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'Spotlight' - Nostra Maxima Culpa

Vía El Séptimo Arte por 29 de enero de 2016

Cuando aún estábamos en 2012 (¿se acuerda alguien?) ya habían pasado exactamente diez años desde que estallara el escándalo. EL escándalo. Seguramente el mayor con el que nuestra conciencia haya tenido que lidiar jamás. Sin duda el más gordo que se haya paseado, en toda la historia del periodismo, por una redacción de periódico, ya sea éste de Barcelona, París, Roma o, por qué no, Boston. Por desgracia, el lugar era casi lo de menos, porque tal y como se supo más adelante, los tentáculos del monstruo habían llegado hasta el rincón más recóndito del planeta. Nadie estaba a salvo. Nadie lo había estado, con lo que el daño parecía ya irreparable y, obviamente, irreversible. Llegados a ese angustioso punto en el que el desengaño batía ya cualquier fantasía tras las que poder parapetarse, quedaba sólo llegar hasta el mismísimo fondo de la amargura y plantearse la pregunta más incómoda: ''¿Y ahora qué?'' Bueno, pues... para empezar, escuchar a las víctimas parecía un paso más que razonable. El moralmente menos bochornoso. Qué menos, ¿no? Y a ello nos pusimos. Nos sentamos, les invitamos a ellos a hacer lo propio y escuchamos... Solo que no oímos absolutamente nada.

Justicia divina, y cruel a más no poder. Digna del Antiguo Testamento. Nos mentalizamos y nos preparamos para el golpe más duro, lo cual nos llevó su tiempo (mucho, demasiado). Pedimos paciencia y comprensión (¡nosotros!) y se nos concedió todo esto y más. Marcamos las pautas del proceso porque, efectivamente, la digestión era pesadísima... pero también porque teníamos (y tenemos) la cara muy dura. En fin, que cuando llegó el momento de afrontar la verdad, comprobamos más de dos veces la estabilidad de la silla (por miedo a no caer de culo), abrimos bien los ojos y nos quitamos, de una vez por todas (que ya iba siendo hora), la cera de los orejas. Pero no. Ni un solo decibelio llegó al tímpano. Silencio. El más espantoso, sobrecogedor y sí, atronador de los silencios. De proporciones bíblicas, también. Era seguramente lo que nos merecíamos, y también lo que había. Así de simple: el testigo (perdón, la víctima) era sordomudo. Él y aproximadamente los otros doscientos. Maldita la gracia.

Por suerte (que con algo tocaba consolarse) ahí estaba para poner los subtítulos y, de paso, orden en este grotesco caos, ni más ni menos que Alex Gibney, consumado desmantelador de algunos de los mayores y más aberrantes escándalos (que de esto va la cosa, por si aún no había quedado claro) sobre los que se han construido esos Estados Unidos con los que nos ha tocado convivir. Aquellos no erigidos, sino consolidados ya (y de qué manera) en primera súper-potencia mundial. A todos los niveles. No es de extrañar pues que la influencia ejercida por el de arriba derive (o degenere) en contagio. Para bien o para mal, lo que sucede ahí tiene tarde o temprano su réplica aquí, y sino pregunten, si les parece, a su economista de cabecera. Antes, pero, volvamos al 2012, año en el que la HBO presenta 'Mea Maxima Culpa: Silence in the House of God', minucioso repaso, en forma de documental, de todos los eventos que llevaron al desenmascare del Padre Lawrence Murphy, sacerdote de Milwaukee que abusó sexualmente de más doscientos alumnos (sordomudos todos ellos) de una escuela que dirigía. Y como vivimos en tiempos de alta viralidad, descubrimos, aterrorizados, que el horror de aquel centro se reprodujo en muchos otros, y que lo de América era también lo de Europa, África y Asia, y que la mancha (de lo que fuera aquello... qué asco) llegaba hasta el Vaticano, residencia del Señor, quien callaba porque, y ahí sí que nos tumbaron, decidió no escuchar. Hacer oídos sordos, vaya.

