a la hora de dar sentido científico a una historia con demasiadas lagunas y que quizás por ello coquetea peligrosamente con lo que irremediablemente solo puede acabar considerándose como absurdo. Pero como no hay mal que por bien no venga, dicho texto tiene la involuntaria -y afortunada- virtud de demostrar la importancia capital de la dirección en este loco arte que es el cine. Para mayor suerte de todos, ésta recae en un genio.

Recae en alguien que sabría sacar un sabor intensísimo incluso de la historia más insípida. Park Chan-wook hace acopio de su apabullante talento ante el público americano (y de todo el mundo, ahora que por fin tiene a sus órdenes a nombres conocidos más allá de los círculos del arthouse), mostrándose exactamente como lo que es: un arquitecto como la copa de un pino. Con 'Stoker', el director de la ya mítica 'Oldboy' se asocia con una estupenda dupla compuesta por Mia Wasikowska y Matthew Goode (en calidad éste último de sustituto de oro de Colin Firth), que eclipsa a Nicole Kidman, la teórica estrella principal del espectáculo, y filma un cuento enfermizo de terror de inspiración gótico-americana sobre el oscuro despertar de la edad adulta, sobre las -malas- influencias y sobre la resultante maldad, manifestada en su esencia más pura.

Todo ello empacado con un despliegue narrativo técnicamente deslumbrante (en el que todas las imágenes y situaciones están ligadas en una telaraña de la que es imposible escapar); por un catedralicio tratado trigonométrico dedicado al enfoque, al encuadre, a la profundidad de campo y a la infinidad de ángulos posibles en cada toma. El cineasta de Seúl lamentó en Sundance no haber dispuesto de más tiempo a la hora de rodar, y se pregunta uno cuál hubiera sido el resultado final de haber dispuesto éste de dos, tres, cuatro o doce -que era aproximadamente lo que pedía- semanas más. ¿Se podría haber pulido el guión? Desde luego, pero en todos los demás apartados la perfección parece tan cercana; está tan a tocar, que cuando salimos del Eccles y nos topamos, en el sitio más recóndito de Park City, con las oficinas de un despacho de arquitectos que llevaba por nombre ''Stoker'', algunos pensamos que incluso hasta ahí habían llegado los planes de Park Chan-wook.

Normal después de haber asistido a la constatación de que, lo que con cualquier otro director hubiera bien podido ser un thriller psicológico olvidable, en manos de este monstruo del séptimo arte se convierte en, y ahí está la grandeza, la cristalización de lo sublime de la matemática cinematográfica. Este autor capaz de desnudar a sus personajes usando solo su mirada (o lo que viene a ser lo mismo, pero más complicado: usando las miradas que se lanzan los unos a los otros) coge la escuadra y el cartabón y, con precisión milimétrica mimetiza las habilidades de la heroína (?) de su último trabajo: ve y siente cosas que nadie más es capaz de ver o sentir, y lo que es mejor, es capaz de transmitir todo esto al espectador. Es capaz de filmar las hipotenusas, las tangentes y todos los teoremas que haga falta. Aritmética en la que todo cuadra, pensada de forma fría y meditadísima pero ejecutada con la calidez de la magia fílmica.

Así, mientras el titiritero arroja luz solo donde él cree más conveniente, se consigue que los planos dialoguen entre sí sin necesidad de que nadie abra la boca, que las paredes observen, que las piedras (que seguro que tuvieron que pasar un rigurosísimo proceso de casting) escuchen, que las escaleras y las puertas acechen y que los espejos hagan malabares con la imagen reflejada de las dos peligrosamente hermosas criaturas que capitalizan nuestra atención. Mia Wasikowska nos enamora (al tiempo que nos desconcierta) de mil y una formas distintas mientras se cierne sobre ella la sombra de Matthew Goode (genial como encanto envenenado cuyo poder seductivo animal hace que pueda incluso saltarse el ''Déjame entrar'' de rigor), del mismo modo en que la presencia de Joseph Cotten amenazaba a Teresa Wright en 'La sombra de una duda'. Hablando del maestro del suspense, en el certamen de Robert Redford Park Chan-wook también declaró que después de ver 'Hitchcock', de Sacha Gervasi, lamentó profundamente no haber sido él el encargado de dirigir dicha cinta. Por supuesto, no fue una queja en caliente, sino que se pudo interpretar como una súplica teledirigida a cualquier pez gordo que estuviera a la caza y captura de un director que pudiera dar sentido a una futurible gran historia. De momento, las ganas de ver el remake que dirigirá de la 'Arcadia' de Costa-Gavras son infinitas. Sobre todo, y ya que para ello volverá a su país natal, que se tome todo el tiempo que le haga falta. La espera valdrá la pena. Seguro.

Nota: 7 / 10

Por Víctor Esquirol Molinas

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