En 2012 el seísmo ya había pasado. En 2002 también, solo que todavía no nos habíamos enterado. O peor, no habíamos querido hacerlo. 'Spotlight', nueva película de Thomas McCarthy, es otro de estos repasos que, como tal, lleva a cabo su cometido sin concesión alguna. Sin miedo, dicho de otra forma, a dejar heridos por el camino. Llegamos ahora mismo al momento ideal para mirarnos al espejo y preguntarnos en qué lado estamos; en qué lado hemos estado. Hará ya catorce años (¿se acuerda alguien? pues deberíamos) los bandos no estaban tan definidos. De hecho, no lo estaban para nada... y de hecho, a esto se dedica también McCarthy. Sobre todo, si en algún momento del proceso se siente ud. incómodo, consuélese pensando que al menos todavía le queda, desperdigado por sus entrañas, algún que otro gramo de decencia. Empieza por fin, y de nuevo, la reconstrucción de los hechos. Hasta toparnos con la Iglesia. Una vez más. Sabemos cómo empieza y cómo termina todo, lo que no tenemos tan claro (por desconocimiento; por falta de memoria) es cómo se pasó del punto A al punto B.

'Spotlight' hace honor a los orígenes de su título (a saber, la prestigiosa sección de periodismo de investigación del Boston Globe) llevando siempre el rigor por bandera y reivindicándose, de paso, a través de la nitidez de su narración, como un ejemplo modélico de esa prensa que debiera ser; de esa a la que, por desgracia, tan tentador resulta hacerla callar. Y que conste en acta, en 2002, que es cuando dicho rotativo empezó a escribir esa legendaria serie de artículos que le llevaría a conquistar con total merecimiento el Premio Pulitzer, pocos había que estuvieran libres de pecado. De entonar el ''Nostra Maxima Culpa'' también va el asunto. Sin maniqueísmos simplones, atajos o cualquier otro tipo de favores al gran público que hubieran puesto en peligro la credibilidad del producto, McCarthy avanza firme hacia una explosión que todavía a día de hoy se nos tiene que recordar a cuántos niveles llegó. Es por esto que la mejor manera para etiquetar su nuevo trabajo sea seguramente la de la no-ficción dramatizada. La combinación (que en ningún caso es pugna) entre periodismo y séptimo arte estrictamente entendido como tal se resuelve en que lo segundo es un medio -ideal- para ensalzar lo primero. Tal y como pedía, a gritos, la condena de esos crímenes que requieren de la complicidad, como mínimo, de una comunidad entera.

Bien secundado por un elenco en el que brillan no sólo los nombres, sino especialmente el talento más demostrable (Mark Ruffalo, por cierto, suma y sigue), el cineasta de Nueva Jersey hace del proceso de arrojar luz a la oscuridad, algo muy parecido a su hábitat natural. Como pez en el agua o, para emplear la jerga al uso, como periodista de la vieja escuela delante de pistas, evidencias, testimonios o, cómo no, su propia máquina de escribir. Escena tras escena, reivindica ese cine al que le ponemos la etiqueta de ''necesario'', dibujando perfectamente el contexto sin desenfocar nunca un tema de estudio ciertamente poliédrico. Por una parte, y por mucho que se odie el baseball, uno no puede pretender hurgar en las heridas de Boston sin haberse paseado antes por ese templo llamado Fenway o sin tener ciertas nociones concerniendo a la maldición del Bambino. Al final, ya lo ven, el lugar también importaba. En el otro lado, y volviendo a la globalización, los abusos a menores cometidos / consentidos en el seno de la Iglesia, el periodismo como monstruosa responsabilidad... y la enfermedad. Los protagonistas de Gibney eran sordos. Alguno de los de McCarthy también, pero porque así lo eligieron. ¿Han notado el escalofrío?

Nota: 7 / 10

por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol


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